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Iván, el niño que fue criado por perros callejeros

Nacho Sánchez reconstruye, en un monólogo teatral estremecedor, el caso real de un chico ruso de cuatro años

Rocío García
Nacho Sánchez, en un ensayo de 'Iván y los perros'.
Nacho Sánchez, en un ensayo de 'Iván y los perros'.

Guardó en su bolsillo una foto de Svetlana, cuidando con mimo que ningún pliegue arrugara el hermoso rostro de aquella mujer, Miss Rusia. Añadió un par de bolsas de patatas, unos pepinillos y un trozo de pan seco. Huyendo de la miseria, los gritos, el alcoholismo y los maltratos y abusos familiares, Iván decidió marcharse de casa. “Yo tenía entonces cuatro años. Cuatro. Así que no puedo recordar todo lo que sucedió porque era muy pequeño, pero voy a contar todo lo que pueda”. Y lo que sigue es un relato estremecedor de la historia real de Iván Mishukov, que en la deprimida Rusia de los años noventa, con Boris Yeltsin en el poder y las mafias acechando carroñeras, vivió dos años en la calle, al cuidado de una manada de perros. Unos perros, con los que compartía la comida y que se convirtieron en su verdadera familia. El caso de Iván es uno más de los 30.000 niños que se calcula deambularon por las deprimidas calles de Moscú tras la quiebra del régimen comunista. El niño perro fue finalmente detenido y trasladado a un orfanato. Hoy forma parte del ejército ruso.

La historia de este niño inspiró el monólogo, inicialmente un texto radiofónico, Iván y los perros, de Hattie Naylor, que luego pasó a representarse en escenarios del mundo entero y que llega ahora al Teatro Español, donde este jueves se estrenará en la sala Margarita Xirgú. Con 25 años, Nacho Sánchez se enfrenta por primera vez a un monólogo, tras su exitoso trabajo en la piedra oscura, por el que recibió el premio como intérprete revelación de la Unión de Actores, y He nacido para verte sonreír, ambos dirigidos por Pablo Messiez. La obra Iván y los perros , una producción de la compañía valenciana La Pavana, creada hace 34 años, está dirigida por Víctor Sánchez Rodríguez, premio Max al autor revelación por Nosotros no nos mataremos con pistolas.

“Así que todo el dinero se esfumó y no había ni para comprar comida. Madres y padres eran incapaces de alimentar a sus hijos”. Nacho Sánchez levanta una cortina de plástico transparente y se dirige al público. Es Iván adulto quien empieza a recordar su sobrecogedora historia en aquel paisaje de hambre y frío. Como un rapsoda que cuenta y vive, el actor va del pasado infantil al presente adulto de Iván, reconstruyendo el mundo deshumanizado que le tocó sufrir, interpretando unas veces los hechos vividos y narrándolos otras en primera persona. “Es un texto claro y rotundo, que va describiendo situaciones y hechos, que habla de la fragilidad de los seres humanos y de la solidaridad”, asegura Sánchez, que resalta el trasfondo que late en esta pieza teatral. “Los momentos de crisis no son oportunidades, sino caldo de cultivo para la deshumanización, en los que se resquebrajan los lazos de solidaridad. La miseria no engendra nada bueno. En un contexto como el actual, es muy necesario recordar todo esto”, añade el director.

El niño ruso Ivan Mishukov.
El niño ruso Ivan Mishukov.

Es el encuentro con los perros, en los alrededores de una fábrica a las afueras de Moscú, uno de los momentos más bellos del relato. Iván huye y se esconde de todos esos niños que esnifan pegamento y se golpean con crueldad, mientras busca consuelo acariciando la foto de su amada Svetlana, ya algo arrugada en su bolsillo. “Una perra me está mirando. Sus ojos tienen hambre. Le tengo miedo. Es grande y puede hacerme daño. Quizás tienen miedo también”. Es una perra blanca. “Y entonces coge la patata de mi mano. Soy tan feliz que le pongo nombre. Belka, la que comió de mi mano”. Será el comienzo de una vida entre la manada de perros, en la que sentirá el calor que nunca tuvo entre los humanos. “Mi alma es la de un perro. Todos los humanos mienten, los perros no mienten ni inventan historias”, clama Iván.

A Nacho Sánchez, que desconocía el caso real de Mishukov, le atrajo el texto tan descriptivo de Hattie Naylor. “Con emociones sencillas y palabras muy simples, la obra es un material dramático perfecto. La grandeza de este niño fue que no se convirtió en alguien violento, sino que buscó en los perros la humanidad que no encontró en las personas”.

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