La racha de Torres impulsa al Atlético para derrotar al Athletic
Un gol del delantero concede tres valiosos puntos a los de Simeone, que siguen igualados a puntos con el Barcelona
El Atlético marcó, resistió y se marchó con una victoria más y una jornada menos para disputarle el título al Barcelona y al Real Madrid. Su fútbol en San Mamés no pasará a la historia de la Catedral, más parecido a un rosario que a una cantata, pero con la eficacia y la solidez de los equipos bien hechos, bien entrenados y bien aprendidos. Hizo lo que vino a hacer y se marchó sin deberes frente a un Athletic que se dividió entre la cabeza y el corazón, un tiempo para cada cosa, pero que jamás encontró la manera de aplicar cirugía alguna a la defensa colchonera. Cuando tuvo el balón, que fue mucho tiempo, no supo hurgar en la herida; y cuando aceleró el corazón dio más miedo que pánico, aunque obligó al equipo de Simeone a un ejercicio más propio de los equipos sufridores que de los jerárquicos. Torres le sacó del atolladero.
Hay partidos que se mastican tanto que acaban por saber a muy poco. Cuando se mastica mucho el fútbol se digiere bien pero no es lo mismo un cocido que una mousse de cocido. El Athletic y el Atlético convinieron aceptar las trampillas de cada cual, es decir: el Athletic masticaba la pelota como si en vez de cuero fuera plastilina o regaliz blando, y al Atlético no le importaba porque su frontera estaba entre las rayas del medio campo y el área.
Hasta allí se poda llegar sin dificultad, pero a partir de ahí la policía era implacable: revisaba las intenciones y requisaba el balón como un objeto prohibido. Y el Athletic se gustaba en ese tránsito de la pelota de aquí para allá, sin darse cuenta de que todo era un sueño, una realidad virtual por más que Beñat se afanara en el criterio. Todo estaba consentido hasta que vislumbraba el peligro. Curiosidades el partido: la pelota era del Athetic pero se jugaba en campo del Athletic, no por la presión del Atlético, que renunciaba a ella, sino porque eran los defensores rojibancos quienes más poseían el balón.
No es el Atlético un equipo que se desespere sin la pelota. Tiene tal culto al esfuerzo y tanta fe en la paciencia que ni la presión del Barça haciendo goles como churros le alteraba el carácter. Como un vigilante estricto de la moral, no le permitía al Athletic ni disfrutar de las tentaciones. Ni que decir tiene de las consumaciones. Incluso la lesión temprana de Godin, el jefe de su área, no le alteró el pulso. Lucas hizo de Godín y nada cambió.
El partido lo cambiaron Fernando Torres y Griezmann, dos náufragos en la línea ofensiva del Atlético, algo así como dos espías reconocidos y reconocibles, pero que juntos desactivan cualquier conflicto. Una vez se asociaron, el Atlético gano la guerra. Griezmann centró con la zurda desde la derecha y Torres lo cabeceó como en los viejos tiempos, poniendo el sello a su particular estado de gracia. No solo era el primer gol del Atlético, sino su primer disparo a puerta y el primero de todo el partido. El Athletic, jugón y ordenado. Necesitó 53 minutos para disparar entre los tres palos cuando Beñat a punto estuvo de confundir a Oblak.
Pero el Atlético tenía el partido donde quería, un gol y todo un reguero de sufrimiento por navegar, renunciando al ataque, en busca solo de la velocidad de Griezmann y luego de Carrasco, cuando sustituyó a Thomas. Y el Athletic, tan necesitado como obligado, cambio la diplomacia por el radicalismo. Williams le dio la vida interior que necesitaba, pero su apuesta visceral acurrucó al Atlético en el rincón de pensar, en el cuarto de los ratones. Allí decidió proteger la esperanza de ganar la Liga y mantener el pulso al Barcelona. Había conseguido su gol, ese tesoro que guarda bajo siete llaves, había disparado al poste en una acción que irritó a San Mamés porque Thomas lo hizo con Iraizoz caído tras un choque con su compañero Viguera y el Athletic le había hecho correr pero no sufrir.
El sufrimiento tardó en llegar pero lo hizo como un diluvio. Necesita el Athletic apelar a la heroica, dejar de susurrar a los defensas para acorralarlos. Y ahí encontró a De Marcos, incansable como acostumbra, un verso libre al que cuesta verle la cara por la velocidad a la que circula. Con Filipe Luis disputaba una prueba de velocistas. Y por allí llegó el agobio rojiblanco que acababa con montoneras continuas por el centro. Y allí se notaba el vacío dejado por Aduriz, el vacío de su perspicacia para aclarar las confusiones, para encontrar los pasadizos mejor que los pasillos, para sortear el almacén desordenado de piernas que se acumulan en el área. Las ausencias nunca justifican el presente. Y el presente del Atlético pasa por Fernando Torres y por el colectivo. Como el del Athletic pasa por la plantilla.
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