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Muere Elizabeth Hawley, la notaria del Himalaya, a los 94 años

La periodista certificaba con preguntas quién coronaba un ochomil, a pesar de que nunca había sido alpinista

Elizabeth Hawley en mayo de 2014 en su casa de Katmandú.
Elizabeth Hawley en mayo de 2014 en su casa de Katmandú.BIKASH KARKI (AFP)

Tomás Fernández, guarda durante décadas del refugio Vega de Urriellu, a los pies del Naranjo de Bulnes, podía describir de memoria las rutas de escalada de sus imponentes paredes, alertar a golpe de cacerola a los escaladores que amenazaban con perderse en la pared oeste o recordar que en tal o cual paso delicado faltaba o sobraba un clavo. La información que manejaba y su prodigiosa memoria eran cruciales para muchos escaladores. Sin embargo, nunca había escalado, y cuando una vez le preguntaron por el origen de sus conocimientos replicó en voz baja: “No hace falta haber pisado una estrella para ser astrónomo”. Igual que se respetaba y se sigue respetando el criterio de Tomás, se tenía en cuenta de forma casi religiosa los juicios de Elizabeth Hawley, conocida como la ‘notaria del Himalaya’ y fallecida este viernes en Katmandú (Nepal) a los 94 años de edad.

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Hawley jamás escaló una montaña. Lo suyo fue el periodismo y su quehacer favorito documentar de forma rigurosa y exhaustiva las ascensiones a los picos del Himalaya de Nepal. No había sesgo oficial en su labor, tan solo su inquebrantable voluntad de entrevistarse personalmente con los montañeros antes y después de sus expediciones para anotar sus éxitos y fracasos, así como las circunstancias en las que se daban accidentes y defunciones. Todo empezó en 1963, tres años después de que la periodista Hawley (oriunda de Chicago, EEUU) se estableciese de forma permanente en Katmandú como corresponsal de la agencia de noticias Reuters: ese año asumió el encargo de escribir acerca de la expedición norteamericana al Everest. Las entrevistas personales, el seguimiento intrigante de los alpinistas en la montaña fascinaron a Hawley, que siguió entrevistando a todo aquél que comprase un permiso de cima. Su casa pronto empezó a llenarse de carpetas pulcramente ordenadas y rebosantes de fichas manuscritas.

Hawley se movía por Katmandú a bordo de un escarabajo azul cielo, a veces con chófer. Podía llegar al hotel de los expedicionarios antes incluso de que estos registrasen su entrada. Entonces, sin grandes preámbulos empezaba su interrogatorio: ¿cuantos integrantes?, ¿qué ruta?, ¿qué estilo?, ¿oxígeno embotellado?, ¿porteadores de altura?¿fechas? Cada alpinista rellenaba una ficha con sus datos, aunque ninguno tuviese por qué hacerlo. De hecho, algunos solían negarse a recibir a la escuálida y seria dama. Los que accedían podían estar seguros de que ella les encontraría a su regreso con preguntas en absoluto inofensivas. Porque por extraño que parezca, Hawley daba o quitaba cimas. Mucho antes de entrevistar a los supuestos conquistadores de tal o cual montaña, la documentalista había bebido de una fuente inagotable: el chismorreo. En un campo base, todo se acaba sabiendo. El trasiego de sherpas trabajando montaña arriba y abajo les concede muchísima información: saben quién es fuerte y quién no lo es, quién necesita ayuda y quién no, qué tiempo hace falta para colarse en una cima, qué estado presenta la montaña, quién estuvo en la cima y quién no llegó… son los ojos y oídos del lugar y hablan, y eso que cuentan viaja ladera abajo, valle abajo y llega a Katmandú mucho antes que los alpinistas triunfantes o derrotados. Ese era el secreto de Hawley. Además, disponía de un batallón de preguntas trampa: ¿si no tienes fotos, puedes decir qué pico veías al norte? ¿Había rocas cerca de la cima? ¿hasta dónde llegaban las cuerdas fijas? Conocía tantos detalles que resultaba complicado eludir su interrogatorio. De hecho, cuando las respuestas del candidato no encajaban con sus conocimientos, Hawley marcaba su caso con un elegante ‘dudoso’, lo que automáticamente equivalía a llamarlo mentiroso.

En 1999, un conocido alpinista surcoreano pugnaba por adjudicarse las 14 montañas más elevadas del planeta. Después de conquistar su 12ª cima se entrevistó, orgulloso y feliz, con Hawley, quién validó su éxito. Más relajado, el hombre suspiró y dijo: ya solo me falta una para acabar. Hawley, sin desviar la mirada de sus apuntes replicó: dos, si la memoria no me falla. El alpinista surcoreano palideció, tragó saliva y dos años después repitió una ascensión que, esta vez sí, fue del gusto de Hawley.

Ahora mismo, todo el ingente trabajo de documentación de Elizabeth Hawley está en la red, en The Himalayan Database , accesible de forma gratuita. Hawley y sus colaboradores empezaron a pasar sus notas del papel al ordenador en 1991, e invirtieron en el proceso, hasta 2004, más de 11.000 horas de trabajo. El diseño de la base de datos, su mantenimiento y las verificación de los datos han supuesto en el mismo espacio de tiempo otras 8.000 horas de labor.

Si bien Hawley dejó de trabajar en 2016, su asistente, la también periodista alemana Billi Bierling, asume ahora su labor y cuenta con un equipo que garantiza la continuidad en el mayor trabajo de documentación de la historia del himalayismo.

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