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Editorial:
Editorial
Es responsabilidad del director, y expresa la opinión del diario sobre asuntos de actualidad nacional o internacional

El baño de sangre ya esta aquí

YA NO cabe decir que un baño de sangre se está incubando en Suráfrica. El baño de sangre ya está aquí. Lo que ocurre es que en vez de producirse, como los profetas del apocalipsis habían vaticinado, como una confrontación generalizada entre blancos y negros, es pura y simplemente una matanza institucional; el despiadado, miope y brutal asesinato de manifestantes, allegados o transeúntes en general por un poder que se llama cristiano -calvinista- y que asegura defender los intereses de Occidente en la punta meridional de África.Desde que la agitación cobró nueva fuerza el pasado mes de septiembre, más de 500 personas han muerto violentamente, la inmensa mayoría de ellas negras, y una parecida mayoría a manos de las fuerzas de seguridad. La situación en las últimas semanas ha ido agravándose de tal manera que el presidente surafricano, el afrikaner Pieter Botha, ha declarado el estado de emergencia en 36 distritos de la Unión, lo que equivale a una suspensión de garantías constitucionales y una licencia para tirar contra todo lo que se mueva, preferentemente de color oscuro.

¿Por qué en estos precisos momentos se produce este nuevo vendaval de agitación en Suráfrica? Hay que recalcar que ésta es una violencia institucional que no va dirigida a reprimir un aumento visible de las llamadas acciones terroristas contra el establecimiento blanco, sino que es una reacción desesperada hecha de miedo y de cólera ante la campaña de protesta civil iniciada por los dirigentes de las principales organizaciones no sólo negras, sino también de los mestizos y de los surafricanos de origen indio. Esa protesta civil no ha tomado en ningún momento a los blancos como objetivo, y si algunas violencias incontroladas se han producido han sido contra los colaboracionistas negros, los tío Tom de la situación surafricana. De otro lado, esa protesta es la cola airada de un fracaso político de primera magnitud del Gobierno de Pretoria. El intento de intitucionalización de un sucedáneo reparto a tres del poder legislativo con la creación de un sistema tricameral -asamblea de blancos, asamblea de mestizos y asamblea de indios- pretendía descongestionar la caldeada situación política y abortar la posibilidad de una alianza multirracial contra el poder blanco, detentado por apenas un 15% de la población. Ese fracaso se ha producido en dos fases. En primer lugar, con la masiva indiferencia ante las urnas de las poblaciones a las que se hacía regalo de esa carta otorgada. Menos de un 30% de mestizos y originarios del subcontinente se dignó participar en la mascarada que dejaba a los negros huérfanos de toda representación política directa. En segundo lugar, la desfachatez, que pretendía pasar por ilustrada, del Gobierno Botha ha movilizado a la gran mayoría negra en defensa de sus derechos ignorados. Ese es el origen de la protesta convertida en disturbios por la acción de la policía.

Como señala en un reciente artículo en The Washington Post el ex embajador norteamericano en la ONU Andrew Young, la responsabilidad de EE UU en una solución pacífica y positiva de la crisis es fundamental. Ha sido para complacer a la presidencia Reagan por lo que Suráfrica ha puesto en pie aprisa y corriendo su paquete de reformas; es la diplomacia norteamericana el principal apoyo -aunque no el único- que encuentra la política del apartheid mitigado. Y por ello éste es el momento de hacer algo más que .registrar su profunda preocupación", en la sutil prosa del Departamento de Estado; el de presionar a Pretoria para que ponga fin al exilio interior de Nelson Mandela y de tantos líderes moderados de la protesta negra; el de iniciar negociaciones con la mayoría de color para el desmantelamiento del Estado racista y al establecimiento de la democracia, que debería ser un proceso y no un cambio de la noche a la mañana, como comprenden perfectamente los líderes de color, desde el obispo anglicano Desmond Tutu al propio Mandela.

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Todo lo que no sea tratar inmediatamente el problema blanco de Suráfrica en los más altos foros internacionales y de hacer pesar toda la fuerza de Occidente para revisar la legitimidad de un Gobierno brutal sería dar como buena una política de falso apaciguamiento.

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