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Crítica:TEATRO
Crítica
Género de opinión que describe, elogia o censura, en todo o en parte, una obra cultural o de entretenimiento. Siempre debe escribirla un experto en la materia

Lenguaje y terciopelo antiguo

Luis Riaza propone, en el programa -una bella obra de Alberto Corazón- y en las declaraciones previas a su estreno, varias «lecturas» de su obra. La idea inicial sería «el nacimiento del fascismo», «las relaciones de una clase social que intenta mantenerse en el poder a base de la fascinación y cuando ésta deja de funcionar se acude a la violencia»; y también una «tierna relación amo-esclavo»; y otra relación entre los «señores y los adoradores de su realidad; artistas en general y escritores de teatro en particular». Estas propuestas no son legibles: en el paso que va de la idea a su realización, se ahogan en lenguaje y en metáfora, a pesar de algunos añadidos -actualizaciones- y de algunas supresiones con respecto al texto original (publicado en 1976, Editorial Fundamentos).La desproporción entre la forma y ese fondo declarado es inmensa: de tal manera que la forma lo domina todo. A la que hay que añadir la aportación suculenta de Miguel Narros y de Andrea d'Odorico; tan importante, que la audición se soporta por ella, por sus sorpresas, por su movimiento, por la dinámica que introduce en el elemento estático que, es el texto; por ello y por la interpretación magistral de Berta Riaza.

Retrato de dama con perrito,

de Luis Riaza. Dirección: Miguel Narros. Escenografía: Andrea D'Odorico. Intérpretes: Paco Guijar, Socorro Anadón, Berta Riaza, Imanol Arias. Música: Maríano Diez. Estreno: teatro Bellas Artes, del Centro Dramático NacionaL 9-III-79.

La forma que ha elegido el autor es la del teatro invertebrado: una liberación de la construcción clásica. El problema que plantea esta libertad es que el autor tiene que inventar toda su arquitectura, todo su concepto del orden escénico. Riaza sin duda pretende ir más allá en su libertad y su obra queda desarticulada como los fantoches que aparecen en el escenario, en los que quiere simbolizar, sin duda, la blandura de una clase decadente. Se apoya en el lenguaje. Un lenguaje que parece brotarle del inconsciente, de retazos de viejas lecturas, de la literatura de la clase muerta, a veces con características, de escritura automática; corno si no hubiera operado una selección real en este brote incesante de lenguaje adquirido.

El espectador parece sentir todavía la necesidad de algunos puntos de referencia, de algunas coordenadas; si se quiere hacer una obra a la manera de un líquido, sigue siendo preciso un recipiente que lo contenga, tenga la forma.que tenga. Aquí, en esta obra, todo se desborda, todo se desperdicia. Cansado de ser él (el espectador) quien tenga que sujetar tantos hilos sueltos, tanto líquido fluyente, llega un momento en que pierde la atención. Abandona (algunos espectadores abandonaron físicamente la sala al final de la primera parte), cesa en su esfuerzo. Es el principio del aburrimiento.

Para suplir este escape, aparece el director de escena. El protagonismo del director de escena es generalmente malo para el teatro: disminuye la función del autor y del texto, en lugar de subrayarla. En este caso, sin la imaginación creativa de Miguel Narros, y la riqueza del decorado creado por Andrea d'Odorico, la obra no se hubiera podido sostener. Podría ocurrir que su barroquismo, su esteticismo, su continua introducción de elementos, contribuyera más aún al desequilibrio entre forma y fondo, al acentuar el carácter decorativo del lenguaje y de la invención, pero sin duda obedecen a la lectura más inmediata del texto.

Aun así, no habría un apuntalamiento suficiente sin la interpretación de Berta Riaza. Sin disminuir la calidad del trabajo de Paco Guijar, la ayuda de Imanol Mas y la débil presencia de Socorro Anadón, Berta Riaza da un curso de interpretación. Y forzosarriente humaniza la obra. Da a su personaje unas dimensiones, una angustia, una reafidad de la que el texto carece. Quizá ert el primer acto lo hace con mayor sutileza, con más hondura; en el segundo, como si fuera consciente de que en ese momento el espectador puede estar enormemente fatigado, acentúa los recursos del oficio, las posibilidades cómicas a las que se la estimula desde el patio de butacas con sensaciones de aprobación. La dicción de un texto difícil y descoyuntado es una prueba de fuego: Berta Riaza la supera.

El espectáculo tiene esta grandeza: la belleza de una escenografía -que además de su sentido artístico tiene una enorme virtud profesional: la de saber aprovechar un escenario difícil y con pocos recursos; la imaginación de un director que transmuta en teatro -dentro de lo que puede- un simple ejercicio escolar de aficionado y, por encima de todo, el patetismo, la burla, la ambición, la pasión y la transfiguración de un personaje por una actriz impar en la escena española: Berta Riaza.

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