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Gabo y las putaditas tristes

En este Congreso de la Lengua ha ocurrido una cosa que hubiera hecho partirse de la risa a Gabriel García Márquez

Juan Cruz

En este Congreso de la Lengua (que también puede ser llamado de la legua, pues ha llegado lejos, a Puerto Rico) ha ocurrido una cosa que hubiera hecho partirse de la risa a Gabriel García Márquez, Gabo para sus muchos amigos, entre ellos Nelson Noches, que vive ya muy mayor en Aracataca y que durante años vivió como real la persistente y fantástica visita de su amigo de la infancia, y del sueño, para jugar juntos al ajedrez.

Fantasías aparte, lo cierto es que Gabo reía poco, o cuando reía era en la intimidad; tenía ese perfil un poco aindiado, como Sergio Ramírez, que ayuda a economizar la risa, de modo que cuando reía era un acontecimiento. Por él reía (y ríe) Mercedes Barcha, su mujer, que, como se dijo en el homenaje que se le dedicó a Gabo aquí ayer noche, es una mujer muy lectora, muy inteligente, que ha hecho toda la vida como si estuviera en silencio para que no todo el mundo supiera que era una ágil conversadora.

En ese homenaje, del que ustedes ya tendrán noticia, el periodista francés Jean François Fogel habló de la última novela de García Márquez, Memoria de mis putas tristes, que es un homenaje privado al gran Kawabata, con quien tanto se quiso parecer. El asunto le venía de lejos, y fue cuando ya él era tan mayor como para poder permitírselo que atrajo hacia sí esa historia que lo políticamente correcto le arrojó a la cara como si él hubiera blasfemado contra el lugar común. El lugar común es la muerte, o la muelte, como dirían en Puerto Rico y como diría, por cierto, Tomás Eloy Martínez, el extraordinario autor argentino del que Gabo dijo cuando su colega murió: “Era el mejor de nosotros”.

Pues bien, Gabo fue el gran patrón del boom, vagón en el que la historia puso a unos y no a otros; los que están en la historia están en la mente de todos (y también en un libro que ustedes no tendrían que perderse si les interesa la literatura, Los nuestros, de Luis Harss) y los que no están ustedes pueden elegirlos. Algunos son indiscutibles, como Guillermo Cabrera Infante, o como el puertorriqueño Luis Rafael Sánchez, el ya legendario autor de una novela, La guaracha del macho Camacho, que se lee como si uno estuviera al borde del malecón de Puerto Rico, que es como el malecón de Tres tristes tigres.

Ya saben que Luis Rafael Sánchez se ganó el Congreso con un discurso que llamaron serio y alegre a la vez, con el que no sólo reivindicó el español sino la alegría de decirlo con todas sus palabras y con el acento que le da la puertorriqueñidad, término que ya ha alzado al nivel de las muy circunspectas academias. En ese discurso Luis Rafael Sánchez introdujo una mención a ese libro último de la ficción de Gabriel García Márquez, Memoria de mis putas tristes. En los resúmenes televisados de la solemne sesión, en la que el gobernador puertorriqueño reivindicó, como el novelista, el español de Puerto Rico, a la emisora oficial del territorio no se le ocurrió otra cosa que meter la tijera como si estuviera degollando una palabra tan vieja como la humanidad, es decir, como el hombre o como la mujer. La palabra puta, que ni Word marca en rojo.

Lo contó, circunspecto, con el ceño fruncido, el muy sorprendido Sergio Ramírez, que sabía de qué cosas podría reír su buen amigo Gabo. “Fíjate que han hecho: han puesto unos pitiditos sobre la palabra puta, de modo que el título dicho por Luis Rafael se entiende como Memoria de mis piiiiiií tristes… ¡Pero están locos!” Claro, las academias no pueden hacer nada; le pregunté a Héctor Feliciano, que empujó con muchísimo entusiasmo hasta que este Congreso fuera posible en Puerto Rico a qué se debía este pitidito que es a la vez, por decirlo así, una putadita contra el título de García Márquez. Él me miró, con las gafas apuntando su mirada hacia el cielo, y dijo sólo dos palabras: “Ley Federal”.

Si la Ley Federal, que es la que administra los pitidos que son putadas, entrara en la literatura universal eso iba a ser una concertina; y, por cierto, si entra en esa hermosa Guaracha del macho Camacho no iba a quedar palabra sobre palabra ni piedra sobre piedra. Esta Ley Federal, desafiando el diccionario que con tanto afán construye gente como Gabo o como Luis Rafael... Gabo se hubiera partido de la risa con la Ley Federal.

Ah, el libro que se presentó para homenajear a Gabo es Gabo periodista, en la edición puertorriqueña; un conjunto magistral de textos del maestro, una edición (a cargo de Feliciano) que tendrían que enviarle a Eduardo Mendoza, que por la mañana había dicho que la mayor parte de los libros que se publican son un birria. Pues ya verá que este precisamente no es una birria, sino todo lo contrario. Lo que pasa es que ahora no me sale la palabra que puede ser contraria a la palabra birria. Mendoza sabrá.

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