"Uno es más imbécil de lo que uno cree"
Es tan increíblemente delgado que, de primeras, te crees que está perennemente de perfil. Pero no. Luego te fijas y compruebas que lo que ves es todo lo que hay. Brevísimas caderas, patitas como palos de escoba. Pero la espalda recta y aparentes los hombros. Es decir, parece un maniquí para sastre hecho en alambre: no es canijo, sino famélico. Y, por encima de tanta levedad, una densa cabellera que debe de pesar unos 200 kilos.Pregunta. Viniendo hacia aquí, he visto que la ciudad está empapelada con carteles suyos. ¿Qué se siente al ver la cara de uno por todas partes?
Respuesta. Pues la verdad es que uno es mucho más imbécil de lo que uno cree. Es decir, yo voy en un taxi y veo carteles míos pegados por las paredes y, si viene alguien conmigo en el taxi, miro de reojo para ver si se ha dado cuenta de que yo estoy ahí. Hago como que no me entero, pero... Lo peor que puede pasarte es que la ciudad esté empapelada y que la chica que va en el taxi no se dé cuenta.
P, ¿Siempre tiene que ser una chica? ¿Y si el del taxi fuera hombre?
R. Sí fuera un tío, la cosa ya me da más igual.
Así, canturreando para pasar el rato, estuvo en Londres y luego volvió. Y cantó en La Mandrágora, y después se convirtió en una gran estrella. Dice Sabina que no aspiraba a ese éxito multitudinario, y yo le creo, porque es hombre que ha sabido hacer de la más cruda sinceridad un arma seductora. Ahora bien, una vez que te metes en el éxito, o te meten, quedas atrapado irremisiblemente, "porque el veneno está por todos lados y es imposible salirse de esa espiral tremenda. Quien diga que lo tiene superado, yo creo que miente".
P, Pero supongo. que usted estará intentando prepararse mentalmente para un posible fracaso. El mundo de la canción pop es muy duro, y, tal como se sube, siempre se puede bajar.
R. Oh, sí, yo eso me lo he planteado muchísimas veces, y además he chuleado mucho por los bares diciendo que estoy perfectamente preparado para volver otra vez a actuar en La Mandrágora o en pequeños locales como ése. Bueno, pues es mentira. Lo único que es verdad es que tengo mucha curiosidad porque me pase, para ver cómo lo vivo. A ver si es verdad que soy tan chulo.
P. ¿Y usted qué cree? ¿Es tan chulo como aparenta, o no?
R. Yo creo que no, en absoluto, porque soy un ser completamente vulnerable. Lo que ocurre es que siempre he funcionado a la contra Me parece que yo lo que soy es un resentido social desde niño. Por que, si la chavala que a mí me gustaba se iba con el riquillo que a mí me parecía imbécil, en vez de venirse conmigo, que era mucho más feo y tenía la cara llena de granos, pero me consideraba más listo, pues yo ese resentimiento lo he guardado hasta hoy, y cada vez que escribo una canción es para darles en las narices a los dos. Por ejemplo, siempre cuento mi infancia mucho más triste que lo qué fue. Que no fue triste. Y hablo de mi pueblo siempre mucho peor que lo que en realidad fue. Porque yo llevo dentro algo que no sé qué es, el con vencimiento de, que me han tratado mal y de que tengo que reivindicarlo; y la sensación de que me tengo que ganar el cariño de los demás con mucho esfuerzo.
Cazador de emociones
Lo más singular en él es la manera en que se mueve. Con pasos silenciosos y muelles, rebotando ligeramente sobre el suelo; con un mirar solapado y tímido que se le escurre por las comisuras de los ojos; con el aire inquieto y receloso de los recién llegados, como si se pasara la vida doblando esquinas y teniendo por tanto que enfrentarse a paisajes siempre nuevos y quizá hostiles. Y con una sonrisilla lobuna entre los dientes, el rictus del depredador que anda al acecho. Porque Sabina es un cazador, de eso no hay duda. Pero un cazador que no hace sangre. Digamos que es un lobo hambriento de emociones y afectos.
R. Javier Krahe, que es mi mejor amigo, siempre me dice que a él su madre lo quería muchísimo, por lo que él no tenía que hacer nada para ganarse un beso suyo; y que él sospecha, en cambio, que yo tenía que hacer mil monerías para que mi madre me besara, porque me paso la vida haciendo cosas para que me den besos, y a él, en cambio, se los dan sin hacer nada. Pero nada, ¿eh? Ni siquiera se siente obligado a tener éxito para que lo quiera la gente.
R. Yo sí. Yo creo que cada beso me lo tengo que ganar trabajándomelo muchísimo.
P. También da usted el aspecto de ser una especie de Peter Pan que se resiste a crecer...
R. Pues sí, pero eso no me, enorgullece en absoluto. Yo carezco de costumbres: no me acuesto, no como, no desayuno nunca a la misma hora; no desayuno nunca las mismas cosas. Estoy tan bien en un hotel como en mi casa; y puedo leer un libro al día durante dos meses y luego pasarme medio año sin abrir un volumen. Y no tengo ningún sistema fijo de trabajo. Toda la gente que conozco de mi edad, y aun con diez años menos, poseen costumbres. Pero yo no, y eso me alarma. Porque físicamente resulta agotador.
P. Pero usted sí posee una rutina: la de vivir la noche.
R. Es que, aunque parezca un topicazo, las noches son distintas. En la noche, por ejemplo, las clases sociales se desdibujan, y en los bares de madrugada hay mezclas infernales, cosa que me encanta. En la noche, las gentes no vienen del trabajo, sino que van y vienen buscando cosas inclasificables que no existen y que no se encuentran. No hay nadie que no esté a las cuatro de la mañana por ahí que no esté buscando algo. Yo por ejemplo, siempre he escrito de madrugada. Mi último disco, Mentiras piadosas, lo escribí de dos a seis de la madrugada, aquí, en casa. Y luego, a las seis de la mañana, me iba a un bar en donde me dejaban una oficinita, porque el dueño es amigo mío. Y ahí participaba de todo el mogollón del bar, y, al mismo tiempo, podía seguir escribiendo. De vez en cuando, me pasaban una copita y tal, y, si yo, tenla ganas de Íjer qué pasaba, salía a dar una vuelta, miraba quién había, controlaba un poco, y luego seguía escribiendo... A partir de determinada hora de la madrugada, sabes que cualquier tipo con el que te cruces en un retrete es un golfo, y eso es muy excitante.
La golfería
P. ¿Y qué es para usted ser un golfo?
R. Es estar dispuesto a cualquier cosa sin ataduras o haciendo como que no tienes ataduras. Es aparentar que uno siempre se puede apuntar a la orgía mayor del mundo, lo cual, por cierto, nunca se produce, porque la noche, en general, es aburridísima. Esto lo saben los que de verdad la frecuentan: nunca pasa nada. Pero que la noche sea aburridísima no tiene nada que ver con la necesidad de seguir yendo.
P. Es decir, con el deseo. La noche, supongo, es el deseo.
R. Eso es. Lo que te obliga a seguir yendo es tu voluntad de no renunciar al deseo. A ese deseo puro de una noche perfecta, en la que todo parezca funcionar, y te digas: "Qué bien estamos todos aquí, y qué contentos, y este instante va a durar para siempre". Yo creo que lo que se busca en la noche es más bien una cosa metafísica... Porque, si me quedo aquí, ya sé lo que va a pasar. Voy a leer un libro, o veré la tele y me iré luego a la cama... Pero, si salgo, no sé qué va a pasar.
P. Usted lo ha dicho: normalmente, nada.
R. Pero el aficionado a los toros sabe que la memoria de un solo pase basta para ir a vera Curro Romero durante 20 años.
P. Y usted guarda algún que otro pase en la memoria...
R. Sí, claro: el profesional siempre tiene tres o cuatro noches gloriosas.
Arrastra Sabina tras de sí esos jirones de penumbra y de turbias atmósferas que son como el halo de los golfos, y que se adquieren tras acodarse noche tras noche, con meritorio esfuerzo, en apestosas barras. Anda el hombre buscando esa fisura en la realidad a través de la cual pueda alcanzar la brillante sustancia de la vida; y la, busca en las madrugadas, en los turbios garitos y en el fondo manchado de los vasos. Y, cuando no la encuentra; cuando, como suele suceder, en el fondo de la copa sólo descubre el solitario reflejo de su propia cara, entonces siempre le queda el recurso de escribir un poema, una canción. Es un artista.
Tu suscripción se está usando en otro dispositivo
¿Quieres añadir otro usuario a tu suscripción?
Si continúas leyendo en este dispositivo, no se podrá leer en el otro.
FlechaTu suscripción se está usando en otro dispositivo y solo puedes acceder a EL PAÍS desde un dispositivo a la vez.
Si quieres compartir tu cuenta, cambia tu suscripción a la modalidad Premium, así podrás añadir otro usuario. Cada uno accederá con su propia cuenta de email, lo que os permitirá personalizar vuestra experiencia en EL PAÍS.
En el caso de no saber quién está usando tu cuenta, te recomendamos cambiar tu contraseña aquí.
Si decides continuar compartiendo tu cuenta, este mensaje se mostrará en tu dispositivo y en el de la otra persona que está usando tu cuenta de forma indefinida, afectando a tu experiencia de lectura. Puedes consultar aquí los términos y condiciones de la suscripción digital.