El Orinoco venezolano, nuevo Eldorado
Venezuela ha descubierto en la desembocadura del río Orinoco su nuevo Eldorado: un mar de petróleo que se extiende a través de una franja de seiscientos kilómetros de largo por cincuenta de ancho. El yacimiento es tan fabuloso que los más prudentes hablan de 700.000 millones de barriles, en tanto que los más optimistas se disparan hasta los dos billones. El omnipotente ministro del Petróleo, Humberto Calderón, prefiere ser más cauto y se limita a decir que el Gobierno de Herrera Campins va a explorar intensivamente la zona a fin de poder cuantificar sus reservas en un plazo de dos años.
Los crudos que brotan del Orinoco, igual que casi todos los que Venezuela ha encontrado en los últimos años, son pesados y extrapesados, con una acidez que a veces desciende hasta los ocho grados API, frente a los 34 del crudo árabe liviano, que sirve de referencia a la OPEP para fijar sus precios.Pero los nuevos yacimientos son. de tal magnitud que Petróleos de Venezuela está dispuesto a iniciar muy pronto su explotación, aunque ello obligue a sus clientes a reformar sus refinerías. Así se lo ha hecho saber a todos los países compradores de sus crudos, entre ellos España.
«En este momento exportarnos», dice Humberto Calderón, «un 40% de crudos pesados y un 60% de ligeros y medianos, pero vamos a ir mermando la disponibilidad de éstos. Nuestros clientes ya saben que tendrán que adaptar sus refinerías para el tratamiento de crudos pesados si quieren seguir comprándonos a nosotros».
Las cifras empleadas al hablar del Orinoco son tan disparatadas que su comprensión exacta exige un término de comparación: esos 700.000 millones de barriles potenciales -aún no probados- equivalen a más de la mitad de las reservas cuantificadas en todo el mundo (1,3 billones de barriles, según datos empleados por la OPEP).
El propio Gobierno venezolano estimaba el año pasado sus reservas en 19.000 millones de barriles, que al ritmo actual de explotación (2,2 millones de barriles diarios) se hubieran agotado en veinte años. Los hallazgos del Orinoco le permitirán a este país mantener su condición de exportador petrolero durante varias décadas más en el peor de los casos.
El Orinoco (2.900 kilómetros de longitud, de los que 1.670 son navegables) es un río de evocaciones colombinas. En su tercer viaje, Cristóbal Colón llegó al continente americano a través de su desembocadura. Al comprobar que navegaba por un mar de agua dulce y ante la inexistencia de Cierra a la vista, el descubridor elaboró una fantástica teoría sobre el origen de este océano de aguas dulces. Colón se sintió cerca del paraíso, desde donde manaban cuatro grandes ríos, uno de los cuales sería este Orinoco, que finalmente le condujo a tierra firme.
Este inmenso río, que nace junto a Brasil y llega luego hasta Colombia, para desembocar al fin en el Caribe, fermando uno de los mayores deltas del mundo, no ha tenido hasta épocas bien recientes otro aprovechamiento que el de la navegación y la búsqueda de oro y diamantes en alguno de sus afluentes.
Los mercantes de 20.000 toneladas que ascienden río arriba para aprovisionar a Ciudad Bolívar, más de cuatrocientos kilómetros tierra adentro, parecen artefactos de otro planeta cuando asoman de pronto en un recodo en medio de una selva tropical que lo cubre todo de verde. Pero estos barcos, que hace dos décadas transportaban únicamente mercaderías, frutos tropicales, maderas y algunas reses, surgen ahora con sus cubiertas repletas de planchas de aluminio, perfiles de acero y briquetas de hierro.
Este Orinoco, que permite a los venezolanos llegar a remotas regiones selváticas, que serían inaccesibles sin su curso, no esconde tan sólo cantidades incalculables de petróleo. A pocos kilómetros de su cauce se han encontrado los yacimientos de hierro más ricos del país. A lo largo de una franja de quinientos por cien kilómetros, que muchas veces se superpone a la zona petrolera, se extrae a cielo abierto un mineral de hierro con una riqueza superior al 59%.
Las reservas de este tipo de mineral han sido calculadas en 2.000 millones de toneladas, suficientes para mantener durante cien años un ritmo anual de extracción de veinte millones de toneladas, objetivo impuesto a medio plazo. Si se contabilizan los minerales de contenido férrico inferior, estas reservas se multiplican por cinco. En la serranía de los Pijiguaos, igualmente aledaña al Orinoco, se han descubierto unas existencias de bauxita fijadas en quinientos millones de toneladas. La obtención de alúmina y aluminio a partir de la bauxita exige una gran cantidad de energía para alimentar el proceso electrolítico que se emplea. Esta energía se encuentra en grandes cantidades en el río Caroni, depositario del Orinoco. El aprovechamiento hidroeléctrico integral de este río, en el que ya se obtienen dos millones de kilovatios/hora con la presa Kguri, permitirá antes de seis años obtener diez millones de kilovatios/ hora. El petróleo necesario para obtener esta energía costaría, a precios actuales, más de 1.200 millones de dólares anuales.
Ciudad Guayana, capital del hierro
Ciudad Guayana, en la confluencia de los ríos Caroni y Orinoco, tiene un cierto aire fantasmal, con sus torres de apartamentos que parecen surgir de este mar verde como una extraña generación de mutantes. Hace veinte años vivían aquí menos de 40.000 personas. La población censada hoy supera los 350.000. En dos décadas, esta ciudad se ha convertido en capital del hierro, el acero y el aluminio. Pese a todo sigue teniendo un aspecto provisional.A pesar de esta aparente provisionalidad, Ciudad Guayana está llamada a crecer, mucho mis cuando lleguen los hombres del petróleo.
Desde el 1 de enero de 1975, el Estado venezolano es propietario de todo el subsuelo nacional: petróleo, hierro, bauxita. Los diamantes son de las pocas cosas queestán sometidas a un régimen de libre explotación. Para el aprovechamiento de los yacimientos del Orinoco, el Gobierno de Carlos Andrés Pérez creó la Corporación Venezolana de Guayana, un ente administrativo que opera como un dios todopoderoso, omnipresente y un tanto patemalista.
A través de decenas de empresas y organismos filiales, la Corporación extrae el hierro y lo convierte en acero, construye las presas del Caroni, obtiene alúmina y aluminio a partir de la bauxita, edifica y gobierna Ciudad Guayaña, planta más de un millón de pinos en las sabanas semidesérticas de uvarovita, siembra arroz de alta productividad en el delta Amacuro, levanta un muelle fluvial de un kilómetro, construye autopistas, contrata espectáculos para que los pobladores de la región no se mueran de aburrimiento y, en fin, hasta se preocupa de repoblar el río y de reconstruir los castillos que los colonizadores dejaron junto al Orinoco.
Ferrominera del Orinoco es la empresa que extrae el hierro. Una plantilla de 4.400 hombres obtuvo el pasado año quince millones de toneladas en minas a cielo abierto. Tres millones fueron absorbidos por el mercado nacional, y el resto se destinó a la exportación, con España como quinto cliente extranjero (790.000 toneladas). La capacidad extractiva instalada es de veintisiete millones de toneladas.
Siderúrgica del Orinoco es una acería integral que en 1980 produjo 1,3 millones de toneladas de acero y 500.000 de arrabio. Iniciada su construcción hace veinte años, se encuentra en plena fase expansiva, con el objetivo de llegar a los cinco millones de toneladas de acero. La crisis mundial de la siderurgia, provocada por el alza de los crudos, ha tenido también su efecto en esta acería, qué cerró su último ejercicio con unas pérdidas reconocidas de cien millones de dólares. Sus responsables opinan que el resultado es bueno, si se consideran los impuestos pagados al Tesoro público y los elevados salarios de sus 17.000 trabajadores.
Aluminio del Caroni da trabajo a 2.300 empleados, para obtener 120.000 toneladas anuales. El 20% de esta producción se exporta a América Latina. El aluminio, con su alto valor añadido, ocupa ya el segundo capítulo de las exportagones venezolanas, aunque se trate de una cantidad casi insignificante frente a los doce millones de toneladas de hierro que salen al exterior.
Estas tres sociedades, junto con la empresa Electrificación del Caroni, constituyen. el esfuerzo más notable del Estado venezolano, por emplear las divisas del petróleo en dotar al país de una estructura industrial básica que, a medio plazo, le permita poner en marcha una industria transformadora diversificada.
Aunque nadie se hace demasiadas ilusiones sobre la rentabilidad de la acería, y aun de las minas de hierro, el supermillonario Estado venezolano se puede permitir el lujo de iniciar la aventura del acero en plena crisis internacional del sector. Se trata de reducir la dependencia industrial del exterior y asegurar el empleo, aunque sea a un alto coste.
En el origen de Ciudad Guayana y de sus impresionantes y deficitarias instalaciones fabriles están siempre los petrodólares. El petróleo, que cubre el 75% del pre supuesto nacional y supone el 90% de las exportaciones, ha permitido a Venezuela iniciar un tímido despegue industrial y ha elevado sus niveles de renta hasta el punto más alto de América Latina, pero, como contrapartida, ha provocado un alarmante proceso inflacionario, que ha hecho de Caracas una de las capitales más caras del mundo.
La fiebre del petróleo ha puesto en marcha igualmente un éxodo masivo a las ciudades, donde se hacinan hoy millones de personas en cinturones de miseria, que contrastan dramáticamente con los rutilantes barrios residenciales y los enormes rascacielos bancarios.
El abandono del campo ha convertido a Venezuela, un histórico exportador de café, cacao y carne, en importador de alimentos por valor de mil millones de dólares anuales.
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