Fría y sosa tarde de rejoneo
Todo se unió para que el festejo se asomara al precipicio del aburrimiento, cuando no de la espantosa vulgaridad
Está visto y comprobado que el frío no va con la fiesta de los toros. Y menos, en Sevilla, donde lo anormal en estas fechas es el abrigo abrochado porque te quedas helado en el cemento de la grada. Ni el frío ni la sosería de los toros, claro está, que ayer todo se unió para que el festejo de rejoneo se asomara al precipicio del aburrimiento, cuando no de la espantosa vulgaridad.
San Mateo y San Pelayo / Cartagena, Ventura, Hernández
Toros despuntados para rejoneo de San Mateo y San Pelayo, bien presentados, mansos, descastados y tullidos.
Andy Cartagena: pinchazo y rejón trasero (palmas); rejón caído (palmas).
Diego Ventura: rejón (ovación); dos pinchazos (ovación).
Leonardo Hernández: rejón trasero (ovación); dos pinchazos (silencio).
Plaza de la Maestranza. 15 de abril. Cuarto festejo. Tres cuartos de entrada.
Es verdad que los toros de Niño de la Capea no ayudaron. Es más, contribuyeron eficazmente al fracaso general porque resulta imposible hacer maravillas a caballo ante animales tullidos, enfermos de mansedumbre, agotados y hundidos desde que salían por los chiqueros. Y así, en mayor o menor medida, transcurrió el festejo entre el guapo paseo de caballos entrenados para el éxito y la triste imagen de animales lisiados que deseaban la muerte exprés antes que la lucha ante la osadía ecuestre.
Que pregunten a Andy Cartagena, que se encontró con dos marmolillos insufribles ante los que no pudo más que demostrar que es un pesado de tomo y lomo, y limosneó las palmas en un gesto impropio de figura. Es excesivamente lento de movimientos (tarda un mundo en salir al ruedo; otro en colocarse para esperar al toro, y, cuando ya parece presto, está el público deseando que acabe), y ante la incapacidad de sus oponentes, se limitó a mostrar la buena estampa y doma de su cuadra. Su primero daba lástima, el pobrecito, porque era evidente que la lidia lo molestaba en lo más hondo de su alma, y que lo que más deseaba era abreviar su corta vida. Tampoco podía con su cuerpo el cuarto, y Cartagena se limitó en su lote a clavar con aseo y, al final de ambos, acudir al tercio para pedir unas palmas que no brotaron espontáneamente. Deprimente…
Se esperaba tanto de Ventura que parece extraño que acabara su labor sin una oreja, siquiera, como referente del momento extraordinario que parece atravesar. Y es cierto: ofrece una imagen de absoluta seguridad a lomos de una cuadra renovada y a la altura de las exigencias de la categoría del rejoneador. Sus caballos combinan la torería con la elegancia y una excelente doma. Y Ventura es un torero de los pies a la cabeza, aunque ayer no protagonizara esa tarde de euforia colectiva tan propia de este rejoneador. No colaboró su primero, que no le permitió atisbo alguno de espectacularidad, y mejoró en el quinto, al que mató mal, y los ánimos se desinflaron.
Y no mejoró el resultado el más joven de la terna, Leonardo Hernández, que sufrió las inclemencias del ganado de saldo y no fue capaz de superar el ambiente frío de una tarde que estaba condenada al aburrimiento. Esperó a su primero en la boca de toriles y el toro no le hizo ni caso, una fiel premonición del torrente de mansedumbre que encerraba en sus entrañas. No quería pelea y huyó como un cobarde hasta que fue arrastrado por las mulillas. Algo mejor el sexto —las comparaciones son odiosas—, pero la tarde ya estaba tocada y hundida.
Babelia
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