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Crítica:CINE
Crítica
Género de opinión que describe, elogia o censura, en todo o en parte, una obra cultural o de entretenimiento. Siempre debe escribirla un experto en la materia

A contracorriente

Power es una película hecha a contracorriente, versión actualizada y desde el otro bando, del mítico Juan Nadie de Frank Capra. Si en el año 1941 el protagonista, era un jugador de beisbol al que se manipulaba para lanzarlo como candidato a la presidencia, en Power el héroe es uno de esos manipuladores, un asesor de imagen.Se trata, pues, en esta película de sustituir la honradez ingenua de Gary Cooper por la malicia del ex gigoló norteamericano Richard Gere. A los millonarios les divierte o interesa meterse en política, pero precisan de expertos que les digan cómo comportarse en cada momento para convencer a los electores y aparecer más honestos, inteligentes y competentes que sus rivales. Richard Gere les proporciona consejos, aporta trucos, investiga por todos lados y se ofrece siempre al mejor postor con tal de que éste tenga alguna posibilidad de salir ganador. Una vez en el escaño, allá el senador o diputado con su conciencia.

Power

Director: Sidney Lumet.Intérpretes: Richard Gere, Julie Christie, Gene Hackman, Kate Capshaw. Guión: David Himmelstein. Fotografía: Andrej Bartkowiak. Música: Ly Coleman. Estadounidense, 1986. Estreno en cines Candilejas, Carlton, Europa, La Vaguada, Real Cinema y Urquijo. Madrid.

No se trata, pues, tan sólo de vender una imagen, ni tan sólo de fabricarla de la nada e inventarse un ideal, sino de dibujar con precisión con la ayuda de las encuestas, la tecnología, el dinero y la imaginación, el perfil del electorado, de unos sueños ocultos de los que el político será un concentrado en el que se incluya todo.

Vida frenética

El argumento, en unos años poco propicios para el cine de ambición directamente política, va a contracorriente, y sólo algunas de las argucias de Gere con el vídeo consiguen aportar un plus de espectáculo El resto es la crónica de una vida frenética, salpicada de viajes en avión privado, de reuniones con gente de muy escaso valor humano. La única ambición es el poder. Sólo queda lugar para una vaga conciencia ecologista, encarnada por el que se supone único político honesto, E. G Marshall, con el que simpatiza Gere en ese rincón del corazón aún no ocupado por las computadoras. Pero Power también va contracorriente por el tratamiento visual que el director, Sidney Lumet, ha dado al filme. Podía haber optado por una cierta modernidad, por multiplicar los efectos de vídeo y seducirnos y abrumarnos con toda la parafernalia electrónica, pero no, ha elegido un camino mucho más difílcil. De entrada, ha renunciado a la belleza para convertir todos los lujosísimos interiores en auténticos museos de los horrores. Además, los personajes de esta película son víctimas de sus propias maniobras de creadores de imagen y aparecen muy a menudo iluminados desde abajo, caminando sobre fríos e imponentes suelos de cristal, como si para magnificar su estatura moral precisaran del expresionismo más primario. Eso hace que las suelas de los zapatos de Richard Gere o las perneras de sus pantalones tengan más luz que su rostro. Power se diría rodada en aquella espantosa lechería de La naranja mecánica, de Kubrick, pero aquí no estamos en el futuro, sino en un presente en el que los candidatos se venden como la comida envasada de los aviones. Aunque tanta fealdad llega a cansar y los intríngulis de la imagen del poder no siempre interesan a los profanos, Power no es una película destinada únicamente a Julio Feo y sus colegas, sino una película norteamericana lo bastante insólita como para merecer la atención del espectador.

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