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Desaparece la revista musical "Disco Express"

Disco Express ha desaparecido. Era la revista más antigua de nuestra anémica prensa musical y en sus páginas se cocieron durante más de diez años varios tipos de periodismo que hicieron de su discurrir, no muy coherente, un verdadero muestrario de estilos al día.En todas partes, la prensa marginal nació de la mano del rock and roll, bien como revistas, en principio especializadas, del tipo de la Rolling Stone norteamericana, bien por el amplio tratamiento que el tema recibía, como era el caso de Village Voice. Así también ocurría con Disco Express.

El nacimiento de la revista tuvo lugar nada menos que en Pamplona, más que nada porque allí había una imprenta con humor para financiarla, caso este bastante corriente en la prensa semimarginal española (suele suceder que en un determinado momento la imprenta se haga cargo de la revista, como pago de las deudas de la misma). En aquella primera época, Disco Express hablaba de todo un poco, desde Juan Pardo hasta los Rolling Stone, ateniéndose, más que nada, a supuestos índices de popularidad y/o ventas, todo ello bajo la dirección de Erwin Mauch.

Hacia mediados de los setenta entraron en la revista, en tromba, una serie de críticos madrileños que asimismo darían lugar a la primera FM enrollada de la capital: Popular FM. Eran Gonzalo García Pelayo y varios más, que convirtieron Disco Express en una revista de rock cargada de una sana y abierta subjetividad, cuyo único fallo era el énfasis sectario en que apoyaba sus opiniones. Se llegaban a decir cosas tremendas (como que un guitarrista que no se mueve no vale la pena), pero, en todo caso, resultaba divertida. Todavía no se había cambiado demasiado el lenguaje (aunque sí se le destrozaba con frecuencia), hecho que ocurrió cuando fue a caer por aquellas páginas Jesús Ordovás, que aportaba una escritura nueva, basada, sobre todo, en una mezcla del habla castiza madrileña, términos del rollo andaluz y un spaninglish familiar para todo rocker. Era la época donde Diego Manrique contestaba preguntas alucinantes sobre casi todo, o Antonio de Miguel escribía sobre lo más raro que se le pusiera al alcance. Seguía también Jordi Sierra y Fabra, que ahora se dedica a los premios literarios, y que era el prototipo de una crítica antigua, falsamente erudita, pero llena de concesiones.

Disco Express fue vendida en varios millones de pesetas a Gay Mercader, cuyo mayor fallo fue no tomarse en serio la publicación. Así, en el transcurso de un par de años barceloneses, los lectores de la revista vieron con sorpresa cómo ésta pasaba a convertirse an La Brillantina del nuevo periodismo, copia de Rolling Stone.

Posteriormente cambió su periodicidad semanal por la quincenal. Se introdujo color y se cambió el formato, para más tarde volver de manera casi exclusiva a la música. En su última época de despiste cara al lector se rumoreaba que vendía 2.500 ejemplares, cifra esta que acabó con la paciencia de los socios capitalistas, que ahora tratan de venderla sin encontrar demasiado eco.

Lo cierto es que con Disco Express desaparece una de las pocas publicaciones especializadas de nuestro país, uno de los pocos lugares donde existía una verdadera libertad de expresión, tanto en la forma como en el contenido.

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