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El fin del maoísmo y la recuperación del islam

Las autoridades chinas aplican, en la actual política de reformas y apertura, una mayor autonomía y libertad de cultos para las 55 minorías étnicas que, junto con la gran mayoría (94% del total), integran el país más poblado de la tierra, con más de 1.000 millones de habitantes. La cuestión de las nacionalidades es muy sensible en las provincias de Xinjian, Mongolia, Tíbet y Yunnan. En Xinjian, con 13 minorías étnicas, la mejora de la situación es palpable. Un ejemplo es la ciudad de Kashgar, antaño cruce de culturas en la ruta de la seda entre el Extremo Oriente y Asía central.

En el Tibet, la situación es más compleja, debido al exilio del Dalai Lama, a quien las autoridades de Pekín permiten regresar si acepta no instalarse en la región autónoma, donde se ha restaurado el culto budista, devuelto reliquias confiscadas durante la revolución cultural y arreglado templos con los fondos de Pekín.Kasligar es la localidad más al oeste de Pekín -a 5.200 kilómetros-, en el cruce de la frontera de China con Pakistán, Afganistán y, sobre todo, la URSS. En Kashgar, con unos 180.000 habitantes, el 85% de la población pertenece a la minoría uigur. Hay unas 70 mezquitas, se profesa la religión musulmana y la mayoría de las mujeres casadas salen a la calle con un tupido y oscuro velo. "No hay tensiones y hemos restablecido todas las libertades de culto", insisten las autoridades locales de Kashgar. Lo que no excluye que para el visitante extranjero en ese oasis perdido en el desierto del oeste chino -abierto a los occidentales sólo desde la primavera del pasado año-, la impresión sea más la de encontrarse en un pueblo islámico de Asia central, que la de la clásica China.

"I'm a turkishman" ("soy del Turquestán"), dice un joven de Kashgar en un apurado inglés, cuando habla con un minigrupo de periodistas ameticanos y europeos, reunidos por el azar en el viejo hotel de Kashgar, antigua sede del consulado de la URSS en la región.

Hoy, Kashgar mira otra vez hacia la URSS -adonde dirige gran parte de su comercio-, cuya frontera se encuentra a 160 kilómetros. También hacia Pakistán en su vía de comercio o incluso de peregrinación hacia la Meca, después de la apertura, el pasado octubre, del pueblo fronterizo de Kunlun, en la carretera más alta del mundo, a unos 5.000 metros de altitud, donde los camiones de mercancías sustituyen hoy a los camellos de la ex ruta de la seda. Pero el comercio con Pakistán es escaso y sólo se intercambian algunos productos agrícolas, sedas, medicamentos y tabaco, que consume la minoría uigur de China.

Los donÚngos, en Kashgar, se concentra la población de los alrededores -cifrada en casi dos millones- en uno de los bazares más pintorescos del mundo. Las sedas alternan con los sacos de plástico de abonos agrícolas made in USA, y la venta de ganado con la mirada de cansado de uno de los pocos camellos que quedan en la zona, y que, atado por una pata, espera que su amo termine el mercado. Mientras los altavoces públicos difunden música y programas en lengua china, en la mezquita principal de Kashgar son numerosos los fieles que acuden a la tres de la tarde a la plegaria, bajo un calor canicular. Una práctica imposible en la época de la revolución cultural, cuando los guardias rojos cerraron las mezquitas principales, convirtieron otras en talleres y destruyeron unas cuantas.

"El Corán fue prohibido durante la revolución cultural", dice el gran imam de Kashgar, en lengua uigur, el patriarca Silai Chamallaban, de unos 71 años de edad y larga barba blanca. "Hoy", prosigue, "se pueden pedir libremente a Pekín los ejemplares del Corán que se consideren necesarios para la comunidad o incluso realizar peregrinaciones a la Meca". En Kashgar el Corán ya no quema. Se enseña en las escuelas, se restauran las mezquitas y se planifica derribar una estatua del que aquí nunca parece que se considerase como el gran timonel, Mao Zedong. Pekín lleva hoy una política de guante de seda en esta zona del país, tolerando las peculiaridades de la minoría uigur, kasajo, tadzhika, tatar, uzbeka, xibai, rusa, kirguiz y otras que viven en la lejana provincia autónoma de Xinjian, donde también llega la onda de apertura económica y, en consecuencia, social decidida por los actuales líderes chinos.

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