Tercer encierro de San Fermín: Rápido, limpio y emocionante
Un toro castaño de Puerto de San Lorenzo toma la delantera y permite bonitas carreras
Huracán, de pelo castaño y 620 kilos de peso, de la ganadería salmantina de Puerto de San Lorenzo, ha sido el protagonista absoluto del tercer encierro de San Fermín, rapidísimo —dos minutos y veintiséis segundos—, limpio —en el primer parte médico figuran solo dos contusionados, uno en la zona torácica y otro en la espalda, y ningún herido por asta de toro—, y muy emocionante.
Solo una caída de ese toro en el tramo de Telefónica al arrollar a un corredor impidió que se batiera el récord de los encierros, marcado en un minuto y cuarenta y seis segundos por los toros de Jandilla. El animal se vio obligado a detener su loca carrera, pero aún tuvo tiempo de meter el miedo en el cuerpo a los que lo esperaban en los tablones del túnel de entrada al callejón, a los que barrió literalmente y a uno de ellos le quitó el pantalón en un santiamén.
A pesar del susto, Huracán prosiguió su marcha en solitario hacia el centro del ruedo, seguido ya a pocos metros de sus hermanos y cabestros, y todos entraron a los corrales satisfechos de haber alcanzado su objetivo y sin dejar heridos de consideración en su camino.
Cuando sonó el cohete de las ocho de la mañana y se abrieron las puertas del Corral de Santo Domingo cuatro cabestros grandotes tomaron la iniciativa de iniciar la carrera mientras los toros que se estrenaban este año en San Fermin se escondían asustados entre las carnes colgantes de sus nuevos compañeros navarros.
Así, guarecidos del gentío, enfilaron la empinada cuesta mientras se adentraban entre la masiva afluencia de corredores del fin de semana. Poco duró la timidez de los toros salmantinos, y uno de ellos, sin contar con los demás, decidió dejar alto el pabellón de la casa, se colocó pronto en cabeza, metió el turbo y se separó de la manada en una loca carrera que hizo en solitario hasta llegar a la plaza.
Huracán ganó metros y metros, solo ya en la calle Mercaderes, barrió la calzada de intrusos, frenó por instinto cuando atisbó los tablones de la curva de Mercaderes, evitó el resbalón y enfiló la calle Estafeta como si en ello le fuera la vida.
Muchos corredores le salieron al paso, algunos lucieron sus buenos pies y otros mordieron el polvo del asfalto ante la arrolladora carrera del toro, con la mirada fija en el horizonte de ninguna parte, pero decidido a quitarse de encima a esos moscones de variada vestimenta que le impedían el paso.
Parecía que no cabía un alfiler en la calzada, pero un milagroso y ancho pasillo se abría a la llegada de Huracán, hasta que en el tramo de Telefónica un corredor no pudo esquivarlo, fue arrollado y acabó con el toro por los suelos. La caída y el cansancio hicieron mella en el animal, que se levantó con rapidez pero con síntomas de que el esfuerzo realizado había sido largo y duro incluso para alguien de su fortaleza.
Continuó la marcha, metió el miedo en el cuerpo a los incautos que lo esperaban a la entrada de la plaza, se entretuvo en desvestir a uno en tiempo récord y encontró la paz (‘¡uf, menos mal…!’) del ruedo que le supo a verde pradera, y fue feliz cuando se dio la vuelta y se reencontró (‘¿pero, dónde estabais?’) con sus hermanos.
Dos minutos y veintiséis segundos, un encierro rápido, y limpio y divertido, en una mañana multitudinaria para disfrutar la fiesta de San Fermín.
Babelia
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