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El castellano, en vivo y en directo

«Habla, si quieres que te conozca ... » (Gracián)Un idioma es algo más que una convención oral: es el carácter de un pueblo. Goethe, que habría querido ser latino, decía que el italiano es el idioma de los ángeles; el español, el de los pájaros, y el francés, el de la Humanidad. Borges, que habría querido ser sajón, venera «la música verbal de Inglaterra», cuya lengua, según los pedagogos, educa menos el oído musical que otras en que predominan los tonos graves, como la rusa.

Tal vez Goethe asoció la melodía del castellano con la de los pájaros por su notoria sobreabundancia de eses. Pero la verdad es que existen tantos idiomas castellanos como países y hasta regiones que lo practican, y palabras que en uno tienen un significado en otro pueden ser su opuesto. Conocer tres países hispanohablantes es descubrir tres temperamentos, tres escalas de sonido, tres maneras de representar el mundo verbalmente. Argentina, Chile y España, por orden cronológico, me lo han confirmado.

El argentino habla alto, como el español, pero con una estruendosidad italianada; en eI chileno, como el peruano y boliviano, predomina el tono agudo y bajo, aunque estén lejos de hablar igual. El boliviano, más que pronunciar, silba las eses; los caribeños, más que decir, exhalan la jota. Tal vez los paraguayos sean los únicos que aún respetan la pronunciación de la elle, que han hecho extensiva a la y griega acompañada de vocal (paraguallo); los argentinos, excepto en las provincias fronterizas, siguieron el proceso inverso (cabayo, cigarriyo); en otros países el pleito se solucionó salomónicamente con la i latina (cabaio, iegua).

Pormenorizar en este tipo de matices sería una tarea de enciclopedistas, porque es evidente que la vitalidad de nuestro idioma sobrepasa las posibilidades de todo control académico de igual modo que la vida orgánica sobrepasa las posibilidades analíticas de todo laboratorio. Tal vez por esa misma razón los ingleses optaron por no tener academia de la lengua. En rigor, los únicos idiomas que caben en un diccionario definitivo son los idiomas muertos.

Nietzsche decía que la metafísica está en la calle; el lenguaje, sin duda, también, Nadie puede aprender a pensar y comunicarse en las universidades si Natura non le dio lo que Salamanca non presta: talento, elocuencia.

No soy un antiacadémico, pero si fuera filoacadémico ortodoxo difícilmente comprendería a la almacenera de mi barrio cuando vocifera, bajo una montaña de cajas de fideos, porque se gana poca «pasta»...

Registrar todas las voces, con sus correspondientes acepciones, es tan imposible como inventariar, el universo; pero nunca faltará la locura hermosa de un conquistador en busca de Eldorado, y Eldorado de las palabras no es menos inaccesible... Locura hermosa que, por lo demás, es muy latina: no solamente existen las venerables Real Academia de la Lengua Española y la Academia Francesa: en Buenos Aires hace años que funciona la Academia del Lunfardo (el lunfardo es el «caló» de la ciudad). Tenemos, creo, el mito del diploma, de todo lo que sea reconocimiento oficial de méritos y conocimientos, lo cual explica que tengamos tantos concursos literarios que en países como Estados Unidos, por ejemplo, son casi inexistentes; o la «Legión de Honor» francesa y el título de «Cavaliere de la República Italiana» -todo en rigurosas mayúsculas- que se reparten con la generosidad indiscriminada de la lluvia.

El ingenio de nuestros pueblos, mientras tanto, es tan inagotable como las cabezas de la Hidra..

Así como en España hay palabras divorciadas de su origen (probable viene de cosa que se puede probar, no de posible; rotundo viene del latín rotundo: redondo, y no de acto, gesto o cosa indiscutible; autoridad viene de autor, etc.), hay voces que varían de significado según el país o zona.

El calificativo guapo, en Argentina, no define a buen mozo, sino a hombre valiente y hasta pendenciero de oficio; chulo o chula, en México, equivale al guapo/a español/a; pico, en Chile, es pene; orto, en el Río de la Plata, no es amanecer, sino trasero; tirar, para los chilenos, equivale a copular: el verbo que usan en su reemplazo -país marino al fin- es botar; pero como en la variedad está el gusto, cada cual nombra el mundo a su arbitrio.

Pasta, en Argentina, es «guita», y en Chile, es «lana»; cafetera pava, siguiendo el mismo orden de nacionalidades, es «pava» y «tetera» («caldera», en Uruguay); chaval es «pibe» y «cabro» («botija», en el Uruguay y en la provincia de Entre Ríos); el trabajo es «el laburo» y «la pega»; borracho es «curda» y «curado»; autobús es «micro» y «bus»; bolígrafo es, respectivamente, lapicera (o «birome») y «lápiz de pasta» («pluma», en México); chaqueta es «saco» y «vestón» (también chaqueta); puñetazo es «trompada» y «combo»; pollo asado es «pollo al spiedo» y «pollo broiler»; irse es «rajar» y «echarse el pallo»; golfa es «yiro» y «patinadora»; chulo es «cafishio» y «cafiche»; beber alcohol es «escabiar» y «penquearse».

El idioma de los argentinos, deformado y enriquecido por el cosmopolitismo inmigratorio, tal vez sea el que más se ha desprendido del cordón umbilical ibérico: el tú, reemplazado por el vos y el che, ha modificado la conjugación de los verbos (vos sabés por tú sabes); asimismo, el vosotros fue eliminado de la práctica al ser desplazado por el ustedes. Esta nueva conjugación se produjo también en Costa Rica y otros países centroamericanos, pero en todo caso su lenguaje popular en forma escrita nunca será tan impenetrable para un español como puede serlo la poesía popular de la metrópoli argentina. Este soneto de Carlos de la Púa (seudónimo de Carlos Raúl del Solar, «El malevo Muñoz», 1898-1950) lo ejemplifica:

Es al bardo que quieras trabajarme cachuso

cuando nadie ha podido engrupirme potriyo.

Al naipe de tu cuore le doy remanye de uso

y mi carpa truquera vale un zarzo con briyo.

Ventajera que en todos los afanos de lujo

vas cargada con el loco y de alivio en la cana,

es al bardo que quieras en el carro que empujo

colocar el bagayo de tu pinta bacana.

Es al bardo que vengas con, macanas bonitas

esperando un jotraba que manqué refulero.

Para mí, con estuche no valés cinco guitas.

Repasada por todos, garroneada por muchos,

no tendrás la aliviada de mi amor cadenero

por un taura principio de desdén a los puchos.

(Es en vano que quieras convencerme de viejo cuando nadie ha podido engañarme de joven. / Al naipe de tu corazón lo descarto por usado / y mi juego bien vale un garito brillante. / Ventajera que en todos los atracos de lujo / quedas con el botín, sobornas policías, / es en vano que quieras en el carro que empujo / poner el cargamento de tu aspecto de dama. / Es en vano que vengas con mentiras bonitas / esperando de un robo que me salió muy feo. / Para mí, con tu adorno no vales cinco céntimos. / Poseída por todos, explotada por muchos, / no tendrás el alivio de mi amor protector porque yo me respeto: desdeño desperdicios.)

Muchos de estor términos, que en su origen fueron exclusivos del hampa, se han incorporado al lenguaje coloquial cotidiano («jotraba» por trabajo, «garronear» por pedir dinero, etc.).

Pero los pueblos, frente a cualquier análisis que se intente, siguen produciendo vocablos con la fecundidad de la que Quevedo llamó «la pájara de los güevos de oro».

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