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Tras el "chupinazo" que abrió las fiestas, los pamploneses gritaron: viva y gora San Fermín

Con la plaza del Ayuntamiento a tope -no cabía un alfiler- Pamplona comenzó, a las doce del mediodía de ayer, los sanfermines. A esa hora, el concejal socialista José Manuel Pérez Balda, con el pulso tembloroso, prendió la mecha del cohete anunciador de las fiestas -chupinazo-, mientras miles de pamploneses gritaban «Viva San Fermín», «Gora San Fermín».Una hora antes del chupinazo, Pamplona ya era una ciudad en fiestas. En la plaza del Ayuntamiento, todos los pamploneses no paraban de gritar «San Fermín, San Fermín», «Iruña, Iruña, es cojonuda, como Iruña no hay ninguna», etcétera. Toda una ciudad, compronietida con su rito sagrado, se había volcado en la calle para empezar las fiestas a ritmo de bandas de música, fanfarres, txistularis y gaiteros.

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Minutos antes de las once de la mañana, el sol apretaba de lleno en la capital navarra. En la plaza del Ayuntamiento, la gente pedía agua y desde los balcones no paraban de tirar baldes llenos de agua para refrescar al personal, que se agaolpaba no solo en la plaza consistorial, sino en todas las calles próximas.

Son casi las doce. En el balcón principal del Ayuntamiento de Pamplona, con la ikurriña a un lado y la bandera de Navarra al otro, el presidente de la Comisión de Relaciones y Cultura de la Corporación municipal, está preparado para prender fuego al chupinazo.

Es la hora. Manolo Pérez Balda, con el pulso enormemente tembloroso y ayudado por otra persona, prende fuego a la mecha del cohete anunciador de los sanfermines mientras miles de personas en la calle gritan: «Viva San Fermin» «Gora San Fermín». Por primera vez en su historia, el grito de los sanfermines ha sido bilingüe.

La fiesta ha comenzado y la calle es un auténtico hervidero de gente que baila, canta y quiere demostrar que las fiestas de San Fermín continúan siendo algo grande en el mundo. Después, todo el casco viejo de Pamplona, la viela Iruña, se convierte en el espacio de la fiesta y la juerga. Los sanfermines han comenzado con más animación que nunca y con las calles a tope de gente.

Por la tarde, a las cuatro y media, el interminable riau-riau comienza en la calle Mayor. Detrás de una fila interminable de jóvenes, que bailan al son de las notas del vals de Astrain, el Ayuntamiento de Pamplona en pleno espera pacientemente que la calle se libere de gente para poder llegar hasta la capilla de San Fermín, el patrono.

Allí están los nueve concejales de Herri Batasuna, con frac y chistera, como el resto de la Corporación municipal, excepto las señoras, que para este año se han diseñado un traje ad hoc.

Todo está a punto. Hasta los ba res como el Bearin, en la plaza del Castillo, que ayer marcó un hito en la descarada historia de los precios de las bebidas: 250 pesetas por un gin tonic en la terraza. Y los vasos de agua mineral a setenta pesetas. Como para no volver nunca.

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