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El Intruso del palacio de Buckingham', absuelto por un tribunal de Londres

Andrés Ortega

Allanar la morada de la reina Isabel II de Inglaterra y beber el vino de su hijo, el príncipe de Gales, no son razones suficientes para condenar a nadie. Michael Fagan, el intruso en la alcoba de la reina, fue declarado ayer no culpable, por un juzgado del Old Bailey de Londres, del supuesto delito de haber robado media botella de vino en el palacio de Buckingham en la noche del lunes 8 de junio. Fue en una excursión posterior por palacio, el 9 de julio, cuando Fagan tuvo su breve conversación con la reina, pero esto no es objeto de delito.

Poco antes de la medianoche del 8 de junio, Michael Fagan saltó la verja del jardín del palacio de Buckingham, la residencia oficial en Londres de la soberana británica y después trepó por una tubería hasta el tercer piso del edificio.Ante el jurado del Old Bailey -el tribunal central para asuntos criminales- figuraban una botella de vino blanco californiano Vache, Johannesburgo Riesling, vacía; un plano de palacio y quince fotografías.Miss Carter, criada de palacio, estaba leyendo tranquilamente en su cama cuando vio una mano en la ventana. Con un susto mayúsculo y creyendo (lo que era verdad) que habían entrado en su alcoba, salió a buscar a dos compañeras.

Inmediatamente dieron la alarma a la policía de palacio, pero ésta no logró localizar al intruso.

Fagan estuvo media hora en palacio "mirando las obras de arte", según explicó. En sus paseos por los pasillos llegó a la habitación 108, donde los príncipes de Gales guardaban los regalos que estaban llegando con ocasión del entonces inminente nacimiento del príncipe Guillermo. Fagan revolvió algunos papeles, abrió un armario, y allí vio la botella de vino. Con ayuda de unas tijeras, empujó el corcho y bebió. Después, volvió a salir de palacio.

Fagan se declaró no culpable d este supuesto robo, si bien admitió el allanamiento de morada y el haber bebido esa botella sin permiso de su propietario. Jurídicamente, según la fiscal Barbara Mills, se trataba de saber si Fagan "actuó deshonestamente e intentó privar del vino a su propietario".

Desde el banquillo, Fagan declará que había estado esperando a ser arrestado en palacio, asegurando que no había intentado esconder su presencia. "Le hice un favor a la reina demostrando la debilidad de su seguridad", afirmó el acusado. Para esto no necesitaba beberse el vino, replicó la fiscal, a lo que Fagan contestó: "Pensé: "Felipe (de Edimburgo, consorte de la reina) va a llegar en cualquier momento y yo voy a estar aquí bebiendo el vino'. Tenía sed y no pude encontrar un grifo... Ese día había trabajado duro por la reina. Nadie me había visto e incluso me senté en el trono".

En la abarrotada sala número uno del Old Bailey -donde fuera condenado el destripador de Yorkshire-, el juez había explicado al jurado la publicidad de que había sido objeto este caso, "que no es muy grave". Jersey rojo, camisa blanca y pantalones azules, Fagan interrumpió en alguna ocasión la vista con extraños ruidos. No quiso jurar ante una biblia, pues "no soy refigioso". Cuando se le presentó una hoja con instrucciones en las que se decía "diga su nombre en voz alta", Fagan dijo: "Digo en voz alta mi nombre, Michael Fagan", para gran enojo del juez.

De treinta años de edad, casado, con cuatro hijos y sin empleo, Fagan no parecía preocupado. Su mujer no estaba presente. Entre el público se hallaban sus padres y sus dos hermanas, Marjorie y Betty. En algunas ocasiones, su madre no pudo aguantar el soltar algunos sollozos. Tras la vista, se marcharon sin hacer declaraciones. No culpable -aquí se trata de esto y no de inocencias-, había dictaminado el jurado.

Fagan no fue puesto en libertad. Aún tiene que comparecer ante este tribunal por dos supuestos delitos: el de tomar un coche en Londres el 16 de junio sin permiso de su propietario y el de pegar a su hijastro, Dean Martin, el 26 del mismo mes. Fagan se declaró culpable en el primer caso, pero rechazó esta postura en el segundo. La vista se celebrará el 4 de octubre.

La intrusión en la madrugada del 9 de julio en la alcoba de Isabel II, con la que conversó durante diez minutos, no ha sido objeto de juicio, ya que el caso hubiera presentado problemas de pruebas y de testimonios, pues el más directo hubiera sido el de la reina, que tendría que ir a declarar.

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