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Tribuna:ANÁLISIS
Tribuna
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Maniqueísmo y desarme

El autor considera los gestos de aproximación soviético-norteamericanos en el tema de la distensión como una esperanza para, el mundo. Karol observa que de los encuentros en Ginebra entre Reagan y Gorbachov ha surgido una buena voluntad armamentista entre las superpotencias. Y explica que, por diferentes motivos, la actual carrera hacia la muerte no es rentable ni para Washington ni para Moscú.

¿Adiós a las armas nucleares? Parece demasiado hermoso para ser cierto. Sin embargo, de esto es de lo que van a discutir Washington y Moscú a partir de ahora en previsión del año 2000. Nadie ignora que en su última versión de la SDI (guerra de las estrellas) Ronald Reagan ofreció este futuro escudo espacial a todos los países con el fin de volver inoperantes, y por tanto inútiles, los misiles nucleares. Desde el 15 de enero de 1986 Mijail Gorbachov propone alcanzar el mismo resultado a un menor coste, desmantelando por etapas, durante los próximos 15 años, todos los arsenales existentes.Este proyecto ha sorprendido a los norteamericanos y a sus aliados por su amplitud y precisión. En caso de que se aceptara el calendario de Gorbachov, ya no habría en Europa a partir de 1990, es decir, dentro de cuatro años, ni Pershing II ni SS-20 ni misiles de crucero. Tras lo cual, durante la década siguiente, las otras potencias atómicas -Francia, Reino Unido y China- seguirían de cerca el ejemplo de los soviéticos y de los norteamericanos, renunciando a su vez a toda su panoplia de armas nucleares estratégicas y tácticas. A este paquete de medidas destinadas a conseguir un año 2000 desnuclearizado el líder soviético ha añadido el ofrecimiento de eliminar las armas químicas y reducir el armamento convencional, todo ello bajo un control internacional que impida cualquier engaño.

Sorpresa

No obstante, hay un punto en el que Gorbachov no se ha innovado: hizo que su proyecto lo leyera la televisión soviética, dirigiéndolo así "al mundo entero" en lugar de comunicárselo de forma prioritaria a sus interlocutores norteamericanos. Pero Ronald Reagan -¡vaya sorpresa!- ni siquiera se refirió al carácter propagandístico del ofrecimiento del líder soviético. Le expresó, por el contrario, su agradecimiento por este proyecto que da un nuevo impulso a las negociaciones sobre desarme que deben proseguirse en Ginebra hasta finales de febrero. Sería vano el intento de encontrar en los anales de las dos superpotencias una reacción tan positiva de una de ellas frente al ofrecimiento insólito de la otra.

Las repercusiones del diálogo americano-soviético sobre el desarme han suscitado un mayor número de comentarios en Estados Unidos que en Europa. En líneas generales, los editorialistas parecen considerar que "las sorpresas de enero" son el resultado de las interminables conversaciones privadas que mantuvieron Reagan y Gorbachov el pasado mes de noviembre. Durante su entrevista de 10 o 12 horas en Ginebra, ambos líderes sentaron las bases de un acuerdo mucho más amplio, que no reflejaba en modo alguno su breve comunicado común sobre su rechazo de buscar la supremacía militar una superpotencia con respecto a la otra. Al parecer, ambos llegaron al convencimiento, aunque cada uno por motivos distintos, de que la prosecución de la carrera armamentista, incluso a marcha moderada, no tiene ningún sentido y que es necesario que ambos países den ejemplo al resto de las naciones dando marcha atrás.

Si ésta fue en realidad su conclusión -pese al desacuerdo sobre la guerra de las estrellas-, Ronald Reagan tiene sobrados motivos para acoger con regocijo el proyecto de Gorbachov. No cabe duda que la reunión sobre desarme que debe proseguirse en Ginebra hasta finales de febrero no va a poder suscitar por sí sola un acuerdo, ni siquiera sobre la primera fase del proyecto soviético, que sólo compromete a Estados Unidos y la URSS. No obstante, se sabe que el secretario general del PCUS desea aplazar hasta septiembre, o incluso octubre de 1986, su viaje a Washington, y cabe esperar que mientras tanto los negociadores de Ginebra podrán celebrar al menos otras dos sesiones de trabajo, cada vez más amplias. Este plazo suplementario les permitiría preparar para la segunda cumbre Reagan-Gorbachov un acuerdo que otorgaría a su encuentro un carácter verdaderamente histórico.

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En efecto, hasta ahora, e incluso durante los períodos más fructíferos de la distensión, los soviéticos y los norteamericanos sólo han podido firmar tratados como el ABM o los SALT 1 y II sobre la limitación de armas antibalísticas o estratégicas. En ningún momento han llegado a un acuerdo sobre el desarme, incluso parcial. Si esta vez llegan a la conclusión de que los euromisiles, por ejemplo, van a ser desmantelados, ello constituiría una verdadera novedad. Ahora bien, desde 1979 los norteamericanos han defendido la opción cero en este sector, y,desde el 15 de enero pasado Gorbachov preconiza a su vez esta alternativa. Por consiguiente, nada tendría de milagroso que el camino hacia el desarme total pasara por la supresión de estos euromisiles, que durante seis años han dividido a la opinión europea y en particular a la izquierda del viejo continente.

Sin lugar a dudas, las sorpresas soviético-americanas de los últimos días no bastan para anunciar desde ahora este resultado. No obstante, el cambio de tono entre Washington y Moscú permite al menos comprobar que su retórica del período anterior les llevó a realizar unos análisis maniqueos, muy alejados de la realidad, y que en la actualidad se ven obligados, de modo explícito o solapado, a cuestionarlos. Es evidente que si la URSS, por un lado, no fuera más que un monolito dominado por la estratocracia militar y consagrado al expansionismo, y si Estados Unidos, por otro, estuviese gobernado únicamente por unos círculos de negocios cuya prosperidad dependiera de la carrera armamentista, serían impensables los discursos y las sonrisas que intercambian Reagan y Gorbachov.

Sin embargo, lo cierto es que estos intercambios tienen lugar. Es más, en todas las capitales, desde Tokio hasta Madrid, gozan de una mayor credibilidad las tesis sobre el resultado positivo de la segunda cumbre entre los líderes de las dos superpotencias, lo que significa que se cree cada vez más en el desarme. Poco importa saber si Reagan lo justifica de antemano por su anhelo moral de poner fin al equilibrio del terror y si Gorbachov se rebela, más bien, contra el despilfarro económico que implica la política que se ha seguido hasta el momento. El hecho es que ambos se muestran dispuestos a cuestionar las prioridades de sus ministerios de la Guerra sin temor a que el mundo se derrumbe. ¿No es evidente, en estas condiciones, que el clima de tensiones internacionales de estos últimos años era el resultado de la retórica irresponsable sobre las intenciones belicosas del otro campo y no de las intenciones realmente expansionistas de unos y otros?

Despilfarro

En lo que respecta a la URSS, en todo caso, Mijail Gorbachov ya no parece disimular su dilema. En su discurso del 15 de enero denuncia sin duda el despilfarro de recursos en favor de los armamentos, insistiendo en la miseria del Tercer Mundo. Pero no hace falta ser muy docto en la materia para comprender que, pese a ser una nación industrializada, la URSS ya no puede permitirse más sangrías para llenar sus arsenales de armas nucleares que, por fortuna, no se han utilizado y no se van a utilizar nunca. Dentro de cinco semanas, en la tribuna del XVII Congreso del PCUS, Gorbachov presentará su plan de modernización de la URSS para los próximos 15 años. Muchos soviéticos opinan que ese plan no podrá tener resultados tangibles si durante esos 15 años su país no reduce radicalmente sus gastos militares.

En cuanto a Estados Unidos, que no quiere renunciar a su SDI (guerra de las estrellas), cabe pensar que en el marco de la distensión y el desarme parcial su proyecto adoptará nuevas formas, más próximas del Eureka que de la investigación militar. No cabe duda que la dinámica de la buena voluntad no basta para transformar la sociedad soviética -ni la norteamericana-, pero puede conducirla hacia un mundo menos impregnado de maniqueísmo, en el que sea posible ver más claro. Y, en última instancia, en un mundo como ése la eliminación de las armas nucleares dejaría sin duda de ser una utopía.

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