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Editorial:
Editorial
Es responsabilidad del director, y expresa la opinión del diario sobre asuntos de actualidad nacional o internacional

Más dinero de Europa

EL RECIENTE anuncio por parte de la Administración de que España ha recibido en 1986 más dinero del que ha aportado zanja la polémica que tuvo lugar el pasado año sobre este punto: tanto la oposición como la Confederación Española de Organizaciones Empresariales (CEOE) sostuvieron la tesis de que España podría convertirse en contribuyente neta a las arcas de la Comunidad Europea (CE), lo cual, habida cuenta del grado de desarrollo de nuestro país, habría sido un contrasentido. Las reglas negociadas para la determinación de la aportación española son distintas de las que rigen las transferencias de fondos comunitarios hacia España, y si bien es cierto que a largo plazo nuestro país deberá recibir más de lo que aporta, a corto plazo, durante el período de puesta en marcha de los mecanismos comunitarios, las cosas no tienen por qué ser así. El saldo positivo a favor de España, de 13.000 millones de pesetas (cifra, por otra parte, de escasa entidad), se debe a un conjunto de circunstancias que van desde la sobrevaloración comunitaria de la potencia recaudadora del impuesto sobre el valor añadido (IVA) hasta la menor entidad del comercio exterior español. Que la polémica se centrase sobre este punto particular obedece más bien a razones políticas que a económicas, y no conviene otorgar a este hecho mayor importancia de la que tiene. Tal vez si hay alguna lección que extraer, ésta debe referirse a la necesidad de que las empresas y los organismos oficiales españoles aprendan cuanto antes a rellenar los impresos comunitarios que abren la puerta a las ayudas del Fondo Europeo de Orientación y Garantía Agrícola (FEOGA), el Fondo Europeo de Desarrollo Regional (FEDER) y demás fondos que la burocracia de Bruselas se complace en administrar. Muchas ayudas se pierden por no haber sido solicitadas a su debido tiempo y en la forma, adecuada.Mucha mayor relevancia tiene la otra cifra que se avanza estos días, relativa al deterioro de nuestros intercambios con la CE, y que podría alcanzar, para el conjunto de 1986, los 400.000 millones de pesetas. Las importaciones de mercancías procedentes de los países de la CE han crecido a un ritmo extremadamente elevado, mientras que las exportaciones lo han hecho de manera mucho más lenta, aunque positiva en términos reales. La discusión actual se centra en saber si se trata de una tendencia duradera, de fondo, que en breve plazo puede provocar una situación insostenible de la balanza por cuenta corriente, o si, por el contrario, estamos ante un fenómeno limitado en el tiempo, cuyos efectos irán perdiendo fuerza a lo largo de los próximos meses. Lo más probable es que se trate más bien de lo último: el rápido aumento de las importaciones se explica tanto por la reducción de aranceles como por el auge de la demanda interior, que creció en 1986 a un ritmo del orden del 5% en términos reales, y la supresión de contingentes que tuvo lugar en el mes de marzo. Este último factor no volverá a repetirse en 1987, y tampoco es previsible que la demanda interna tenga este año la misma fuerza que en el pasado. Los demás factores -reducción de aranceles, deterioro de la competitividad de los productos españoles como consecuencia de un aumento más rápido de los costes internos que en los países competidores- seguirán actuando, pero su incidencia sobre el comercio exterior debería ser limitada. Las últimas previsiones de la Organización para la Cooperación y el Desarrollo Económico (OCDE) sobre la economía española en 1987 apuestan por un excedente de la balanza por cuenta corriente ligeramente superior al registrado el pasado año.

Todo lo cual no debe llevar a un falso optimismo en cuanto a las posibilidades de nuestra economía de hacer frente al reto de la integración sin llevar a cabo profundas modificaciones en su estructura y funcionamiento. Existen aún fuertes rigideces que es preciso corregir, tanto en el capítulo de las relaciones laborales como en el de la fijación de los precios o en el más general de la asignación de recursos productivos.

En el resto de los países europeos existe una especie de fatalismo interiorizado en cuanto a la inevitabilidad de un bajo crecimiento económico en los próximos años; no debemos esperar fuertes estímulos procedentes del exterior. A pesar de ello, lo que para otros países es una oportunidad de ampliación de sus mercados, para nosotros es una ocasión única de modernizar el aparato productivo, de racionalizar los usos económicos y de adaptar los comportamientos a un universo más competitivo y abierto. Los riesgos son mayores que para nuestros socios de la CE, pero también son mayores nuestras posibilidades de crecimiento. Que la inversión en bienes de equipo haya aumentado en el año 1986 en un 12% en términos reales constituye un fundado motivo de esperanza.

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