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XXXII FESTIVAL INTERNACIONAL DE CINE DE CANNES

Martin Ritt, un cineasta vivo

Ángel S. Harguindey

ENVIADO ESPECIAL, Norma Rae, del veterano Martin Ritt, es, de momento, una de las películas más sólidas de cuantas se han visto en la sección a concurso. Sin duda es una película que vuelve a levantar la decaída moral de quien contempla los filmes competitivos. Nombres como Wajda, Jancso, Dino Risi o Luigi Comencini, por citar tan sólo unos cuantos, han conseguido, con esa constancia típica de los cineastas que aman su trabajo, ir aburriendo al personal. Martin Ritt, que también ama su oficio, acaba de contarnos una historia política y personal en la que surgen los conceptos estéticos del mejor cine americano, ese que ha conseguido saber contar las historias con un estilo propio.

Cuando un americano honesto, mayor, curtido en la vida y con sentido del humor cuenta una historia de sindicalismo nunca se olvida de su entorno, y lo que rodea a las gentes no es otra cosa que más gentes, más personas, más historias personales. El personaje de Sally Field lo demuestra casi las veinticuatro veces por segundo que exige el celuloide.«La emoción que siento cuando leo una historia -señaló Martin Ritt- es el único criterio que me decide a emprender una película. El tema de Norma Rae, que está inspirado en la vida de muchas personas reales, me apasiona... Deploro que los filmes americanos consagrados en estos últimos años a la mujer no nos hayan mostrado todavía la vida de una obrera. La mayoría de ellos nos hablan de burguesas, ligeramente ninfómanas o neuróticas. En Norma Rae he querido contar la historia de una mujer vulnerable, apegada a la realidad y luchadora.»

Y en verdad que algo de todo esto hay en la película. Los americanos, no todos, naturalmente, son casi los únicos cineastas que hablan y escriben igual que piensan y realizan su cine. Tienen un pragmático sentido de la existencia y casi ninguno adopta posiciones excesivamente sofisticadas (descontando a Warhol, cuya sofisticación se basa en aparentar el ser un teen-ager inculto). Lo curioso es que Norma Rae no sólo es una película sobre el proletariado de un pequeño pueblo del sur de Estados Unidos. Es también, con frecuencia, una comedia con diálogos estupendos (los guionistas son Irving Ravetch y Harriet Frank, jr.) que promueven en el espectador las ganas de decir, con Woody Allen: «Esta escena parece de Noel Coward, pero sin Martini.» En eso radica buena parte del éxito del filme, en que siempre tiene presente a las personas, al humor, a la vida.

Cuando este director de 59 años de edad, hijo de profesionales del espectáculo, que en la década de los treinta debutó en los escenarios con Porgy and Bess y se integró en el Teatro Grupo, una de las formaciones más dinámicas del new deal, que colaboró con Lee Strasberg, Harold Clurman y Ella Kazan, que trabajó para la televisión, que en 1951 fue acusado de afín a los extremistas, tajantemente despedido e inscrito en la famosa «lista negra» del maccarthysmo (al mismo tiempo que su amigo Walter Bernstein, que le escribirá posteriormente los guiones de The Molly Maguires y The front) y que a partir de 1970 comienza a realizar una serie de películas de temas sociales y políticos, cuando ocurre todo esto, esas películas, como esta de Norma Rae, suelen emocionar a todo el mundo. Probablemente no se trate de obras maestras, en el sentido más significativo del término, pero en cualquier caso están contadas con pasión y humanidad, algo infrecuente entre los decididos partidarios de llevar la buena nueva allá donde vayan.

Una vez utilizado con profusión el press book de la película, en el que se incluyen los datos biográficos de este estupendo artesano del cine, pasemos a exponer algunas consideraciones generales sobre el festival.

En primer lugar, cabe señalar la disminución de las escenas directamente carnales en la mayoría de las películas exhibidas en esta ciudad elegante. Apenas hay cine porno, y el que se proyecta bordea lo kitch con demasiada intensidad. Las películas de «calidad» tampoco gustan de mostrar las situaciones excesivamente directas. Todo parece indicar que la fisiología sexual tiene una mala temporada.

En segundo lugar, debe mencionarse la evidente disminución de turistas, mirones y paseantes. Cannes está mucho más vacío que en otras ocasiones, aunque con las mismas multitudes de periodistas de todo el mundo. Pese a todo, siempre se encuentra sitio en los restaurantes, a la hora que sea, no hay aglomeraciones en las escalinatas del palais del festival y los pasillos de las salas cinematográficas (incluidos los cochambrosos de la rue de Antibes), están despejados. Las estrellas siguen viniendo al festival como en los mejores tiempos. Se anuncia la llegada de Jane Fonda (tiene fuera de concurso su Il sindrome chino), los Kinski, padre e hija, al parecer están con Polanski en alguna parte. Huston debe de estar preparando su maleta en alguna ciudad para recoger los aplausos -que podemos calificar a priori de «interminables»- que se ofrecerán en su homenaje. Francis Coppola duda constantemente si proyectar o no su Apocalypse now, película a la que lleva dedicados tres años de su vida y toda su fortuna empeñada en la producción. Cannes sigue siendo Cannes incluso sin turistas y los animales cinematográficos de Estados Unidos (también de otras partes) continúan empeñados en demostrarnos a todos por qué el cine es uno de los pasatiempos más marchosos de cuantos existen.

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