El Premio Cervantes: una flor en el aire
Parece que en los medios académicos se ha resentido como una intromisión en fuero exclusivo el hecho de que, desde muy distintos y ,aun dispares sectores, personas de vario ejercicio intelectual hayan pedido en la Prensa española que el Premio Cervantes sea otorgado a María Zambrano. No se entiende la suspicacia académica. Ni la Academia ni el jurado del Premio son de por su naturaleza el Cónclave. El Cónclave tiene, nos dicen la asistencia del Espíritu Santo. Las relaciones de la Academia con el Espíritu Santo nos parecen, sea aquél paloma o llama, deficientes o nulas. En cambio, los adjudicadores del Premio Cervantes cuentan, en este caso, con el auxilio de una opinión pública, independiente y libremente manifestada en órganos libres de expresión. La Academia haría pues gala de hábitos democráticos si atendiese a esa opinión que libre y desinteresadamente se le manifiesta. Ya es hora de que la Academia haga gala de algo. ¿Por qué ese complejo vaticano o ese distanciamiento ancien régime de la pública opinión como honesto fundamento de una recta política?Independientemente de lo que a la hora de su adjudicación resulte, el Premio Cervantes ha sido esta vez espontáneamente plebiscitado. La Academia quedaría en muy buen lugar sumándose a dicho plebiscito. El Premio, en efecto, ha sido espontáneamente plebiscitado en favor de María Zambrano, y en ese plebiscito se han oído, se oyen y se seguirán oyendo muchas voces jóvenes. Acaso no sea ese un factor que la Academia deba negligir en su sistema de ponderaciones y medidas. El clamor joven que va hacia María Zambrano hace ver hasta qué punto la obra de ésta, en el momento de su máxima plenitud, se percibe como una manifestación de lo nuevo.
Síntesis original
Ese novum que en la obra de María Zambrano ahora se manifiesta -o se ha manifestado siempre y sólo ahora propiamente se percibe- estaría en la «originalidad» -según palabras de José Luis Aranguren- «de la síntesis de filosofía, poesía y religiosidad en ella lograda». Curiosamente, ese novum, que tal vez los jóvenes con más acuidad que nadie perciban en la escritura de esta pensadora nuestra, se sitúa por sus elementos centrales (pensamiento, poesía, religiosidad) en el más puro eje de la tradición a la que pertenecemos, el eje de los grandes espirituales españoles, desde Juan de Valdés a Teresa de Avila o Juan de Yepes.
El hecho de que en la obra de María Zambrano la tradición propia se manifieste de tan honda y singular manera como un novum es algo que a los adjudicadores de premios y detentadores de reconocimientos nacionales no debería dejar -y más precisamente en este punto y hora de la historia nuestra- insensibles.
He mencionado el nombre de Teresa de Avila. Todos los movimientos espontáneos tienen su oscura fuente sumergida. No me parece, pues, un simple azar que el Premio Cervantes haya sido espontáneamente plebiscitado en favor de María Zambrano en la inmediata víspera del cuarto centenario de Santa Teresa. Parecería adquirir así el Premio la secreta y delicada calidad de una flor en el aire y he ahí también como la Academia podría iniciar en muy elegante y significativo modo una perfecta celebración.
Por último, bien claro está que, habiéndose producido tan limpio y desinteresado plebiscito, los medios académicos tendrán que elegir con muy fino criterio, en caso de disidencia, su propio candidato. De lo contrario (y la elección de los premiados no siempre ha sido particularmente brillante), lo expondrán y se expondrán al más irrestañable ridículo. Como acaso suceda.
