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Alfonsín decreta el estado de sitio en Argentina por 6 días

MARTÍN PRIETO El Gobierno argentino, presidido por Raúl Alfonsín, decretó ayer el estado de sitio en todo el país por un período de 60 días. El ministro del Interior, Antonio Troccoli, en una breve y sorpresiva conferencia de prensa, anunció la medida, poniendo énfasis en que las elecciones legislativas parciales del 3 de noviembre (renovación de un tercio del Congreso) se llevarán a cabo y que el Gobierno, pese al estado de sitio, amparará todas las garantías individuales y políticas y los derechos de reunión, asociación y expresión para no interferir el proceso electoral.

Por 60 días, el Gobierno se reserva el derecho de arrestar a las personas, trasladarlas dentro del territorio nacional o darles la opción de abandonar por ese lapso de tiempo el país. El decreto gubernamental de estado de sitio ha sido posible al encontrarse clausurado el período ordinario de sesiones del Congreso de Diputados y Senadores, que abrirá sus puertas en diciembre para sesiones extraordinarias y en mayo para el inicio del año legislativo.La última vez que se decretó el estado de sitio en Argentina fue el 6 de noviembre de 1974 bajo el Gobierno constitucional de Isabelita Perón. La medida de excepción fue mantenida por el régimen militar hasta poco antes de las elecciones democráticas de 1983.

La drástica decisión del Gobierno de la Unión Cívica Radical, presidido por el doctor Raúl Ricardo Alfonsín, ha tomado por sorpresa a la población, y culmina una semana de dubitaciones, desaciertos, errores legales, impericia, precipitación y evidente nerviosismo por parte del Gabinete argentino.

El pasado lunes, tras un octubre negro poblado de amenazas, de bomba en las escuelas porteñas -el pasado miércoles tuvieron que ser desalojadas 29 sólo en la capital federal- y de atentados consumados contra la sede del Comando en Jefe del Ejército, automóviles de jefes y oficiales en activo y la propia casa del ministro del Interior, Alfonsín se reunió con sus más directos colaboradores y el jefe del Estado Mayor Conjunto, general Héctor Rius Ereñu, en la quinta presidencial de Olivos.

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Un núcleo de 200 personas estaba tejiendo una trama golpista en Argentina, según informes de la policía

Viene de la primera páginaLos reunidos descartaron, por improcedente en período electoral, la declaración de estado de sitio y optaron por ordenar la detención por 60 días de 12 personas, seis civiles y seis militares, como supuestos implicados en una conspiración cívico-militar tendente a desestabilizar esta frágil democracia.Cinco solicitudes de hábeas corpus presentadas por los letrados de otros tantos detenidos fueron rechazadas por jueces federales en el entendimiento de que, cerrado el Congreso, el arresto gubernativo era constitucional. Anteayer, otro juez federal admitió dos hábeas corpus, en el entendimiento contrario de que sin declaración previa de estado de sitio el presidente de la República carecía de facultades para detener a las personas.

A lo largo de la semana, y pese a las primeras detenciones, se incrementaron los actos de provocación -hasta ahora, siempre sin víctimas- y trascendió que la Secretaría de Informaciones del Estado (SIDE), máximo órgano de espionaje estatal, había detectado una cúpula operativa de al menos 200 personas (militares en activo y retiro, periodistas, parapoliciales, paramilitares, sindicalistas), la cual a su vez se extendería en redes hasta conformar una trama golpista que procuraría la desestabilización de la democracia argentina.

Modelo a desestabiliza

rEs un secreto a voces -y hasta entra dentro de la lógica de las cosas- que en Argentina, tras siete años de una de las dictaduras militares más perversas de la historia, a sólo dos años de la recuperación democrática, con una crisis económica ciclópea, un proceso abierto a los nueve primeros triunviros de la dictadura que terminará en severas condenas, con recortes presupuestarios militares que están obligando a la venta de parte de la flota misilística y submarina de la Armada y con una oposición -el peronismo- multidivida e inclinada mayoritariamente sobre su extrema derecha, el país ha devenido en un modelo tipo a desestabilizar.

Aunque el Gobierno ha alcanzado logros en la desarticulación de tramas civiles como la Triple A (Alianza Anticomunista Argentina) ha carecido de tiempo político para desactivar todo el aparato de la inteligencia militar que diseñó, dirigió y ejecutó la guerra sucia contra la subversión, y que permanece operante, amenazante y sumergido.

En las últimas semanas, la Secretaría de Informaciones del Estado presuntamente recibió información reservada de la Central de Inteligencia Americana (CIA) y del Mossad (inteligencia israelí) sobre una red de tráfico de droga y mercadería ilegal de armamentos organizada por el ex dictador boliviano García Meza -reclamado por la justicia de Bolivia y por la argentina- y por el ex gobernador de Buenos Aires bajo la dictadura, ex general Suárez Mason, degradado y prófugo desde hace dos años, requerido por presuntos delitos contra la humanidad como jefe directo del general Ramón Camps, ex jefe de la policía bonaerense y tenido como el carnicero de Buenos Aires.

A su vez, los Gobiernos brasileño y uruguayo habrían completado la información de la Casa Rosada sobre el compló involucionista interior argentino, su capacidad económica y, logística y algunos alcances del plan Omega, tendente a dar la voltereta a la situación política en el cono sur latinoamericano.Muy probablemente los nervios de un Gobierno tan tensionado como el de Alfonsín se han terminado acalambrando en la adopción de decisiones contradictorias en una misma semana, hasta terminar por dictar el estado de, sitio a nueve días de unas legislativas parciales. Si en algo es aplicable la sabia filosofía de Rafael El Gallo de que "lo que no pue sé, no pue sé, y ademá ez impozible", es a la hipótesis de un golpe militar triunfante en Argentina en estos momentos. Es un país-modelo (como queda escrito) para la provocación, pero en el que nadie en su sano juicio prevé a medio plazo que otro militar pueda ocupar el incómodo sillón de Rivadavia en el estrecho despacho presidencial de la Casa Rosada.

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