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Abel Gance despedido en Francia como un "genio irrealizado"

Elogios en la muerte de uno de los más portentosos creadores del cine

El apóstol, el visionario, el profeta, uno de los más portentosos creadores del cine; de todo esto, ahora que ha muerto, a los 92 años de edad, es calificado Abel Gance. A pesar de algunas condecoraciones y medallas y, sobre todo, a pesar de su película cumbre, Napoleón, el que hubiera deseado ser el Víctor Hugo del cine murió insatisfecho, y aunque a título póstumo se le ofrecen todos los piropos, nadie queda tranquilo en este país al contemplar la trayectoria de «un genio irrealizado».

«He practicado la prostitución, no para vivir, sino para no morir», dijo Gance hace pocos años. Y hace ya más de treinta años, en el Festival de Cannes, al enterarse de la muerte de otro gran cineasta francés, Jean Epstein, patéticamente manifestó: «Si mi voz está quebrada es porque yo también tengo la boca llena de tierra y porque a mí también me ha matado el cine francés. En este momento es un muerto el que os habla de otro muerto». Y otra frase suya aún, pero del año 1917: «Tenemos que concentrar todos nuestros esfuerzos jóvenes para alcanzar esa posibilidad: la alquimia del cine». Y otra frase, pero de hace menos de diez años: «El cine de mañana debe estar a la altura de la grandeza de la era atómica y así se convertirá en la verdadera magia para la que fue concebido ».Todas estas citas, que matizan la personalidad de su autor, fueron resumidas ayer por un crítico que reconocía «el entusiasmo juvenil que dominó su vida hasta el último respiro». Y uno de los que fueron sus ayudantes, ya anciano también, no contuvo ayer su migaja de rabia ante tantos laureles post mortem: «No sé a qué vienen ahora tantos lloriqueos si en vida nadie quiso comprenderlo».

Ser capaz de sonar públicamente toda su vida, estrellarse contra el pan de cada día constantemente, morir joven a los 92 años, y todo ello por creer y vivir el cine como un arte total, superior a todo. Y por afirmar y creer a ciegas, trabajando y viviendo, que la «alquimia del cine» podía explicar ese supermercado de cosas concretas e inexplicables que es el ser humano. Ese fue el hombre que murió anteayer, tras una vida dedicada al delirio, a la elaboración de la epopeya, de la fantasmagoría, del lirismo tumultuoso.

No hace aún mucho tiempo, en una deliciosa plaza del barrio Latino (la Contrescarpe), poblada por un mundo marginal, podía observarse a Gance, rodeado de muchachas jóvenes alucinantes y alucinadas, ni escéptico ni lo contrario. Continuaba explicando lo que podía ser la alquimia del cine.

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