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Manuel Diez-Alegría: "Mi actividad profesional se saldó en el desencanto"

El teniente general leyó su discurso de ingreso en la Real Academia de la Lengua

El pasado domingo leyó su discurso de ingreso en la Real Academia de la Lengua el teniente general Manuel Díez Alegría, titulado Efímero esplendor, al que contestó el académico Pedro Laín Entralgo. Presidieron el abarrotado salón de actos de la mencionada institución el vicepresidente primero del Gobierno, teniente general Gutiérrez Mellado, y el ministro de Defensa, Agustín Rodríguez Sahagún. En la entrada del edificio, el nuevo académico fue recibido por sus colegas Carmen Conde y Pedro Sainz Rodríguez, que actuaron de padrinos de su ceremonia de ingreso en la alta institución.

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El teniente general Díez Alegría, que ocupará el sillón G de la Academia, comenzó su discurso señalando que, «si mi actividad profesional originaria se saldó en el desencanto, vosotros habéis venido a inyectar a mis postreros años una savia nueva que puede darles contenido actual y llenar de ilusión su transcurso. De aquí mi gratitud completa, rendida y entrañable a todos por vuestra cálida acogida, tanto más agradecida cuanto menos seguro estoy de ser digno de honor tan alto».Se refirió a continuación a la figura de José María de Cossío, académico que le precedió en el sillón G, de quien destacó su faceta intelectual y humana.

«Si pues entiendo que al honrarme a mí se honra en mi persona a los ejércitos de España», añadió, «me creo obligado a dedicar un recuerdo al inolvidable teniente general duque de la Torre, brillante militar, cuantioso, vario y profundo tratadista militar, y al almirante Julio Guillén, investigador incansable de asuntos marineros, los últimos soldados que formaron en esta ilustre compañía.»

El tema del discurso de ingreso se enmarca cronológicamente en el siglo XIX, del que el académico militar dijo: «Con verdad puede decirse que sólo ahora se empieza a escribir la historia del siglo XIX, un tiempo capital para comprender la España de hoy. Ha sido un lugar común denigrar sistemáticamente este período, en el que nuestra Patria pasa del Antiguo Régimen, ampliamente rebasado desde la Revolución Francesa, hasta acercarnos al estado en que se encontraban los demás países europeos. Si la historia de este siglo está llena de errores, de pasiones, de enfrentamientos violentos, tan propios de nuestra raza, es cierto que durante él se desarrolló una labor extraordinaria por una pléyade de personas cuyas características humanas hacían de ellas figuras preeminentes de nuestra historia.»

El teniente general Díez-Alegría se fijó específicamente en ocho personalidades de la milicia decimonónica: Francisco Villamartín. Angel Rodríguez de Quilano y Arroquia, José Gómez de Arteche, José Almirante Torroella, Cesáreo Fernández Muro, José Muñiz y Terrones, Carlos Banús y Comas y Francisco Barado y Font, que estudiaron diversos temas, todos ellos relacionados con la milicia, desde la filosofía de la guerra a una primera aproximación a la sociología castrense, pasando por la moral del soldado, el arte militar, el ambiente naval, la geología y geografía aplicadas a la guerra y la historia militar.

Tras un detallado estudio de cada una de las personalidades señaladas y de sus obras más importantes, el teniente general Díez-Alegría pasó a definir las características comunes de los ocho militares citados: «El patriotismo es la primera y fundamental. En realidad, este sentimiento es común a todos e impregna siempre la obra que ellos producen.» Señaló a continuación virtudes como las de la honradez, la obediencia -obediencia ilustrada-, la evolución por parte del Ejército español desde una postura marcadamente poco clerical a la diametralmente opuesta, a la vez que señaló alguno de los defectos de la organización castrense, comenzando por citar el de la falta generalizada de una cultura profesional.

Los militares y la política

«Preocupación hondamente sentida por nuestros autores», añadió posteriormente el teniente general Díez-Alegía, «es la del papel del Ejército en la sociedad. Profunda amargura les produce estimar un intenso desinterés hacia los asuntos de defensa... Y arribamos así a una de las cuestiones más espinosas que se plantean en el período que consideramos, la de la relación de los militares con la política. Resumiendo esquemáticamente, podemos decir que todos nuestros autores están conformes en que, si bien los miembros de la milicia deben tener naturalmente su opinión, y hasta un cierto conocimiento de lo que es la política a la que deben servir, no deben mezclarse en cuestiones de este orden, aunque la organización castrense debe tener intervención en aquellos asuntos que se refieren a la defensa del Estado. Pero en todos ellos resplandece un auténtico acatamiento de las normas constitucionales.»Concluyó su discurso de ingreso el teniente general señalando que los militares analizados se encuentran «entre las tinieblas de la suma ignorancia, de la pobreza moral que los rodea, y bajo la solitaria noche; es decir, en el desamparo de la incertidumbre y del riesgo para quien expone ideas nuevas, a oscuras, sin nada ni nadie capaz de ilustrarlos o servirles de guía, sin embargo, cumpliendo con lo que entendían ser su deber, marchaban».

«Si después sobrevinieron las catástrofes o los contratiempos de 1893 en Melilla, de 1898 en Cuba y Filipinas, de 1909 en el Gurugú, de 1921 en Annual o de 1956 en Ifni, que repetidamente pusieron de manifiesto lo erróneo y descuidado de aquella organización castrense, ellos quedan absueltos de toda culpa. Como el doctor Stockman, de lbsen, ellos tenían la razón, pero de nada les servía la razón, porque no tenían el poder. ¡Que en el porvenir, los que tengan el poder lo ejerzan con la necesaria altura de miras, moderación, raciocinio y humildad para que nunca vuelva a suceder que un esplendor de pensamiento y de realidad, como el que durante todo este tiempo ya, excesivo, nos ha ocupado, resulte luego, dolorosamente, tan efímero.»

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