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Quitar los tópicos del camino

Creo que a la hora de aproximarnos a la que se ha dado en llamar poesía novísima conviene desbrozar el camino de algunos tópicos. Para ello nada mejor que comenzar preguntándonos si verdaderamente podemos hablar de un grupo generacional o si las distintas antologías -tengámoslas todas presentes- han marcado o no una pauta teórica en sus prólogos, o si, en definitiva, será oro todo lo que reluce en ese grupo de poetas que hace a la vez uso de un lenguaje novedoso y brillante, barroco y provocador, irracionalista y culturalista.Algunas de estas dudas han surgido en el seminario Tradición y modernidad: una aproximación a la estética novísima, que se celebró hasta ayer en la universidad de Santander. ¿Nos encontramos ante una verdadera generación o ante un grupo de poetas independientes y rupturistas cada uno a su manera? Desafortunadamente, se pretendió unir desde un principio la idea de generación novisima a los autores recogidos por Josep María Castellet en su antología, pero el esquema -demasiado deseoso de novedad, demasiado apresurado- pronto comenzó a hacer agua por todas las partes.

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Bastaba, por ejemplo, que nos preguntáramos- si en esa generación cabía incluir a Antonio López Luna -un poeta que irrumpe con gran vigor a finales de los años sesenta, pero que hoy se olvida- o al granadino Antonio Carvajal -un -poeta auténtico mal incluido en antologías- o a Luis Antonio de Villena -un poeta que supera muchos de los planteamientos culturalistas de primera hora-, para que toda idea de unidad generacional entrara en crisis.

Otra puntualización que cabe hacer de entrada es la de señalar la confusión que existe a nivel crítico a la hora de valorar la poesía última. Confusión que en parte nace de esa urgencia de etiquetar, de dogmatizar a nivel teórico de que comencé hablando.

Asistimos con estupor al hecho de ver cómo, salvo rarísimas excepciones, se opta por una actitud apresurada, cuando no cómoda. Se hace una crítica más epidérmica y recopilativa que valorativa. Todos sabemos ya que existen una serie de autores, grupos, tendencias y libros, pero poco se nos dice del contenido de esos libros. Nadie arriesga una valoración que no venga impuesta por los férreos dogmatismos del pasado. Allá en el fondo siempre hallamos entronizados los clichés del estudio previo de Josep Maria Castellet.

Un revulsivo

No cabe ninguna duda de que aquella antología constituyó en su día un necesarísimo revulsivo, un gesto de fértil corrosión, a pesar de que su propio editor haya señalado hace muy poco, en una entrevista, que aquella aventura "no fue más que un invento". El libro cumplió su misión provocadora, pero aquella estética de hace 15 años ha sido amplia y profundamente superada, tanto por las personas que la compartieron como por aquellas otras que vinieron a continuación (por 'los que se han dado en llamar novísimos de la experiencia). Lo que hoy ya no se puede hacer es aplicar los postulados de aquella primera antología -más sociológicos que literarios- a toda la poesía de los 15 últimos años.

A nadie se le oculta que a finales de los años sesenta surge en España una nueva sensibilidad poética, pero ésta tendría muy diversos orígenes. Hay coincidencias absolutas en cuanto a la necesidad radical de adoptar un nuevo lenguaje y sobre todo -lo que fue más decisivo- una necesidad de nuevas lecturas, una aceptación -a veces ciega y apresurada- de nuevas lecturas. La poesía salió de la frialdad, de un entorno prosaico y líricamente agotado, para volver a zambullirse y refrescarse en los movimientos literarios más inmediatos, más ejemplares: superrealismo, expresionismo, simbolismo, modernismo.

Ricardo Molina -crítico sensible y poeta excelente- vio muy poco antes de su muerte, con suma claridad, este fenómeno que nacía y nos previno al afirmar que había que ir con mucho cuidado a la hora de hablar de una originalidad plena al referirse a los primeros libros novísimos. Nadie podía ignorar la influencia de las nuevas lecturas, pero había que esperar, había que ver qué es lo que quedaba de aquellos primeros fuegos de artificio del lenguaje.

Y algunos poetas se han ido decantando en el tiempo, otros han agotado o han insistido en su espasmódico lenguaje, otros -los más jóvenes- prolongan inútilmente o luchan por negar la estética novísima de primera hora.

Nacimiento inevitable

Por todo lo dicho se comprende y fue inevitable el nacimiento de una nueva poética, y no por las razones sociológicas a que atrás he hecho referencia. Y esta nueva poética tenía que ser expresada a través de un nuevo lenguaje. Hasta aquí las coincidencias: necesidad de ese nuevo lenguaje, de una nueva sensibilidad, de unas nuevas lecturas. Ahora aquella poesía de primera hora parece haber refrenado sus excesos y todo lo que no es experiencia asumida parece no servir a estas alturas.

Incluso a través del ánecdotario -ese, anecdotarío que conviene que los estudiosos conozcan para saber la verdad de las cosas- se puede hacer una revisión de los primeros destellos novísimos. José Antonio Gabriel y Galán recogió no hace mucho, desde estas mismas páginas, parte del anecdotario de aquel proyecto novedoso (y amistoso) de Castellet. (Aprovecho la ocasión. para puntualizar que yo nunca intenté ni pretendí subirme al carro de aquella bulliciosa estética. Yo por aquellos, días a donde me subía era a un vapor que me llevó a tierras de Italia, a vivir lo que acaso otros sólo soñaban en los libros. Por ello he dicho muchas veces que nunca me he considerado, en sentido estricto, un poeta novísimo.)

Leamos, pues, despacio los libros, valoremos los frutos y no los productos, olvidemos los viejos clichés, quedémonos con esa nueva sensibilidad y con ese nuevo lenguaje que cohesiona el panorama y no con los viejos tópicos que lo deshacen. Hoy la poesía novísima, en su globalidad, aparece como una experiencia ejemplar y fertilizadora, superada en sus primeros y apresurados presupuestos teóricos pero avalada por la presencia de media docena de autores que parecen afrontar con firmeza los rigores del paso del tiempo.

Antonio Colinas poeta, premio Nacional de Poesía de 1982, es autor del libro de poemas Sepulcro en Tarquinia y de la novela Un año en el Sur.

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