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Reportaje:

El gusto por lo refinado llega a las fuerzas armadas

Uno de los detalles que más impresionaba a los observadores extranjeros en Trípolí era el reloj Rolex de oro macizo y acero que luce el ex secretario (ministro) de Relaciones Exteriores Abdelsalam Alí Triki, hoy bajo tratamiento médico en Ginebra, como también, aunque menos, la forma de vestir del propio líder del país, Muammar el Gaddafi. Lo cierto es que no son hechos aislados, sino que forman parte del sentimiento colectivo por el capricho y del sentido de la exquisitez de los hombres en Libia, algo excepcional en el norte de África. El gusto refinado ha llegado a las propias filas del ejército.

Los libios, un pueblo extremadamente amable, si mantiene algo en vivo, en el plano positivo, di lo que le dejó el colonialismo italiano y británico es, a primen vista, la forma de vestir de lo primeros y el sentido de la cortesía de los segundos, incluso alterando los términos a veces. Es evidente que el Ejército es esteta: la uniformidad es totalmente británica y en donde destaca más e en la Marina, cuya oficialidad, incluso marinería, viste traje negro de corte impecable, rematado con gorra de plato o lepanto blanco, con el ancla entre laureles bordado todo en oro como anagrama. Lo del almirantazgo británico es algo que ha quedado aquí ya para siempre. También las bandas de música militares son un ejemplo vivo de un refinado gusto, especialmente visible en el coronel Gaddafi. Los músicos lucen uniformes de gala; sus instrumentos brillan como la plata, que es de lo que están bañados, y sobre sus casacas, también al estilo británico de variado tono verde y rojo penden cordones y botones dorados. Son tan estetas y tan cuidadosos que son pocas las bandas de música militares que ni llevan incorporada una sección de gaitas (para colmo, revisten parte del instrumento con el tradicional paño escocés) o que no buscan, en este caso sus directores, el punto preciso para combinar la marcialidad y la fidelidad interpretativa en el desfile con e bastón de mando.

Los cadetes de las academias militares utilizan también el bastón de mando, pero cuando van de paseo por las calles de Trípoli o Bengasi, y los policías y aduaneros del aeropuerto visten el mismo uniforme de los bobies británicos, aunque sin casco. Y cuando cambian este uniforme por el traje de paisano, sobre todo si es viernes (día festivo) sorprenden más aún: dentro de las americanas aparecen etiquetas de Pierre Cardin, Yves Saint Laurent o de los mejores modistos italianos. Hasta los jóvenes de la escuela secundaria lucen lo último del mercado convencional de la moda juvenil, y son muchos ya los que llevan camisetas y otras prendas que exhiben con letras bien visibles el nombre de la firma italiana Benetton.

El odio hacia Estados Unidos es evidente en cualquier rincón de Trípoli, pero eso no quiere decir que los libios se cieguen ante este país. El coronel Muammar el Gaddafi quiso un día sorprender a sus compatriotas con un regalo: una superproducción sobre el héroe de la independencia, el legendario Omar Mejtar, cabecilla de la insurrección contra el colonialismo, ejecutado por los italianos. Entonces se comenzó a trabajar sobre un filme, El león del desierto. Trípoli brindó el escenario y aportó los extras. El guión se hizo en el entorno de Gaddafi, y fue él mismo quien eligió a los actores: Anthony Quinn, como Mojtar, y el italiano Raf Vallone, como el general Grazianni, dos grandes estrellas. Hoy la casete -de El león del desierto, en VHS o Betamax, es un regalo muy norteamericano con el que sorprenden los libios a sus invitados.

Pero no todo queda ahí. Recientemente este corresponsal pudo presenciar una exhibición juvenil de gimnasia rítmica cuyo acompañamiento musical lo hicieron en directo tres músicos que tocaban un órgano electrónico, una batería y una guitarra eléctrica.

Los gimnastas libios, todos ellos jóvenes de enseñanza secundaria (bachillerato), hacían las tablas con música y marchas norteamericanas, una de ellas la denominada Marcha del coronel Bogey, inmortalizada en la famosa película El puente sobre el río Kwai.

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Publicidad prohibida

La publicidad de consumo está prohibida en Libia, con la salvedad de algunas compañías aéreas extranjeras que no tienen más remedio que colocar anuncios luminosos para su localización porque aquí la mayoría de las calles carecen de nombre. O los cigarrillos nacionales, que, curiosamente, son anunciados en grandes paneles junto a una fotografía de Gaddafi. Sin embargo en los estadios de fútbol, tras las porterías, se colocan los tradicionales letreros de publicidad, pero con frases del Libro Verde.

Otro detalle curioso lo encuentra el ciudadano occidental en la compañía aérea nacional, la Libian Arab Airlines, única del mundo que utiliza el color oro en su pintura exterior. Las azafatas visten a la última y combinan sus trajes negros con pañuelos y sobrefaldas del color verde de la Yamahiria, tejidos con hilo y seda italiana. La sorpresa y la contradicción van unidas en Libia, donde nadie pasa hambre, todo niño está escolarizado, no hay miseria, toda familia tiene un televisor en color en su casa y se viaja con frecuencia al extranjero para tratamiento médico en las consultas de los mejores especialistas del mundo. La mujer puede lucir sus largos cabellos por la calle y vestir a la occidental, siempre que se respeten los mínimos de la moral islámica.

No hay economía privada en Libia, salvo la de los pequeños comerciantes y artesanos, si bien es el país que más peluquerías de caballeros tiene, especialmente en la capital, Trípoli. Y eso que la moda es imitar a Gaddafi, pero las peluquerías siempre están llenas.

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