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Reportaje:

La frustración de la juventud británica desemboca en violencia

Andrés Ortega

El jefe de la policía de Manchester, James Anderton, lo llama una conspiración (¿fue el mayo de 1968 en Francia una conspiración?). La primera ministra, Margaret Thatcher, y otros muchos británicos se quedan sorprendidos de que ésta rebelión social pueda ocurrir en su país. Sin embargo, el problema no es nuevo. Ahí está Brixton, el carnaval de Notting Hill en Londres hace unos años, o los crímenes racistas perpetrados en los últimos meses. Los sociólogos, saben lo difícil que es establecer relaciones de causalidad y lo peligroso que resulta unir conceptualmente sucesos separados. Hay, no obstante, algo evidente: un mal ambiente que podría llevar a un verano bochornoso en el Reino Unido, recordando que hay otras cosas aparte de la boda real.El viernes, la juventud asiática del barrio londinense de Southall se lanzó a la calle contra la policía. Sin embargo, lo ocurrido allí el fin de semana pasado es algo marginalmente diferente, pero significativo, pues se trató claramente de una provocación de los skinheads contra la comunidad asiática local. Los skinheads son una figura ya familiar en el Reino Unido, con sus cabezas rapadas y sus poderosas botas; son, en el fondo, jóvenes anarquistas de extrema derecha, racistas, que se oponen tanto a la izquierda como a la clase media o al establishment. Un nuevo disco de su música oi, retirado estos días del mercado, decía en una canción titulada Strength through oi -paráfrasis de una canción nazi-: "Sales directamente de la escuela, y te pones en la cola (del paro), ni tú ni yo tenemos muchas esperanzas / pero podemos luchar y robar / y conseguir lo suficiente para una comida".

Muchos de estos skinheads son miembros de organizaciones fascistas, como el Frente Nacional o el Movimiento Británico, que parecen estar en auge en los últimos tiempos, incendiando los sentimientos racistas, que de hecho existen. Es el terrorismo blanco, algo que sólo recientemente ha sido aceptado como realidad por el ministro del Interior, William Whitelaw.

La cuestión racial, como en muchos otros países, es una cuestión social, la del lumpen proletariat, un sector social despreciado incluso por Marx.

Los disturbios de estos días van mucho más allá del racismo, y entre los jóvenes que luchan contra la policía en las calles británicas hay muchos blancos.

Son, sin embargo, los negros los que viven en peores condiciones.

Muchos negros del Caribe, esa región del mundo que aquí se llama Indias occidentales, salen del colegio a los doce o trece años para no encontrar trabajo. Y salen con una educación que deja mucho que desear.

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Las posibilidades que tiene esta juventud blanca-negra de encontrar trabajo son escasas en esta tierra que consideran la suya, pues aquí nacieron muchos de los. actuales alborotadores. Y con el paro afectando a 2,6 millones de la población laboral británica, los jóvenes son los que más salen perdiendo, aún más si son negros. Margaret Thatcher prefiere desechar esta causa invirtiendo los datos, como el miércoles en la televisión, señalando que el 90% de los trabajadores tiene un empleo en el Reino Unido. Y no es una casualidad que la actual ola de disturbios haya comenzado unas semanas después de que terminaran los colegios, cuando muchos jóvenes prueban por primera vez lo que significa no encontrar trabajo y tener que apuntarse en una oficina de desempleo.

Las condiciones de vida en esos barrios y ciudades a veces recuerdan descripciones de Charles Dickens. Las clases medias se mudan a las afueras de las ciudades dejando el centro a los trabajadores en crisis, con pocos medios de diversión para los jóvenes que deambulan por las calles sin saber qué hacer.

No es sorprendente que esta juventud se encuentre frustrada y alienada por las instituciones vigentes, especialmente con un Gobierno que insiste en el orden público, pero que hace gala de una total falta de sensibilidad para. los problemas sociales como opinaba anteayer el respetado diario The Times. El Gobierno parece desbordado e incapaz de proporcionar el liderazgo sobre la vida social del país que de él se espera. Por ello es comprensible la postura de un joven de Liverpool que, preguntado por qué alborotaba, contestó: "¿Qué tengo que perder?"

A esto hay que unir un gamberrismo ya congénito, apreciable en los estadios de fútbol. Esta violencia viene también inspirada por las imágenes de la televisión que llegan de Irlanda del Norte, reforzadas por las propias imágenes de los disturbios actuales en Inglaterra, que sirven para inspirar y -coordinar. Los cócteles Molotov llueven sobre la policía, coches son incendiados y tiendas destruidas. A las fuerzas de seguridad les resulta difícil contener a estas masas desencadenadas, por falta de preparación. El Gobierno intentará remediar esto, pero tendrá también que prestar atención a unos puntos más sutiles.

La policía, en su mayoría blanca, había -venido perdiendo contacto con' las- comunidades locales., El famoso bobby on the beat, el policía solo patrullando a pie, estaba desapareciendo para dejar paso a las patrullas en coche, y sólo últimamente se ha intentado invertir esta situación. Pero, como muchos de los jóvenes reconocen, el problema no es la policía en sí, sino el sistema que representan.

Responsabilizar a los padres

Las soluciones no pueden ser simples a un problema complejo. El Gobierno intenta responsabilizar más a los padres, señalando que muchos de los alborotadores son niños de diez o doce años de edad, mientras también parece dispuesto a invertir más dinero en esas áreas descuidadas, aunque tenga que conseguirlo recortando otras partidas presupuestarias. Peter Walker, ahora ministro de Agricultura y uno de los líderes de los conservadores moderados, ya previno en 1978, cuando era portavoz de la oposición para asuntos del interior, contra la ola de crímenes y extremismo político, consecuencia del paro juvenil. El paso del tiempo le ha dado la razón.

Hasta ahora esta explosión juvenil no es directamente política; los alborotadores sólo parecen expresar su frustración, sin pedir nada concreto, sin saber qué hacer, despreciando la propaganda de los grupos políticos, blancos o de color. La situación se podría complicar si sus mayores deciden aprovechar este malestar general para sus fines más concretos.

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