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La invasión israelí de Líbano

Centenares de palestinos han sido deportados a Israel

ENVIADO ESPECIALNo menos de tres horas y media, por accidentadas carreteras de montaña atiborradas de refugiados y salpicadas de controles, falangistas e israelíes, son necesarias para recorrer los 35 kilómetros que separan Beirut de Sidón, la capital del sur de Líbano. Ha sido en esta ciudad, donde, según la radio del Ejército israelí, "las Fuerzas Armadas de Israel libraron sus más duros combates, porque los palestinos luchaban casa por casa", y en los que hubo más de 2.000 muertos.

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Los controles israelíes en carretera nada tienen que ver con los de la milicias cristianas, a la salida de Beirut, donde tres falangistas pegaron a culatazos, ante varios periodistas, a los tres ocupantes de un coche, uno de ellos minusválido, por el mero hecho de "ser palestinos".En los doce controles del Tshal -el Ejército hebreo-, el soldado de turno, que habla perfectamente árabe, controla los pasaportes y pregunta al taxista a dónde se dirige con una sonrisa de rigor.

El espectáculo de Sidán no incita a sonreír. La segunda ciudad de Líbano, con cerca de medio millón de habitantes -125.000 palestinos-, está destruida en un 50%. No hay una sola casa que no haya sido algo dañada, y el gran campamento palestino de Ain Helue, el mayor de Líbano, con sus 80.000 habitantes, ha sido totalmente arrasado.

"A esto se le puede llamar fascismo", afirma con lágrimas en lo ojos Mohamed Kraem, palestino, uno de los escasos supervivientes de los once días de resistencia que opuso el campamento a los asalto del Ejército israelí.

El último reducto de la resistencia, integrado por unos dosciento fedayin, "no se rindió: cayó el jueves 17 por falta de combatientes", explica, orgulloso, Mohamed Kraem en un alemán vacilante aprendido en Berlín Occidente cuando trabajaba de camarero. "Ni los bombardeos, ni las perso nalidades musulmanas que actuaron como mediadoras ante los de fensores de Ain Helue", precisaba el diario independiente hebreo Haaretz, "lograron convencerles de que entregasen las armas".

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Las excavadoras han rematado la labor de la aviación y de la artillería del Tshal, que bombardeó, durante días, casi sin interrupción el campamento, convirtiéndolo en un montón de escombros, borrándolo del mapa.

Ain Helue es ahora un solar por el que, a pesar del olor insoportable que exhalan los cuerpos sin vida de fedayin sepultados bajo las ruinas o los que se descomponen al aire libre, viejas mujeres palestinas deambulan removiendo inútilmente los escombros en busca de algún mueble, algún utensilio que puedan recuperar.

En la plaza principal, la del general Cheib, al lado de un camión rojo cargado con media docena de cadáveres envueltos en bolsas de plástico, otras mujeres palestinas, más jóvenes y rodeadas por enjambres de niños, se agolpan ante un vehículo militar israelí para pedir comida.

Sospechosos golpeados

"No hay nada en Sidón, ni alimentos, ni agua, ni luz, ni alojamientos, ni condiciones sanitarias decentes tras la destrucción de tres hospitales, uno de ellos del Estado, en cuyo bombardeo murieron treinta personas", asegura Francis Capet, médico belga al servicio del Creciente Rojo palestino, que permaneció tres días detenido por los israelíes.

La historia de Francias Capet es bastante similar a la de tantos otros habitantes de Sidón, palestinos en su mayoría, sospechosos de colaboración con el terrorismo, a pesar de no haber tomado parte en los combates.

Cuando los militares israelíes le condujeron al colegio Saint Joseph, transformado en cuartel general, para que pasase, junto con cientos de palestinos, ante un denunciante anónimo con la cara tapada por un pasamontañas y el cuerpo cubierto por una sábana, éste, al verle, movió afirmativamente la cabeza. Capet no entendió que había sido reconocido culpable, hasta que un oficial israelí le puso la mano sobre el hombro y le dijo al oído: "Va usted a pasar unos días desagradables".

Su corta cautividad fue una sucesión de esperas, sentado en el suelo con las manos esposadas, entrecortadas por interrogatorios en los que se le preguntaba con la mayor corrección "si sabía que trabajaba para los terroristas", o "dónde se encontraba el cadáver del piloto israelí de helicóptero muerto a principios de mes", antes de la invasión.

Su nacionalidad le salvó probablemente de los golpes, aquellos que impartían a sus compañeros palestinos, "sin ánimo aparente de dañar o de romper algún hueso, sino, simplemente, para amedrentar".

Siempre con esta intención, un carro de combate se lanza sobre unos presos sentados en la acera, parándose a escasos centímetros del primer palestino.

Al tercer día, Francis Capet salió de Saint Joseph con su camisa marcada al dorso con una cruz blanca, "parecida a aquella estrella amarilla que llevaban los judíos en las ciudades de Europa sometidas a la ocupación nazi". Pero otros que pasaron peor el interrogatorio o que estaban fichados por la seguridad israelí fueron deportados a la fábrica de refrigeradores Safar, situada a tres kilómetros de Sidón, o al mismo, Israel, al ritmo diario de siete autobuses durante una semana: más de 2.000 personas en total.

Millares de víctimas civiles

Nadie se atreve a proporcionar todavía un balance definitivo del número de víctimas. Más pesimista que la Cruz Roja libanesa, que evalúa en mil personas el número de civiles que han perdido la vida, el doctor Ousseiran, director de un hospital que lleva su nombre, calcula en ochocientos palestinos y quinientos líbaneses el número de muertos en Sidán, "aunque todavía nos quedan muchos por descubrir, como los 125 cadáveres que están probablemente atrapados debajo de ese edificio derruido de ocho plantas en el centro de la ciudad".

Las víctimas de la batalla de los campamentos de refugiados palestinos duplican, como mínimo, según fuentes médicas concordantes, las de Sidán intramuros.

A pesar del diluvio de fuego que cayó sobre la capital del sur, bombardeada intensamente durante tres días mientras su población permanecía en las playas, los habitantes libaneses de Sidón no han acogido a los israelíes como a un ejército invasor.

Años de tensa convivencia con los palestinos explican que "las pequeñas fricciones surgidas en las relaciones con el ocupante; a propósito de la distribución del pan o del agua por los camiones cisterna o la detención abusiva de libaneses inocentes, sean todavía bien aceptadas por las gentes", comenta el director de una sucursal en Sidón del Banco Beirut-Riad, que prefirió no divulgar su nombre.

La excursión a Sidón concluye con la interceptación de los periodistas por la policía militar hebrea, que les acompaña hasta el recién estrenado Gobierno Militar israelí, en la misma escuela Saint Joseph.

Cualquier discusión es inútil con los militares israelíes. Mientras un agente de la policía militar se apodera de una película rodada por Televisión Española, una oficial de alto rango, que se negó a identificarse, afirmaba en tono enérgico: "Si hiciese correctamente mi oficio tendría que incautarles todos sus apuntes."

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