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El misterio Jack White

El fundador de The White Stripes, el músico más influyente y prestigioso salido del rock ‘underground’ en los últimos 15 años, publica su primer disco en solitario. Todo un ‘bluesman’ que sigue alimentando su enigmática aureola

Imagen de Jack White para su nuevo disco, 'Blunderbuss'.
Imagen de Jack White para su nuevo disco, 'Blunderbuss'.XL / POP ST

Jack White es un personaje. Tras él se encuentra John Anthony Gillis, el pequeño de los 10 hijos de un matrimonio católico de Detroit. Pero los detalles de su vida anterior a 1997, cuando apareció en público por primera vez, son difusos. Su vida es un puzle en el que siempre hay una pieza que no encaja. “La gente se preocupa mucho por lo que es auténtico y lo que no”, dice, sonriente, en una suite de un lujoso hotel de París una calurosa tarde de marzo. “Todo lo que soy está ahí, en mis discos, en mis conciertos. A la vista”.

Se define como un músico de blues. Y como los primeros bluesmen, Leadbelly o Charlie Patton, parte de su vida está envuelta en la bruma. Tampoco es nuevo en el rock. Bob Dylan o David Bowie han estado durante décadas sometidos a escrutinio y todavía hay zonas oscuras en su biografía. “Yo no miento, pero no se puede tomar de forma literal todo lo que alguien dice. Sería absurdo, ¿no cree? He estado en distintas bandas y en ellas escribo canciones e interpreto un papel. Siempre ha sido así. Desde el principio. Lo que he descubierto en este tiempo es que cuando creas tu propio mundo la gente viene a ti. No necesitas ir fuera a buscarles y convencerles. Llegan ellos solos”.

Es cierto que la expansión de su éxito tiene algo de viral y de nadar contracorriente. Su discográfica, Third Man Records, por ejemplo. “La abrimos hace tres años para editar vinilos. Éramos tres. Ahora trabajan casi 30 personas”. En este periodo han publicado 140 referencias, algunas alcanzan precios astronómicos. Por sencillos con apenas dos años de antigüedad se piden hasta 400 euros en eBay. “Es inevitable. No hay forma de controlar que se especule con el vinilo. Por eso vendemos descargas digitales”.

Otro caso curioso: en el Mundial de fútbol de 2006, los hinchas italianos tarareaban una melodía para animar a su combinado nacional. Era Seven nation army, el primer sencillo extraído de Elephant, un disco de 2003 de su más famoso grupo, The White Stripes. Su percepción fue curiosa. Declaró sentirse muy honrado, “porque eso es el auténtico folk”. “Me refería”, recuerda hoy, “a que lo que siempre he querido es que mis canciones entren en el imaginario popular, como lo hicieron las que me han influido. Nunca he sido uno de esos que bucean en las rarezas olvidadas. Me interesan las canciones que están en la cabeza de todos sin que se sepa quién es el autor”.

"Me interesan las canciones que están en la cabeza de todos sin que se sepa quién es el autor"

White, de 36 años, es un auténtico Rey Midas que convierte en oro todo lo que toca. Sea un grupo de amiguetes como The Raconteurs, casi una distracción que hacía pop rock amable y terminó vendiendo cientos de miles de copias. O The Dead Weather, un cuarteto de hard rock en el que él, en principio, solo era el batería y dejaba el micrófono en manos de la vocalista Alison Mosshart, un animal escénico que desborda sexualidad. En 2004 produce Van lear rose, para Loretta Lynn, una olvidada cantante de 75 años, y el disco termina ganando el Grammy a mejor álbum country. Incluso, el disco que editó y produjo a su entonces esposa, la supermodelo Karen Elson, logró bastante repercusión.

Pero su gran obra es The White Stripes, el dúo de crudo blues que formó en 1997. Él cantaba y tocaba la guitarra; Meg, la otra mitad, tocaba la batería con un estilo casi infantil. No había bajo. No había arreglos. Vestían siempre de rojo y blanco. Nadie hubiera pensado cuando debutaron en 1999 con un álbum que ni siquiera entró en los 200 más vendidos de Estados Unidos que saldrían del circuito underground. Era la época de Baby, one more time, de Britney Spears. Pero su sexto y último disco de estudio, editado en 2007, fue directamente al número 2 de Billboard, solo superado por Bon Jovi. En ocho años ganaron cinco grammys y vendieron al menos 10 millones de copias en todo el mundo.

Posiblemente, parte de la culpa la tuvo el 11-S. Antes de aquel día de 2001, el rock estaba de capa caída, y un estilo de ominoso recuerdo llamado nu metal dominaba las radios. La escena alternativa que triunfaba, representada por Radiohead y unos emergentes Coldplay, era tristona y británica. Tras el shock inicial, los ojos del mundo estaban puestos en Nueva York. El primer himno oficioso del renacer patriótico fue New York, New York, de Ryan Adams, cuyo vídeo había sido grabado cuatro días antes del ataque. Is this it?, el debut de los neoyorquinos The Strokes, publicado en agosto, rock hedonista y sexi, se convierte de repente en el sonido a seguir. Hacían falta más nombres y aquel curioso dúo estaba allí, con su tercer disco recién editado, deseoso de ser descubierto. “Es una teoría interesante, pero no sé si totalmente correcta. Es cierto que tanto Strokes como nosotros teníamos antes más éxito en Reino Unido que en Estados Unidos. Y que de repente recibimos más atención. Recuerdo que se nos metió en el mismo paquete y se intentó reproducir el duelo de Beatles con Stones, o Blur con Oasis. Me puse en contacto con su mánager y le dije: ‘Tenemos que hacer una gira juntos y tenemos que hacerla ahora’. Tocamos unas cuantas fechas los dos grupos y funcionó”.

The White Stripes se disolvió oficialmente con un comunicado en enero de 2011, pero llevaban separados de hecho desde agosto de 2007, cuando suspendieron su gira mundial a causa de los ataques de ansiedad de Meg. En las últimas entrevistas, ella aparece pálida y ojerosa, como si estuviera a punto de derrumbarse. Prácticamente ha desaparecido. Se casó en 2009 (en el patio trasero de la casa de Jack de Nashville), y desde entonces, nada. White asegura que no responde a sus llamadas, pero dice que tampoco está preocupado, que siempre ha sido así. “Antes vivíamos a una manzana de distancia. Iba a verla y ya está. Ahora estamos en ciudades distintas”.

"La relación entre los miembros de un grupo altera, y puede llegar a destruir, la percepción de su música"

Su relación es la gran mentira original que hace que todo lo que dice Jack White sea puesto en entredicho. Durante años aseguraron que eran hermanos. Pero la realidad es que Megan Martha White había conocido a John Anthony Gillis a mediados de los noventa, cuando ella era camarera en un bar de Detroit. Se casaron en 1996, un año antes de empezar con el grupo. Gillis adoptó su apellido. Entonces nace Jack White. Se divorciaron en el año 2000. Tres años más tarde, cuando la naturaleza real de su relación empezaba a ser algo más que un rumor, pero antes de que su licencia de matrimonio y el certificado de su divorcio aparecieran en Internet, el mismo White le dijo a este periodista en una entrevista cara a cara en Madrid que eso era mentira, que ellos eran hermanos. Mientras, la frágil Meg, sentada a su lado, miraba al suelo comiendo miguitas de un bollo que desmenuzaba meticulosamente. “¡No le mentí!”, exclama antes de soltar una carcajada. “¡Es mi hermana!”, dice escudándose en el sentido metafórico del término antes de embarcarse en una larga explicación. “Mire, cuando un chico y una chica suben a un escenario, la percepción que se tiene de ellos varía dependiendo de su relación. Si son hermano y hermana, no pasa nada, pero si son novios, siempre se va a pensar: ‘Ah, vale, ella está ahí porque es su pareja’. No es algo banal. Cuando Brad Pitt y Angelina Jolie aparecen juntos están vendiendo su relación. Incluso, cuando cuatro tíos suben a un escenario dicen: “Estamos aquí porque somos viejos amigos”. Venden una relación. La filiación entre los miembros de un grupo altera, y puede llegar a destruir, la percepción que la gente tiene de su música. The White Stripes fue creado como un concepto. Queríamos tocar blues, pero no queríamos parecer un jodido grupo de blues. Por eso vestíamos uniformados de blanco y rojo. Por eso no teníamos un bajista. Nadie al vernos debía asociarnos con el blues”.

Todo eso es el pasado. Mañana se pondrá a la venta el undécimo álbum de su carrera. Blunderbuss, el primero que firma únicamente como Jack White. Quizá para remarcar que es un nuevo comienzo se ha embarcado en una intensa gira promocional por Europa y Estados Unidos, incluido Nashville, donde reside desde que en 2005 dejó Detroit, con su entonces mujer la supermodelo británica Karen Elson, con la que tuvo dos hijos, Scarlett Theresa y Henry Lee. Eran la familia ideal. En 2006 su fortuna conjunta se estimaba en 24 millones de euros. En 2011 se divorciaron con una fiesta a la que invitaron a todos sus amigos. Todo el álbum parece estar impregnado de esa ruptura. En una de sus canciones, Missing pieces, una persona se levanta por la mañana y descubre que mientras dormía le han robado partes de su cuerpo. “Es una metáfora sobre las relaciones. Cuando dos personas se aman se modifica su vida de entes independientes. Es un choque físico, casi violento, de dos atmósferas. Nada vuelve a ser igual. Es un nuevo entorno, y acciones antes inocentes tienen otras consecuencias. Desastrosas, casi siempre. Aun así, nos enamoramos una vez más”.

No se sale el disco de su carril. Es rock orgánico, físico, guitarrero. Contiene algunas de las mejores canciones que ha compuesto y es la base de su próxima gira (en principio no hay fechas anunciadas para España), en la que por primera vez tocará temas de toda su trayectoria, de todas sus bandas. Lo presentó en Austin con un extraño formato: una veintena de canciones en un concierto divido en dos partes. Una primera en la que le acompañaba un sexteto exclusivamente femenino, y una segunda con un quinteto totalmente masculino. “La gira va a ser con ambas. Hemos ensayado 40 o 50 canciones. La idea es que nadie sepa cuál de las dos bandas va a tocar cada noche. Me levantaré y en el desayuno decidiré si es una u otra, dependiendo de mi estado de ánimo. Es un reto”.

La verdad es que, si uno se fija bien, en el 90% de sus proyectos hay alguna fémina implicada. Algo raro en un mundo tan masculino como el del rock. “Francamente, no pienso en esos términos. Pero siendo sinceros, si metes a 10 tíos en esta habitación verás como empiezan a comportarse como adolescentes. Que entre una chica guapa, que se siente aquí en este mismo sillón, y su actitud cambiará por completo. Sacarán sus mejores modales. Esa es una de las ventajas de trabajar con mujeres, sacan lo mejor de todo el mundo”.

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