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Las fuerzas políticas alemanas tienden hacia la polarización

Por muy sorprendente que a primera vista pudiera parecer la ruptura entre la Unión Socialcristiana bávara y la Unión Cristianodemócrata de Alemania, la verdad es que esta escisión se venía gestando, incluso antes de las elecciones legislativas del 3 de octubre. Franz Joseph Strauss y Helmut Kohl habían sabido contener sus diferencias a lo largo de la campana electoral. Durante el largo debate ante la televisión que precedió en veinticuatro horas a los comicios, Strauss astutamente desatendió dialécticamente a Kohl, indefenso ante la artillería del canciller Schmidt, y la indiferencia de Genscher. Strauss estaba convencido entonces que con el blando Kohl la cristianodemocracia alemana no recuperaría el poder.

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Un cuarto partido

Así fue, pese a la espectacular votación lograda por el partido bávaro y por el CDU. Strauss creía que los cristianos alemanes sólo retornarían al poder si planteaban con toda claridad una alternativa conservadora, anticolectivista, antimarxista y antisocialdemócrata. Si denunciaban tajantemente la infiltración subversiva en los centros de enseñanza, la degradación de las costumbres, la progresiva estatalización de algunas industrias claves, etcétera. Dado que semejante línea no fue seguida por los amigos de Kohl y dado que éste no se sometió con demasiada docilidad a la autoritaria personalidad de Strauss, los socialcristianos bávaros sacaron naturalmente sus conclusiones. Y éstas les llevaron, con una mayoría significativa, a la ruptura de las alianzas, y a la creación de un cuarto partido en el espectro político de la RFA.Aunque Strauss niegue ahora que su proyecto entrañe la implantación en todos los lander de la Unión Socialcristiana, la verdad es que con la escisión se crean las condiciones para organizar un gran partido de extrema derecha a lo largo y ancho de la República Federal. El escaso peso específico de los neozanis y la potente personalidad de Strauss abonarían esta hipótesis. Claro que, inevitablemente, una parte de la clientela electoral de Kohl abandonará en Baviera las filas de Strauss. Y a la inversa: un sector nada despreciable de la Unión Cristianodemócrata podría integrarse a nivel nacional en el partido de Strauss si éste se decidiera a lanzarse a la conquista de todo el país; semejante eventualidad es contemplada con escepticismo por casi todos los comentaristas.

La ruptura entre la línea centrista de la cristianodemocracia alemana y la línea derechista es también el fruto de una gran frustración a nivel personal del «líder máximo» de Baviera, Franz J. Strauss, quien a lo largo de todos estos años ha considerado que los sucesores del canciller Adeanuer eran «mediocres continuadores» de una tarea trascendente. Sus ambiciones estuvieron siempre en la Cancillería. Y por vehemencia, radicalismo, incapacidad o falta de prudencia, Strauss se quedó siempre en la antesala. Una vez más ha salido a relucir la ambición desmesurada del «toro bávaro» que no siempre ha sido capaz de anteponer la ideología a su resentimiento.

Aunque aparentemente la ruptura entre los cristianos alemanes debería alegrar a los socialdemócratas Y liberales, y fortificar su tambaleante coalición, lo cierto es que el asunto tiene aspectos contradictorios y presenta más de una cara. La radicalización de las posturas por parte de los bávaros anuncia una batalla parlamentaria bastante agria. Los bávaros no evitarán, a partir de ahora, las estridencias que su estrategia, común con el resto de los cristianodemócratas, les exigía. Y esto, inevitablemente, podría colocar en una situación difícil a la coalición gubernamental para quien alcanzar la estabilidad es un objetivo prioritario. A trancas Y barrancas, Schmidt y Genscher habían logrado controlar a Kohl y a sus seguidores. Con Strauss sabían que no había nada que hacer, peto el virrey de Baviera, localizado en su radicalismo provincial no les preocupaba en demasía...

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El hipotético pacto entre los cristianodemócratas de Kohl y los liberales de Genscher se verá también seriamente afectado por la escisión. So pena de perder por la derecha una fuerza electoral considerable Kohl deberá desatender sus contactos con los liberales para que las acusaciones de centrista y de tibio con que fue distinguido en varias ocasiones (y, por supuesto en privado) por Strauss, no se conviertan en motes arrojadizos.

No parece probable que la reestructuración del mapa político alemán propicie ahora una nueva «gran coalición» (socialdemócratas, liberales y cristianos de Kohl), remedo del pasado, e inviable hoy. Si se tratara solamente de un problema de personas o de tendencias personales sería posible: Schmidt está más a la derecha que Brandt, Kohl es incomparablemente más centrista que Adenauer. Pero el clivage hacia la derecha que ha podido advertirse en las últimas elecciones, y el relativo impasse en que ha caído el Gobierno socialdemócrata-liberal impiden, por el momento, un acuerdo de esta índole.

En cuanto al bondadoso KohI, dirigente respetado pero escasamente carismático, la escisión de Strauss puede perjudicarle. Sus enemigos obviamente le acusarán de no haber sido capaz de mantener la unidad de la cristianodemocracia cuando todo parecía favorable y las votaciones de octubre habían situado al partido en la antesala del poder. Kohl no parece preparado ahora para aguantar a pié firme la ofensiva de Strauss que, al fin, se ha quitado la máscara.

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