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DECIMOOCTAVA CORRIDA DE LA FERIA DE SAN ISIDRO

Victorino da cordilla

Esta vez Victorino no trajo toro encastado y fuerte, sino tora plasta. Hizo como los carniceros pícaros cuando las amas de casa les piden solomillo: las distraen con una mosca que tienen amaestrada al efecto, y aprovechan para meterles en el peso cordilla. "Que no me ponga gordo, Victorino", dicen las amas de casa, mientras hacen mohina con la manita.

Pues eso. Lo de ayer era cordilla. En lugar de mosca, Victorino se valía de los aviones que sobrevuelan la plaza y aprovechando que los mirábamos, nos ponía cordilla. La afición también le hacía mohína con la maníta y se enfurrufiaba, pero con afecto, porque Victorino tiene unos servicios prestados a la afición, que se le reconocen. Los toros que presentó eran, por fuera, de irreprochable trapío, y esa lámina exclusiva de la divisa, que tanto gusta y que tan bien representa al ganado de bravo. Sin embargo, por dentro llevaban las tripas revueltas, o sueltas, y por dos nobles que hubo, los demás hacían gala de su mala catadura y escupían por el colmillo.

Plaza de Las Ventas

31 de mayo. Decirnoloctava conrrida de San Isidro.Toros de Victorini Martín, con trapío, mansos y flojos. Ruiz Miguel. Pinchazo y estocada (petición y vuelta). Estocada atravesada, dos descabellos -aviso- y otra estocada (vuelta) Tomás Campuzano. Estocada corta caída perdiendo la muleta (silencio). Pinchazo hondo, bajonazo y dos descabellos (algunos pitos). Luis Reina Pinchazo y estocada caída (silencio). Pinchazo hondo, otro bajo y estocada (aplausos y salida al tercio).

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Se podrá destacar que un toro, estoqueado en el tercio, caminó hasta el centro del ruedo y allí murió de pie, suceso que da imagen de bravura y la afición docta mágnífica, porque es regla que los tratados taurinos contemplan, y se podrá destacar también que el cuarto y el sexto embestían con nobleza. Retórica, a fin de cuentas. Pues lo que espera de los Victorino la afición no es eso. Lo que espera es que derrochen casta tengan fuerza, derriben, impongan su ley, transmitan emoción.

En cambio, ninguno derribó, ninguno tenía fuerza. Pocos - exhibieron la casta que ha dado fama a la ganadería. Hubo decepción ge neral. Pero como Victorino tiene indulgencia plenaria, las culpas del fracaso estuvieron a punto de pagarlas los propios toreros. En este sentido, Campuzano salió mal parado. Con un desabrido lote intentó torear por cada pitón, en diferentes distancias, cambiando terrenos. Demasiado expuso pues el público no se lo tenía en cuenta y hasta le pitó en el sexto cuando iniciaba por gaoneras el quite del perdón. Como dijo uno, que va para académico: "Lo que pasa es que hay muchos pasionistas".

A guisa de contraste, los pasionistas se unieron para premiar con una ovación de gala el arrastre del cuarto, que en realidad había sido aborregada mole. Flojucho, apenas le pudieron picar, y de llevar otro hierro seguramente habría suscitado levantiscas actitudes en el tendido. Eso sí, tomaba humilladó los engaños y Ruiz Miguel le instrumentó series de naturales y redondos corriendo muy bien la mano, con los que construyó una faena poderosa y vibrante. La calidad del toreo estaba siempre por encima de la clase del toro. Y más -por encima estuvo en el primero, un manso reserván, al que templó y bgó series importantes de pases, a fuerza de consentir y obligar. Tanto se confió, que en un desplante salió por los aires.

El sexto aún resultó más pastucflo y Luis Reina lo muletó con gusto. Su faena, bien planteada, alcanzó momentos de calidad porque imprimía temple y hondura a las suertes., Pudo ser de oreja, pero mató mal. Había venido Luis Reína a Madrid con una voluntad de triunfo que hizo patente ya en su primer toro, al que recibió a p orla gayola. Salvó con limpieza la ciega acometida, pero en las verónicas resultó arrollado de mala manera. El Victoririo desarrollaba sentido y Regó bronco al último tercio. De un gañafón le desaté los machos. Terrible sensación debe ser para un torero verse con los machos colgando por la "caricia" de un toro. Sin embargo Reina no debió sentirla y continuó porfiando al albur de que algún pase resultara medianamente posible. Ni medianamente posible resultó.

Todos los Victorino claudicaban patas abajo, ninguno inquietó a los caballos, acusaron mansedumbre. Mala carne sirvió el ganadero; cordilla de esa que disgusta a las amas de casa y a la afición. "Que no me ponga usted gordo, Victorino". Lo puso. Como ya tiene la tienda acreditada y le sobra clientela, se permite estos desahogos. Y el año que viene volverá a llenar la plaza.

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