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Tribuna
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El campo de minas

Manuel Vicent

Ayer, a las doce en punto, el presidente, Emilio Attard, concedió media hora de descanso con la excusa de tomar café. Era el tiempo que había solicitado Fraga, en un último intento de parlamentar con los suyos, al pie del Sinaí, para tratar de mostrarles el lado amable de las cosas antes de entrar en el grueso de las autonomías, por si era posible todavía unirse al pelotón con el parche o la cataplasma de última hora. Los suyos negaron con la cabeza y volvieron a la breña. Resulta que Fraga, a pesar de todo, es un liberal si se le compara con la retaguardia de su propio partido. El sólo es un artillero dialéctico que se sienta en primera fila, encargado de disparar con una cadencia táctica ese cañón de gran retroceso que le ceban a veces en la trastienda más trabucalre de Alianza Popular.Fraga es, antes que nada, un profesor, y sus odios son más bien filosóficos, rabietas de escuela, orgullo de cresta intelectual que se traba allí, en el primer banco, con Peces-Barba, Solé Turá, Roca Junyent y Cisneros, que son los representantes de otras sectas. Fraga ha participado con ellos en la ponencia, y este proyecto de Constitución también es obra suya. Y aunque trate de disimularlo piafando enmiendas, se le nota un amor de padre de la criatura que se debate en la duda de arrojar el feto al cubo de la basura o bautizarlo con el consenso. Fraga, ayer, agotó las últimas posibilidades de ablandar la parte más ósea de su partido frente al tema de las autonomías. Alianza Popular se estuvo balanceando en el alero entre la duda de arrojarse al vacío en plan número vistoso, fin de fiesta, como Tarzán de los monos, para hacer una sonada, o seguir en la labor humilde, exasperante y tenaz de defender todas las enmiendas hasta el final para ver si esta paciencia hace saltar los muelles. Ellos han elegido este camino. Pero a Fraga se le nota el cierto cansancio, un punto fallido en la conviccion de su ira. Los suyos están sentados en el vestuario mientras este luchador de largas facultades se quema diariamente en la zarza ardiente de la pura nada. Demasiado lujo.

Ayer, en la Comisión Constitucional había esa tensión que se establece en un pelotón cuando va a cruzar un campo de minas. El terreno minado comienza en el artículo 136 y termina en el 151. Este es el único espacio histórico, conflictivo y contradictorio de esta Constitución. El tema de las autonomias atañe a los profundos intereses ideológicos, sentimentales y monetarios de hoy, y puede, finalmente, desbaratar ese trenzado político de agujas. Alianza Popular condiciona la aceptación de todo el texto constitucional a lo que resulte de este capítulo. El Partido Nacionalista Vasco presiona para que el Rey jure los fueros de su pueblo y que el articulo 141 deje un camino abierto a la futura autodeterminación a cambio de apoyar el referéndum. Los catalanes quieren la autonomía con dinero. De pronto, aquel salmo místico de la unidad de los hombres y tierras de España, aquel verso gangoso, ha estallado, y su fuerza centrífuga, con gran baile de minorías, amenaza con aventarle los papeles al presidente Attard. El capítulo de las autonomías es el último tramo emotivo de este relato de pasiones, amor y lujo. Si el chico se salva de ésta, seguro que se casa con ella.

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Sobre la firma

Manuel Vicent
Escritor y periodista. Ganador, entre otros, de los premios de novela Alfaguara y Nadal. Como periodista empezó en el diario 'Madrid' y las revistas 'Hermano Lobo' y 'Triunfo'. Se incorporó a EL PAÍS como cronista parlamentario. Desde entonces ha publicado artículos, crónicas de viajes, reportajes y daguerrotipos de diferentes personalidades.

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