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Fidel contra Alan

Aunque por coquetería política ambos líderes lo nieguen, en América Latina la gente percibe una áspera pugna entre Alan García y Fidel Castro, vinculada don el tratamiento de la deuda externa. Fidel ha venido impulsando, en distintos foros internacionales realizados en La Habana, su tesis del "no pago". García, por su parte, tomó la decisión de pagar la deuda sólo hasta el 10% de los ingresos que Perú perciba por exportaciones, diciendo, cuidadosamente, que no pretende establecer un modelo.En la reciente conferencia ministerial de los no alineados, en Luanda, los 111 países asistentes aprobaron una resolución que reflejaba la posición peruana. Un aparente retroceso cubano en la materia, ya que su delegado no se opuso. Sin embargo, el domingo, Fidel insistió en descalificar la decisión del presidente García y señaló que la batalla por el no pago era una cuestión de "hormonas".

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En el encuentro sobre la deuda externa en La Habana, el 31 de julio, hubo algunos intentos de limar las asperezas entre Fidel Castro y Alan García. Sin embargo, la pugna entre ambos ya parece consolidada. Así pudo apreciarlo el público peruano el sábado 17 de agosto, cuando el presidente García colocó la última banderilla: "Hay un personaje en el Caribe que, por nuestra determinación de pagar el 10% (del valor de las exportaciones), dice que seguiremos sirviendo al imperialismo", dijo, en clara alusión a su polémica con Castro. Y agregó, sarcástico: "Hay diablos predicadores que son los mejores pagadores a la banca occidental y vienen a reclamar que nosotros no paguemos".

Poco después de su victoria electoral, Alan García comentó, como para sí: "Este barbudo me quiere quitar el tema de la deuda". Era casi un diagnóstico, y se vinculaba con la actividad que Fidel Castro venía desplegando de cara al encuentro sobre la deuda exterior de América Latina y el Caribe. Programado para el 31 de julio, este evento obligaría a los analistas a comparar lo que plantearía Fidel con lo que ya habría propuesto Alan García el 28 del mismo mes.

Fuera del primer círculo del peruano, el comentario pudo tomarse como una boutade. Con 36 años y recién llegado al club de los jefes, no parecía lógico pretender equipararse a un líder casi sexagenario, con más de un cuarto de siglo de experiencia en los trances del poder y -para gusto o disgusto de muchos- con una consolidada posición como figura mundial.

Pero sucedió que Fidel ya había detectado el peligro. Su fino olfato le indicaba que en Perú bien podría estar naciendo una estrella revolucionaria de nuevo tipo. Digamos de tipo aprista, esa doctrina que el comunista cubano Julio Antonio Mella había tratado de tornar irrisoria cuando su histórica polémica de los años treinta con el fundador del APRA (Acción Popular Revolucionaria Americana), Víctor Raúl Haya de la Torre. Además, Fidel no podía olvidar que él tenía sólo 32 años cuando se inició en los seductores juegos del poder.

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Todo indica que hubo un primer sondeo cubano a comienzos de junio, cuando aterrizó en Lima el comandante Antonio Núñez Jiménez, uno de los fieles de la primera hora de la revolución. En calidad de enviado especial, llegaba para sentir el ambiente aprista, en vísperas de la toma de posesión de García. Tal vez, para formarse una impresión sobre la receptividad que habría respecto a una eventual presencia del propio Fidel en las fiestas de julio. Por lo visto, fue una misión imposible. Un dirigente aprista, interpretando una opinión formada, dijo entonces a este periodista: "Todos sabemos que Fidel sólo vendría a robar cámara".

Silogismo engañoso

A partir de entonces, Alan García y Fídel Castro aparecerían enfrentados. El primero, en su mensaje de toma de posesión, repetiría que el problema de la deuda era entre el Norte y el Sur y no entre el Este y el Oeste. "Por ello", dijo, "la respuesta debe nacer de la propia América Latina, sin el consejo de quienes hablan desde fuera de ella y no comparten sus problemas". Fidel, por su parte, inauguraría tres días después su encuentro habanero sobre la deuda externa, donde se esforzaría por declarar inviable la decisión de García de pagar la deuda sólo hasta el 10% del valor total de las exportaciones anuales de Perú. Insistiría, por tanto, en que la única solución posible era la "huelga de deudores". La misma que ahora denominaba "solución quirúrgica" y que venía a tomar el lugar de aquel "único y verdadero camino revolucionario" que había proclamado tantas veces durante los años sesenta.Poco importaba para el efecto que él hubiera decidido otra cosa respecto a su propia y concreta deuda externa con los acreedores occidentales. Que él hubiera tomado la decisión no revocada de pagarla, fundada en que, como dijo el 24 de octubre de 1981, "el crédito del país vale más que ninguna otra cosa". Así, a comienzos de agosto, la tesis de Fidel tomaba el aspecto de un engañoso silogismo: la deuda externa de América Latina no se puede pagar; por tanto, no se debe pagar. El deber ser homologado con el ser, a despecho de la propia praxis.

Pero entre el 28 y el 31 de julio Fidel cometió un error que le traicionó y que demostró que no se trataba sólo de una polémica sobre tesis o de decisiones contra tesis. Fue su insólito mensaje a García, que, con el pretexto de un saludo protocolario, contenía la imposible pretensión de imponer una especie de tutoría revolucionaria o, en su defecto, de establecer las bases de un duelo singular. En dicho mensaje, Fidel, tras estampar el inventario de los déficit económico-sociales de Perú, decía a García lo siguiente: "Si usted se decide a luchar en forma seria, firme y consecuente contra esta imagen dantesca, y libra a su país, como lo ha prometido públicamente, de la dominación y dependencia imperialistas, única causa de esta tragedia, podrá contar con el apoyo de Cuba".

Por cierto, un inesperado éxito para el joven presidente peruano. Era el líder mayor el que, literalmente, perdía los papeles. El que, con traicionada arrogancia, le permitía responder no respondiendo. Esto es, anunciando, simplemente, que él -Alan García- sólo rendiría cuentas a su pueblo y "no a un extranjero".

Como ganancia adicional, el enfrentamiento favorecía a García respecto a su propia política frente a EE UU. Porque éste, sin duda, quedaría con poco juego de piernas entre una posición que les amenazaba con un calculado cataclismo financiero y otra que, reconociendo las reglas del juego, anunciaba una decisión unilateral de pago limitado.

Pero, en esos momentos, alguien en Washington tomó la sorpresiva decisión de aplicar al Perú de García una enmienda Brooke-Alexander -corte de la ayuda norteamericana, en caso de impago de los intereses de la deuda- debió haberse hecho efectiva contra el Perú de Belaúnde. La bomba noticiosa cayó justo en medio del foro habanero sobre la deuda externa y, naturalmente, puso en primer plano al Gobierno peruano y a su nuevo líder. Ahora era García el que robaba cámara a Fidel. El cubano, por tanto, debía proclamar su solidaridad con el peruano, "aunque sus medidas no son radicales". Luego analizaría con escepticismo el rápido e incruento término del combate EE UU-Perú, dejando caer la sospecha de que algo oculto había en esta enmienda (en lo cual quizá tenía toda la razón). "¡Quién va a saber de esto más que nosotros!", dijo en su discurso final, proclamando, en otro escape del subconsciente, su propio y arraigado complejo adánico.

Riesgo para la región

Este enfrentamiento Alan-Fidel arrastra un serio riesgo: el de dividir a la región entre huelguistas y diezporcentistas respecto al problema de la deuda. Una nueva edición de la fábula de los galgos y los podencos que bien puede servir los usureros intereses de los acreedores. Por cierto, es el riesgo al que conduce la pretensión de imponer tesis propias, la compulsión de descalificar decisiones ajenas. La idea, bien poco revolucionaria, de que puede darse un liderazgo único para América Latina y el Caribe en esta etapa histórica. Tal vez por esto, el de La Habana fue un foro sin conclusiones.Fidel, a pesar de su notable inteligencia, no ha logrado vencer la tentación del protagonismo excluyente a lo largo de más de cinco lustros de Gobierno. Y esto quedó claro en La Habana cuando un periodista le preguntó directamente por su aparente rivalidad con el presidente peruano. Entonces Fidel estalló, diciendo que se trataba de una versión "peregrina, ridícula, propia de politiqueros". Como si él no hubiera emitido jamás aquel mensaje protector y arrogante. El mismo que documentaba su recaída en el viejo machismo revolucionario de sus años cincuenta y sesenta. Porque, aludiendo concretamente a aquel papel revelador, el líder dictó una sentencia tan breve como categórica:

"El mensaje es correcto", dijo. No podía ser de otra manera.

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