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Tribuna:DIARIO DE UN SNOB
Tribuna
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El soconusco

Mientras Tarancón pide más gloria a Dios en las alturas y en la Constitución, yo recibo, aquí en la tierra, la paz de los hombres de buena voluntad. La paz, las naranjas y el chocolate, que María Jesús Berlanga me envía una caja de naranajas, y José Luis Outeiriño me envía unas libras de chocolate, como presentes navideños. Mi abuela contaba el chocolate por libras y yo quiero contarlo y nombrarlo igual, porque, después de los cuarenta, uno se va convirtiendo, no en su propio abuelo, sino en su abuela.El chocolate orensano de Outeiriño viene ilustrado con una insustituible glosa de Eduardo Blanco-Amor, el viejo escritor américo-galaico al que tanto quiero, buen amigo mío, extraño brujo de las edades. Blanco-Amor recuerda el otro nombre, tan valleinclanesco e isabelino, del chocolate, que es la palabra soconusco, cuya sola pronunciación nos trae todo el aroma de La Corte de los milagros, como una sola nota de la famosa sonata puede traernos a la memoria todo Proust. El padre Claret y la monja de las llagas gobernaban y lobreguizaban España, en El Ruedo Ibérico, mientras se tomaban dos de soconusco. Blanco-Amor dice que el chocolate o soconusco pronto pudo ser adoptado, ya para siempre, por la ilustrada gula de las órdenes religiosas. Mientras escribo esta crónica voy royendo una esquina de la libra de chocolate, como cuando hacía los deberes de pequeño, y pienso que es esto, el soconusco, más que la teología, lo que se ha jugado la Iglesia española en el reciente taranconazo a la Constitución.

Dice mi siempre citado Carlos Luis Alvarez que lo que se ha debatido en ese reciente caso político-religloso no ha sido otra cosa que la pastizara. La pastizara, querido Carlos y, yo le añadiría, el soconusco. El chocolate a la española. gustado por André Gide, Victor de la Serna y el padre Feijoo, que, según nos recuerdan Blanco-Amor y Marañón, nunca tuvo otros vicios que el rapé y el chocolate. También tuvo el vicio de saber y criticar, con lo que ilustro de lucidez y soconusco todo nuestro XVIII, mientras que Tarancón sólo nos está llenando el XX del humo confusionario de su cigarro incesante. En este momento de la prosa me llama María Luisa Ponte para decirme que los actores están reunidos en la Opera para protesta r por la detención de un hombre de teatro en Barcelona. Adolfo Marsillach escribe esta semana, en Interviú, una sensata e inteligente carta al Gobierno, asumiendo la voz de la profesión teatral. La eterna España de clérigos y cómicos se alza otra vez, batiendo unos por la, izquierda y otros por la derecha, como siempre. El Padre Claret y la monja de las llagas toman chocolate intemporalmente en alguna saleta valleinclanesca de la Moncloa.

Querido Eduardo, querido Carlos, querido Adolfo, querida María Luisa; España es así, a ver cuándo os vais orientando. La Iglesia, en su reciente cruzada anticonstitución, no defendía sólo a Dios, ni sólo la pastizara, que no hay que pasarse por un lado ni por el otro. Defendía, ante todo, el soconusco, perfumado de teología y de dinero, el espeso chocolate de canónigo que yo he visto tomar todavía a los canónigos de mi infancia, Porque el soconusco, claro -yya la palabra lo dice: no dice nada, pero lo dice-, es mucho más que el chocolate en jícara. Es todo un estar y un ser, no diré status ni establishment, que me cansan ya tanto el latín como el inglés. El soconusco, perfumado de vainilla a la francesa, como lo toma monseñor Lefebvre, o perfumado de canela a la española, como lo toman los obispos leprosos de Gabriel Miró (qué bien vista y entrevista la España clerical por nuestros grandes novelistas del siglo), el soconusco es la confortabilidad de una Iglesia nacionalista y politiquera en un país que, por seguir las cruzadas y bendiciones de los clérigos, y, sobre todo, de los feliareses levantiscos, ha tenido que comer chocolate de lentejas durante una larga posguerra, como lo he comido yo.

Con el último borrador de la Constitución ha quedado claro que los obispos ganan una vez más su batalla en España, que no es la batalla fanática por el dogma ni la batalla cínica por el sueldo, sino por algo que incluye todo eso, pero diluido, perfumado y digerido: el soconusco.

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