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La invasión israelí de Líbano

Los desheredados de la guerra vuelven a sus casas

ENVIADO ESPECIALCentenares de vehículos y camionetas, donde se hacinan familias enteras, rebosantes de cajones y maletas descoloridas y raídas, avanzan lentamente, en fila india, por la carretera costera que lleva de Beirut a Tiro. Millares de libaneses, que huyendo de los combates se instalaron en las afueras de Beirut, han tomado al carretera del norte para volver a sus casas.

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"¿Tienen una casa aún?" pregunta un periodista brasileño que comparte con nosotros el vehículo que circula en dirección opuesta hacia Beirut. El oficial de enlace israelí que nos acompaña, no responde. Ha visto, como nosotros, la destrucción en Tiro, en Sidon, en Damur. Ha visto, como nosotros, las masas de refugiados postrados en la cuneta de la carretera, con la mirada apagada, sin fuerzas, cubiertos desde hace tiempo por el polvo y el barro."Hemos tenido suerte y Alá nos ha protegido. Vivo allí enfrente en el tercer piso", dice un joven médico musulmán, cirujano en un hospital de Sidon.

"Es duro. No tenemos agua, electricidad y casi alimentos. No hay suficientes medicamentos y aún es peor la suerte de las personas que no tienen un techo. En pocos minutos, centenares de familias, ancianos, se han convertido en refugiados, despojados de todo".

"¿Cómo os desenvolveréis en tales condiciones?". "Por el momento, suministran un mínimo de pan y agua para los adultos, leche para los bebés y nos han prometido medicamentos urgentes. Las personas comienzan a organizarse. Mire, ese almacen ha vuelto a abrir sus puertas hace algunas horas. Como usted sabe, nosotros los libaneses somos gente trabajadora, habituados a las degracias y los sufrimientos. Somos un pueblo pequeño que ha aprendido el arte de sobrevivir".

El oficial israelí que se mantuvo al margen durante la conversación se aproxima. El cirujano le pide que intervenga ante las autoridades militares en favor de "centenares de habitantes de Sidón, detenidos equivocadamente". Se les ha confundido con palestinos. "Son musulmanes, pero libaneses. No todo musulmán es un terrorista", añade el médico.

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Nuestro deseo es ver los barrios palestinos. Imposible, responde el oficial, la mayor parte de la población ha huido. Otros están detenidos o muertos. Los campos de refugiados están vacíos. Insistimos para hacer un camino de circunvalación de Sidon y tomar una carretera lateral. "Es muy peligroso por ahora. Los palestinos armados, en pequeños grupos o incluso solos, como lobos, acechan en los arbustos, en las ruinas de una casa abandonada y disparan contra todo lo que se mueve. Tal vez, en algunos días sea posible, cuando el Ejército israelí tenga dominada completamente la región".

La carretera se vuelve intransitable, hundida por el peso de los tanques. Al cabo de cinco horas (la distancia no es más de 150 kilómetros) llegamos al este de Beirut por un atajo, vigilado por los carros israelíes estacionados en una colina. Ni un trazo de guerra creíamos soñar. Una ciudad es pléndida, con chalés de rebuscada arquitectura y almacenes lujosos.

Musulmanes con cristianos

"Todo ocurre ahí abajo, la guerra civil y ahora los bombardeos israelíes". "¿En la ciudad musulmana?", preguntamos a un vigilante gustoso de hablar francés. "Eso de la ciudad musulmana no es cierto. Doscientos mil cristianos viven tambien aquí. Es la gente pobre la que vive en la parte baja". Evidentemente los barrios elegantes de los cristianos han escapado a las desgracias de la guerra. La ciudad ruidosa, con la gente hacinada, el puerto, el aeródromo, todo eso es Beirut y se encuentra abajo, en el valle, donde está el centro de los combates.

"¿Qué piensa de la llegada de los soldados israelíes a sus casas?".

"Son bienvenidos, que Dios les proteja".

"Esto estaba ocupado por los palestinos y los sirios y ahora se añade un tercer ocupante, los israelíes, y ¿usted está contento?".

"Usted no puede comparar a los israelíes con los otros dos" comenta con indignación. "Necesitábamos al Ejército de Israel para que nos deshiciéramos de palestinos y sirios".

Junto un hombre con cierto porte, vistiendo una lujosa corbata y gafas con montura de oro, tercia en la conversación: "Necesitábamos a los israelíes para exterminarlos a todos".

"¿Quienes son todos?".

"Los palestinos".

"¿Quiere usted decir a todos los palestinos armados?".

"No, no, a todos los palestinos, incluidos los niños".

Tiene una voz dulce y habla correctamente. "Debe comprender que los niños de hoy serán los terroristas de mañana. Los conozco bien. En 1976 detuvieron a mi hermano y le torturaron durante cuatro días y después le dejaron libre. Mi hermano aún guarda trazos de lo que le hicieron. Es necesario que los israelíes les destruyan a todos, que acaben con esa gentuza".

"¿Por qué no lo hace usted mismo? ¿Por qué encargar esa tarea a los israelíes?".

Con mirada ofuscada e indignación responde: "Nosotros, los libaneses, somos gente pacífica".

En cada esquina de la calle, nuestro vehículo es interceptado en un control del Ejército libanés, de los falangistas, de otras milicias cristianas.

Cuando se dan cuenta de la presencia del oficial israelí, con una sonrisa cómplice dicen: "Pasen".

Chez Emile es un restaurante de moda, una familia libanesa desayuna copiosamente. Jacques Ch., importador de carne, se muestra optimista. Piensa que Líbano tiene ahora una oportunidad de reencontrar su unidad de volver a ser "libre, independiente, bajo un Gobierno fuerte".

"¿Qué piensan de la llegada de los israelíes?". Risas como respuesta. Se les esperaba en el sur, pero no en Beirut. Insisto: "¿Es el comienzo de una ocupación?".

"No, Israel no tiene interés en permanecer en Líbano. Esperan, como nosotros, una solución a la crisis libanesa. Después se marcharán". "¿Y los sirios?". "Esos son los ocupantes. Espero que los echen".

Una joven cuenta sus desgracias estallando en carcajadas. Su casa estaba en una verdosa colina ocupada por los sirios al este de Beirut. Los carros israelíes frenaron a cien metros, "supliqué al comandante de los blindados israelíes que avanzase un poco más y no quiso".

A continuación, ella, una hermana, sus dos hijos, una criada y su anciana madre se instalaron provisionalemente en la parte baja de la ciudad en poder sirio. "Es la vida en Líbano", dice, "todo es provisional. Pero se vive bien. Mire, después de ocho años de guerra...".

Vuelven las risas y Jacques Ch. levanta su vaso: "Líbano será siempre Líbano. Los ocupantes se marcharán un día y volverán los turistas. Tenemos paciencia. Seis mil años de civilización no es poco. Rogamos a Dios para que dé sagacidad a nuestros políticos, a los árabes, israelíes, norteamericanos y soviéticos".

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