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Tribuna
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Actualidad de la primera disidencia española

Al celebrarse en 1914 el centenario del nacimiento de Julián Sanz del Río escribió Francisco Giner: «... la verdadera señal y testimonio de su paso por el mundo del espíritu nacional está en la diferencia -tan pequeña o tan grande, como se la quiera suponer- entre la España intelectual de 1860 acá y la de antes: diferencia cuya raíz fundamental le es principalmente debida. Los diez años del sesenta al setenta... son un despertar de la vieja modorra al murmullo del moderno pensamiento europeo y a los problemas y nuevos postulados de su filosofía; todo ello -es cierto- velado en una dolorosa ignorancia y cortedad de alcances.Desde entonces, y a pesar de tantos esfuerzos en contrario, más o menos ininteligentes, pero enérgicos, y aun a veces sinceros, no ha sido ya posible contener las aguas de este pobre río, pobre y todo como es, de la atropellada cultura española». Y el juicio resultaba entonces, en 1914, tanto más verdadero cuanto que aquellas aguas incontenibles se habían engrosado con el propio caudal de Francisco Giner y la Institución Libre de Enseñanza, más las sucesivas generaciones intelectuales y literarias del 98 y el 14, precisamente. Había una continuidad y una actualidad del legado krausista en todos quellos educadores de la España contemporánea, fieles por un igual a la modernidad racionalista e integradora, al rigor de la conducta y a la disidencia respecto de lo establecido y forzoso de la España oficial y pretendidamente eterna.

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De todos son sabidos los posteriores esfuerzos, mucho más ininteligentes y enérgicos, a la vez que mucho menos sinceros, que habrían de hacerse para ahogar aquella tradición española y liberal de honestidad, rigor y disidencia. Ahora, y en los momentos de optimismo, tendemos a pensar que tales esfuerzos fueron vanos, que han desembocado en el fracaso y que aquí sólo se han ahogado los inmersores. Pero ¿no han sido demasiados años de estamos envenenando las aguas, de estar corrompiendo el desinterés, la lealtad con la propia conciencia y la dedicación intelectual?

A la pregunta sobre si el krausismo es, sigue siendo o ha vuelto a ser actual entre nosotros hay que dar una_respuesta muy matizada. Es evidente que se dispone, a partir de la obra de Pierre Jobit, de una información rigurosa y veraz, suficiente, si no abundantemente, acrecida durante los últimos tres decenios. Pero no estoy nada seguro de que semejante información haya llegado a donde tenía que llegar en nuestras clases pensantes, tanto intelectual como política. No han sido pocas las ocasiones en que he podido comprobar que tanto la admiración como el rechazo de los hombres del krausismo descansaba en una base común de desconocimiento.

Por otra parte, y sin dar de lado al enorme interés histórico que el krausismo nos ofrece en la peripecia española del último tercio del siglo pasado y primero del nuestro, no parece dudoso. que la problemática filosófica, política y religiosa del krausismo no tiene gran cosa que ver con nuestros problemas actuales, por más vivos que el «pensador ce lllescas» y sus discípulos se hallen en cuanto instalados en su propio tiempo. A pesar de lo cual hubo algo en aquellos hombres que se mantiene inmarchito, si bien creo que -por desgracia- se nos ha vuelto agudamente inactual. Me refiero al espíritu de disidencia que encarnaron tan espléndidamente, al magnífico además que repitieron una y otra vez de levantarse y mantenerse erguidos frente a una sociedad cerrada y de voluntad inmóvil y monolítica. Esa es la actualidad que el krausismo tampoco tiene, pero que debería tener, que pienso que le correspondería tener y a nosotros beneficiar.

Claro que también hay que reconocer que aquellos hombres creyeron demasiado. Lo cual era lógico y prácticamente inevitable frente a la cerrazón dogmática de sus adversarios. Pero al menos vivieron sus creencias con notoria consecuencia y pureza, y fueron por ello capaces de educar a muchos. A muchos, pero no a todos. Qué más hubiésemos podido desear, sino que hubieran sido efectivamente los educadores de la España contemporánea.

Así, pues, creo que el legado del krausismo está en su espíritu de disidencia y que su deseable actualidad habría que buscarse por aquí. Necesitamos disidentes de las fes, herejes de todas las iglesias, pero que no se apresuren a creer en fes nuevas, a sumergirse en nuevas pilas bautismales y a aprenderse nuevos catecismos. Por lo visto, nunca se llega a creer demasiado poco. Y, sin embargo, como vino a decir Ernst Bloch, sólo un ateo puede llegar a ser creyente, como sólo un creyente puede Regar a ser ateo. Y que conste que no me estoy refiriendo en primer lugar al ámbito de lo religioso. Pero tampoco dejo de referirme a ello.

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