Pesquisa sobre Holmes
Una exposición en Barcelona intenta arrojar nueva luz sobre el mítico investigador
Cien años con Sherlock Holmes es el título de la exposición sobre el detective que puede verse en Barcelona, en la sede de La Caixa, desde el pasado jueves y hasta el 30 de junio. Este año se cumple un siglo de la publicación de Estudio en escarlata, la novela de Arthur Conan Doyle con la que irrumpió en el campo de la literatura popular el más grande de los investigadores de ficción. A caballo entre la mitomanía, la divulgación y el estudio documentado, Rai Ferrer y Marie-Claire Uberquoi han organizado esta muestra, que intenta proporcionar claves sobre el personaje y su autor, alimentar el incombustible culto a Holmes e incitar a la lectura -o relectura- de sus aventuras y de otras obras de Conan Doyle.
"Pensar de tarde en tarde en Sherlock Holmes es una / de las buenas costumbres que nos que dan". Son palabras de Borges parte del poema que dedicó al solitario hombre de la lupa en Los conjurados. Rai Ferrer y Marie Claire Uberquoi comparten, a lo que parece, la opinión del poeta. Han levantado en la sede de La Caixa, en las pequeñas estancias dedicadas a sala de exposiciones un documentadísimo homenaje al gran detective. Es una muestra eminentemente visual, no tan amplia como hubiesen querido ellos, que soñaban con recrear el saloncito del 221 B de Baker Street y con escenificar ese magnífico ejemplo de caso de habitación cerrada que es La banda moteada, pero que sirve estupendamente para estimular la imaginación. Otra cosa que lamentan es no haberse procurado reliquias Holmes, algunos de esos objetos -jeringuillas, violín- que emocionan a aficionados fanáticos estilo los modernos irregulares de Baker Street. Pero la Fundación Conan Doyle, museo suizo que alberga material de este tipo, se ha cerrado en banda a causa de la demanda provocada este año del centenario.No menor que la capacidad evocadora de la muestra -¿quien puede resistirse al poder de sugestión que ya incluso semánticamente ejercen los páramos de Devon, donde acecha el espectral mastín de los Baskerville, o el pavoroso precipicio de la catarata de Reichenbach, donde acaban, eventualmente las aventuras de Holines- es su interés por lo que tiene de aportación de datos sobre Conan Doyle y su criatura, algunos de ellos poco conocidos.
El primer espacio de la exposición es una rotonda en penumbra, con unas luces mortecinas y fluctuantes que ponen ambiente a la visita. El suelo imita la pavimentación urbana y dos grandes fotos muestran vistas del neblinoso Londres. Estamos en la Inglaterra victoriana. "Bajo la brillantez del Imperio", dice un pequeño escrito, "existe un sustrato de crimen y sexualidad reprimida". Es la época de Jack el Destripador, las sociedades secretas, el dandismo y la miseria de White Chapel. Un dibujo muestra los carruajes de alquiler que tan importante papel juegan en los casos de Holmes. Seguidamente, se proporciona una somera información, con ilustraciones de época, sobre los antecedentes del personaje, literarios -August Dupin, de Poe; el Lecoq de Emile Gaboriau-, o reales -Vidoq, el ex delincuente que fundó la Sureté de París, y Pinkerton-.
"Me Ramo Sherlock Holmes. Mi oficio es saber lo que los demás no saben". De esta manera tan modesta se presenta a sí mismo en la exposición el detective. Es su manera de ser, y si recordamos aquel inicio de El valle del miedo en que Watson dice: "Yo me inclino a pensar..." y el otro le interrumpe: "No estaría de más que lo hiciera", dice mucho de la paciencia del doctor que no le rompiera alguna vez el violín en la cabeza a su compañero.
Es el propio investigador el que nos conduce por la muestra: explica datos de su vida, basados en las pocas informaciones que da Conan Doyle en sus obras y sobre todo en las falsas biografías, que tanto han proliferado intentando llenar esas lagunas que exasperan a los aficionados. Habla el detective de sus aportaciones a la criminología, y de sus vicios: el tabaco en pipa, la cocaína inyectada en esa célebre solución al siete por ciento.
Claro que la cocaína no tenía entonces las connotaciones que tiene hoy. "No, y hay que ver en esa adicción dos cosas", dice Rai Ferrer, "por un lado, el médico que era Conan Doyle, conocedor con seguridad de los experimentos con la sustancia; no olvidemos que el propio Freud quedó impresionado con sus efectos". Es revelador en ese sentido el parlamento de Holmes tras pegarse un chute al principio del El signo de los cuatro: "La hallo tan excelentemente estimulante y clarificadora para la mente que su efecto secundario es cosa poco relevante".
Por otro lado, señala Ferrer, «para ese aspecto de Holmes retomó el autor algo de su padre, que era alcohólico y tuvo que ser internado". Hay otras complejas asociaciones -aparte de la misoginia del personaje y su gusto por los disfraces- que revelan que ese ficticio encuentro entre Freud y Holmes apañado por Nicholas Meyer (Elemental, Dr. Freud) no es una ninguna tontería: según Ferrer, que se remite para estas cuestiones al especialista Francis Lacassin, Conan Doyle decidió matar a su criatura (en El problema final, 1893) el mismo año que falleció su progenitor. El catálogo de la exposición cuenta con un escrito del ya fallecido hijo de Conan Doyle, Adrian, en el que asegura que Conan Doyle sacó a Holmes de dentro de sí mismo y que guardaba grandes parecidos con el maestro de la deducción.
Un apartado de la exposición se dedica a sir Arthur . Supone una cierta reivindicación de la figura del escritor -autor, no lo olvidemos, del sensacional El mundo perdido-, parcialmente ensombrecido por la fuerza de su más popular personaje. La casi desesperante lucha de Conan Doyle contra Hobnes queda bien explicitada.
Babelia
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