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El escándalo público, a debate

La ley penal actual sobre el escándalo público es obsoleta, según el autor, quien asegura que tal como ha evolucionado la sociedad resulta indispensable un cambio. El Congreso, que discute el nuevo articulado, ha de tener en cuenta las circunstancias en que hoy se debate en la calle este asunto.

Hace pocos meses salió a relucir un debate televisivo sobre el escándalo público. Allí estuvieron presentes casi todas las opiniones, desde Vizcaíno Casas hasta Nicolás Sartorius, pasando por un obsesionado desnudista que, libros en ristre, quiso convencernos documentadamente de sus descoyuntadas maneras de entender el problema.Los partidos políticos también reaccionaron entonces, y la mayoría de los representados en el Congreso estuvieron de acuerdo en que la ley pena¡ actual está anticuada en este punto y no corresponde a los nuevos problemas sociales de¡ país.

Pero ahora ha llegado el momento de modificar la ley, porque en nuestro Congreso empiezan las discusiones de las enmiendas presentadas por diversos partidos.

Unas decididas representantes femeninas de la Asociación de Vecinos de los Altos del Hipódromo (léase calle de Vitrubio y laterales) han venido a visitarme con la pretensión de que la ley comprenda las necesidades reales, dando ejemplo con su gestión de esa ciudadanía que tantos españoles olvidan. Porque no se trata de congratularse cuatro amigos o amigas contando entre sí los últimos chismes extramatrimoniales de quienes son padres de la patria, sino de preocuparnos por algo más que la socorrida crítica anecdótica y hacer algo práctico en pro de lo que queremos que cambie, y que además se haga con inteligencia y eficacia, cosa que no siempre ocurre entre nosotros.

Yo mantengo la tesis de que el país no cambiará sólo por arte de magia de quienes nos mandan si no nos mostramos activos los que vivimos los problemas de la calle directamente, porque no estamos atados sentados en nuestras butacas de altos representantes del pueblo.

Ropa

No se trata, por supuesto, de poner el grito en el cielo por un poco más o un poco menos de ropa. Tampoco se trata de defender al que es mayor de edad. De lo que se trata es de llamar a las cosas por su nombre -al amor, amor, y a la pornografía, pomografía- y respetamos los unos a los otros. Cada cual puede hacer en la intimidad lo que quiera, y la ley ni puede ni debe prohibirlo. Pero lo que sí debemos hacer es tenemos respeto mutuamente, y sobre todo, respetar a los que son menores de edad.

Barranco -nuestro alcalde, siempre en contacto con la gente- recibió las quejas de aquellas personas que estaban hartas de proteger inútilmente a sus hijos pequeños del espectáculo que al atardecer se manifestaba en sus calles: travestidos o simples prostitutas que realizaban el acto sexual en plena calle, al amparo de la inhibición o de la imposibilidad de resolver el problema de las autoridades. Los niños, al ir al colegio por la mañana, recogían -en su afán de tocarlo todo- jeringuillas y preservativos que, en varios centenares, invadían aquella zona.

¿Era esto tolerable? Yo creo que nadie puede aprobar esta tolerancia que perjudica a los menores. Y esto desde el punto de vista de una sana aunque franca educación sexual, que nada tiene que ver con la pomografía pública, y además habría que tener en cuenta el peligro del contagio de la hepatitis B y del síndrome de inmunodeficiencia adquirida, como es probable en esa situación de falta de toda higiene.

Aquello se cortó en esa zona -que se ha trasladado a otras-en cuanto el alcalde vio con sus propios ojos lo que allí ocurría. Pero se sentía inerme para actuar de modo general y efectivo, por causa de nuestra obsoleta legislación. Necesita la autoridad local del acompañamiento de una ley penal al día que se deje de beaterías y ñoñerías, pero que defienda al menor contra lo que debe estar encerrado, entre las cuatro paredes de la intimidad, y también del peligro para la salud y la higiene, a la que todos -y más el niño- tienen todo derecho.

Y ahora se presenta, del mismo modo, el problema de aquellas playas públicas tomadas al asalto, no por modelos más o menos desnudistas -que eso no es tan negativo-, sino por quienes utilizan la playa para sus desahogos sexuales, sin atención a la mínima higiene y respeto a lo que tienen derecho, sobre todo, esos menores que luego van a jugar con esa arena o en esas playas.

¿Por qué no permitir quizá lugares especiales y privados para quienes quieren salirse de estos cauces públicos razonables? En una ocasión se hizo nuestro alcalde esta misma pregunta, que la ley por ahora no contesta.

Otros países -como algunos cantones de Suiza- tienen una legislación adecuada. ¿Por qué no inspirarse nuestros parlamentarios en ella? Porque Suiza no es ningún país atrasado, sino todo lo contrario.

Las declaraciones intemacionales de derechos humanos tratan también de encauzar estos problemas, con vistas al impacto negativo que pueden tener en el menor, y nuestra Constitución los asume en su artículo 39.4. Nuestros padres de la patria, en vez de inventar lo que ya está in ventado, debían leer con atención estos acuerdos y declaraciones para que les sirvan de guía en su modificación de la ley penal. Lo que no pueden hacer es estar de espaldas a la calle y a sus problemas reales, ni tampoco olvidarlo que otros países han experimentado en su legislación.

El menor de 16 años tiene que estar protegido contra cualquier desviación deseducativa o peligrosa para su salud. Y para conseguirlo, lo más eficaz no es meter en la cárcel al infractor, para que al día siguiente salga de ella o se vuelva más peligroso y negativo sino organizar legalmente una vigilancia municipal y poner una sanción administrativa, que pueda hacer efectiva la autoridad local.

Yo con ello no pido que tengamos en cuenta la moral católica, como en tiempo de Franco, sino sólo respeto a esa decencia pública que es deseable por todos los ciudadanos para el bien del menor.

Pero no termina aquí todo escándalo público. ¿Qué decir de la explotación de los menores en lo laboral, o en la mendicidad de los niños, en la prostitución infantil, en los niños de la calle y en los que sirven de camellos de la droga? ¿Toleraremos esta explotación sin ponerle coto eficaz?

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