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Tribuna:TRIBUNA LIBRE
Tribuna
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El talante alemán

Duros tiempos de educación filosófica para algunos: resulta que nada es como parece; que las apariencias encubren la verdad de las cosas; que todo se da la vuelta, y que, para decirlo con el otro, con el que duerme -no al caso- en un recatado cementerio de Berlín Este, cerca de Brecht, de Becher y junto a Fichte: "Hay que reconocer que la esencia de todo es su inversión, su contrario". Acostumbrados desde hace más de un siglo a estremecemos ante la Medusa militarista, más tarde concentracionario-genocida nazi, se nos habituó a mirar con desconfianza hacia el gigante que ocupa el centro de Europa; parecía como si el espíritu -el Geist-, esa figura elevada, desconcertante, infinita, hubiese abandonado para siempre una de las que -fueron sus moradas de predilección: esas llanuras interminables de abedules y ralas hierbas, embozadas perpetuamente en su blanca neblina (las lagunas y charcas son allí abundantes y desprenden un vaho ligero que todo lo hace borroso). H. von Kleist, desesperado, meditabundo, agrio, cortante, fragmentario, bien podía habitar, nacer, morir en esas tierras de profunda y secreta nostalgia. Pero el espíritu se había volado, ahuyentado por el tronar ritmado de botas, pistoletazos, noches de cristal, noche y niebla (Nacht und Nebel), ahuyentado por los estúpidos ladridos de la voz de Mein Karripf.

El gran Luckacs, alimentado, reconfortado en esas mismas fuentes (Schelling, Hegel, Marx), había de colaborar en el trabajo histórico de demolición, de desconsideración y desconfianza; a su manera, por cierto, rigurosa, hasta en extrerno rigorista, doginatizadora a veces: la Destrucción de la razón, una de esas obras ante las que uno' se queda pasmado; a tales aberraciones de apreciación puede llegar una reflexión puntual, precisa y profunda.

La génesis del irracionalismo y de la barbarie nazi-fascista fue a buscarse en las páginas, tensas de libertad y audacia, de Fichte o en las -cómo denominarlas?- sublimes, enardecidas y disparadas especulaciones metafísicas de Schelling.

El monstruo germánico

Así, y con el refuerzo de una terrible experiencia histórica, fue surgiendo el espectro del monstruo germánico, el fantasma de un enloquecimiento colectivo. Desde las tesis de Wittenberg hasta la teoría estética de Adorno, toda la experiencia histórico-espiritual de Alemania quedaba sellada con el marchamo de la especulación inútil y peligrosa. Podían llegar entonces los ágiles, los deslenguados, los alígeros corifeos de una pseudolatinidad; peor aún, los zafios, ínfirnos, estrechitos de tesis y mollera, colonizadores de IBM, de la computadora anglosajona; podían entrar, por último, irrebatibles, en la cresta de una ola de autosatisfacción, arrogancia, pedantería y vaciedad, los neoilustradores parisienses.

Alemania y su asombrosa experiencia meditativa-intelectual se abandonaban con desprecio, desconfianza y temor. Se llegaba a tirar por la borda, con chunga autosuficiente, la raíz humanista, eje de toda su filosofía clásica: ¿no explica, acaso, Schelling el arte como una de las -exposiciones (Potenz) del absoluto, hombre mediante?

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Este proceso, en parte explicable, aunque injustificado, iba- a ser integrado en una operación político-ideológica de largo alcance: con la especulación germánica se evacuaban totalidades, generalidades, brumosas mediaciones del hombre en lo histórico-social, adelantándose hasta las candilejas las bailariInas de un nietzscheanismo de saAón, liberal, ayanquizado, escéptico, tolerante o sólo intolerante.en lo que toca a la contabilidad y al profit.

Los que por inclinación y gusto -hasta por Beruf- nos habíamos educado a duras penas en las ánidas estepas de lo germánico (a duras penas, ya que jamás disfrutamos de una bequita para Alemania y el exilio francés nos lo ganamos a fuerza de trabajo y a veces privaciones) apenas nos atrevíamos a mencionar nuestras fuentes. Estaban maculadas por. una maldición a priori.

Un potente vendaval

De pronto, todo cambia; un potente vendaval barre las interesadas brumas, los velos de incomprensión que se habían tendido sobre ese país. La tradición luteranokantiano-hegeliana entra en fermentación, y su rectitud de alma, su hondura y seriedad desembocan en el movimiento pacifata más poderoso, más hondo y más ancho de toda Europa. La vieja Alemania recoge el mensaje marcusiano y, a trancas y barrancas, mal que les pese a los especialistas en socioentomología, a trancas y barrancas y bandazos, surge el movimiento radical-alternativo y hasta el imperativo categórico en la persona de Baader.

. Entonces, como en la comedia del siglo XVII, todo se invierte. De la del peligro militarista se pasa a la cantinela de la aberración pacifista alemana. ¿En qué quedamos?

París,capitale de la dauceur, de la colaboracion y del mercado negro, con gestos comelianos, se viste la armadura de un chovinismo con cohetes y se pone a entonar una agresiva Madelón: comerse al ruso, combatir el mal absoluto, la URS S, el comunismo, el goulag ... ; defender, hasta el último polaco, una libertad sindical -que en Francia combaten y que muy poco les importó en septiembre de 1939. Y con la cancioncilla franco-yanqui al unísono, todos los frioleros, los achacosos, los renqueantes de un Occidente entumecido de podredumbre, de alma sarnosa y deleznable, todos a conjurar la presencia de ese gigante, de ese espectro, potencialmente revolucionario y salvador, que recorre hoy el centro de Europa.

Movimiento de salvación, de sentido común y de promesas, que afirma lo que algunos han dado como estúpido y como para siempre -¡los pobres!- descartado: que la intelligentzia, lejos de limitarse a juegos y querellas intestinos e intestinales, debe y puede comprometerse en los combates históricos; que las iglesias, ajenas a cualquier angelismo, pueden convertirse en espacios de predica-, ción contra la guerra, por el desarme simultáneo y controlado, por la dislocación de los dos bloques; que las universidades alemanas no desdefian, como no desdeñó Jaspers en su momento, ni lo hacen hoy G. Grass, H. Böll y otros, la intervención en el debate, en la lucha por la de snucleariz ación de Europa, por la paz.

Manuel Ballestero es profesor de Filosofia en la universidad de París.

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