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La Asociación de Compositoras de Estados Unidos favorece la difusión de obras musicales escritas por mujeres

Organizó un ciclo de conciertos en el último Festival de Viena

Al filo del último Festival de Viena, los melómanos vieneses han podido asistir a un cielo de conciertos que podríamos denominar relvindicativos. Durante varias semanas de junio y julio, un grupo de solistas femeninas han interpretado obras de 41 compositoras de diversa época y nacionalidad. Actividad coincidente con la que desde hace tiempo desarrolla la Asociación de Compositoras creada en Estados Unidos.

La mujer reclama así -con toda razón- una capacidad que, no se sabe por qué, se le ha venido negando: la de creación musical. Nada puede justificar semejante hipótesis si no es el patriarcado de la sociedad, lo que ahora vulgarmente se denomina machismo. En cambio, sin mejores justificaciones, se concedió a la mujer la gracia de la interpretación.Aun contando con la función encomendada por la sociedad a la mujer, durante siglos, poco propiciadora de la actividad de la composición, ¿posee suficiente base histórica y estadística esa negación de la inventiva musical femenina? Susan Stern, en su libro Women composers (Mujeres compositoras), publicado en 1978, reúne -sin posiblildades exhaustivas- casi 2.500 nombres de autoras. Karl Zelenka, dos años después, estudia la vida y la. obra de trescientas compositoras en su obra Komponierende Frauen (Mujeres compositoras). Este mismo año ha aparecido en la República Federal de Alemania el estudio más consistente sobre la materia: Komponistinnen aus 500 Jahren (Compositoras de quinientos años), original de Eva Weissweiler.

Panorama

No pretendemos descubrir a estas alturas ningún Beethoven con faldas, ni lo pretenden los citados autores. Sí queda claro que el genio creador no es, ni tiene por qué ser, algo exclusivo del hombre; se comprueba analizando los días y trabajos de esas 2.500 mujeres, entre las que figuran verdaderos talentos.Lo tenía en alto grado Francesca Caccini (Florencia, 1588-1640), que fuera alumna del gran Giulio. En sus óperas Rinaldo enamorado y Ruggiero de la isla de AIcina, así como en su Primer libro (le música a una y dos voces, la Caccini justificó plenamente su ascendencia.

En la corte de Federico el Grande brillaron Anna Amalia, princesa de Prusia, cultivadora de todos los géneros, y Julia Reíchardt (Postdam, 1752-Berlín, 1783), hija del violinista Franz Benda y antecesora, por tanto, de Hans von Benda, tan conocido y querido en España. La Alemania romántica puede quedar representada por la hermana de Mendelssohn, Fanny (1805-1847), y la mujer de Robert Schumann, Clara, de cuyas obras existen hoy algunas grabaciones discográficas. Entre las compositoras de nuestro tiempo, Helga Bögner y Tona Scherchen, nacida en China, hija del gran director Hermann Scherchen, defienden la posibilidad y el empeño creativo de la mujer alemana.

Ethel Smith (1858-1944) y Elisabeth Lutyens (Londres, 1906), británicas, se han movido con normalidad en el ambiente musical europeo, lo que sucede a Thea Musgrave, formada con Nadie Boulanger y cultivadora de las tendencias de vanguardia en Soliloquio o Cantata para un día de verano.

Durante el imperio del estilo de salón, la obra de Cécile Chaminade (1857-1944) alcanzó éxitos fuera de lo común. Las piezas breves, amables y virtuosistas de doña Cecilia sonaron en todos los pianos caseros. Si se revisan hoy encontramos -como decía Markevitch- que son siempre mejores de lo que suponíamos. En Francia (uno de los países que mayor atención ha dispensado a la mujer compositora) nació y murió joven Lili Boulanger (1893-1918), de tan extraordinaria sensibilidad como perfección de escritura -«calidad de página», dice Marías- en sus lieder y salmos, en la cantata Fausto y Elena, y tantas obras inscritas en la tradición poética e impresionista francesa. Hablamos de compositoras, y merece la pena aludir a Nadia Boulanger, la hermana mayor de Lili, maestra de docenas de grandes compositores europeos y americanos a lo largo de su dilatada carrera.

La belga Jacqueline Fontyn, la francesa Betsy Jolas (1926), la polaca Grzyna Bacewicz, la suiza Marguerite Roesgen-Champion (que usa el seudónimo de Jean Delysse), las argentinas Hilda Dianda y Alicia Terzian, la colombiana Jacqueline Nova, la estadounidense Paulina Oliveros, que trabaja la electroacústica y la música de luces, todas ellas de nuestro tiempo, lograron vencer todo resto de ajeno prejuicio y gozan de análoga estimación a la de los buenos compositores. No hay ya barreras y, en ciertos casos (como en el de Bacewicz), se trata de una auténtica maestra y recibe honores de maestra.

No será necesario para entrar en contacto con la situación en España acudir a las amarillentas páginas de María Malibrán o disputarnos con Austria la herencia de Mariana Martínez. Hay compositores en el renacimiento musical contemporáneo, en la generación del 27 y en las promociones actuales. Lo atestiguan figuras como Emiliana de Zubeldía, Narcisa Freixas, María Rodrigo, María Teresa Prieto y la representante femenina en el grupo de la República, Rosa García-Ascot, discípula de Pedrell y de Falla.

Después de la guerra civil se divulgan obras de Elena Romero, Francisca Velerda -una inteligente discípula de Turina, residente durante décadas en Venezuela-, Teresa Oller o Julieta Mateo Box, con puesto de especial estima para Matilde Salvador, castellonense y perfectamente adscribible a la estética derivada de Falla.

María Luisa Ozaita, María Escribano y Ana Bofill representan ya posturas de vanguardia. No puede negarse que aportan algo personal al movimiento general. Ha sido precisamente la vizcaína Ozaita quien ha representado a España, en su doble condición de autora e intérprete, en el ciclo vienés aludido al comienzo de este comentario.

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