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Reportaje:

El museo de Utratumba

Señales de las almas que se purifican en el purgatorio se exponen en la sacristía de una iglesia romana, muy cerca del Vaticano

Juan Arias

Reflejándose sobre las aguas del Tíber, al lado del Palacio de Justicia, junto al Vaticano, existe una iglesia llamada "la pequeña catedral de Milán", porque su fachada es de estilo gótico, un estilo muy raro en Roma. Con frecuencia, en la puerta de esta iglesia se ven grupos de peregrinos italianos y extranjeros que van a visitar un curioso museo, instalado en la sacristía de la iglesia: el museo del Purgatorio o Ultratumba "en el que se encuentran almas llegadas del otro mundo para pedir sufragios que les permita salir antes del purgatorio".

Al frente de esta pequeña parroquia de los Misioneros del Sagrado Corazón está el padre Renato Simeone, que pertenece a la generación que se apasionó por el Concilio Vaticano II. Un religioso que sigue intelectualmente el pulso del mundo moderno.

Museo difícil de explicar

Cuando se le pide que explique cómo logra conciliar sus ideas de religioso culto y progresista con esa estrecha relación con el rincón de su parroquia que "alberga a las almas del purgatorio" y que figura hasta en las guías turísticas sobre Roma, confiesa que él preferiría que este museo no existiera. El padre Simeone reconoce, no obstante, que está aumentando el número de personas, especialmente jóvenes, que llaman a la puerta para visitar este museo, "no se sabe si porque es el año de Orwell o por ser el Año Santo extraordinario".Al padre Simeone no le entusiasma personalmente hablar de este tema. Pero el museo del purgatorio existe, y el párroco no sabe dónde meterlo. "Si pudiera", dice, lo haría desaparecer definitivamente, sobre todo porque me resulta muy difícil explicarles a los visitantes que en realidad la Iglesia tiene hoy otra visión muy distinta del purgatorio de la que revelan esos libros y camisas quemadas". Recuerda el padre Simeone que desde hace años el museo se ha reducido al mínimo. "Queda sólo una veintena de objetos, es decir, sólo aquellos sobre los que existe una documentación seria de autenticidad y que provenían de personas que murieron con fama de santidad".

Según el padre Simeone, es curioso que la mayor parte de los visitantes del museo son jóvenes

Pero se trata", dice, "de jóvenes más bien psicológicamente débiles. Una vez uno de ellos se desmayo mientras lo visitaba". "En general", dice el párroco, "los visitantes vienen por curiosidad o por devoción. Y en cuanto a los jóvenes, se trata, como he podido observar, de grupos desencantados de la política o de la religión, con poco interés por las cosas temporales, que buscan en lo sobrenatural un modo de llenar cierto vacío que llevan dentro".

Un enamorado de las almas del purgatorio

El párroco explica que se trató de cerrar el museo en tiempos de Pío X, pero este pontífice se opuso a esta medida. "La comunidad conserva estas reliquias del purgatorio como algo puramente histórico pero no queremos darle importancia excesiva, sólo respeto por la historia". Y con una pizca de ironía añade: "Una historia que además no es ni italiana ni romana". La historia de este museo se remonta a 1893, cuando un religioso misionero de Marsella, el padre Vittore Jouet, que era un enamorado de las almas del purgatorio, creó, a dos pasos del Vaticano, una pequeña capilla dedicada a las almas purgantes, esperando poder más tarde levantar un verdadero santuario. El 15 de noviembre de 1897, la capilla se incendió durante una misa. Y a los fieles que abarrotaban la iglesia les pareció ver en medio de las llamas de la pared, a la izquierda del altar, un rostro humano retorciéndose de dolor. El hecho creó fuertes discusiones, y tuvo que intervenir la autoridad eclesiástica, que ni aprobó ni condenó la aparición.El trozo de pared quemada con la presunta imagen del alma del purgatorio con rostro humano forma parte hoy del museo. Desde aquel momento, el padre Jouet, que creyó profundamente en la autenticidad de la aparición, no se concedió reposo, y empezó a recorrer media Europa para recoger testimonios, en conventos y casas particulares, de la presencia visible de las almas del purgatorio.

Con todo ese material, único en el mundo, organizó lo que él había bautizado como museo de ultratumba. Llenó al principio una habitación grande del actual convento anejo a la parroquia. Era él quien, tras haber construido la actual iglesia gótica, siguiendo su gusto francés, enseñaba a los miles de peregrinos su museo. Con tanto celo, que murió mientras explicaba a un grupo de turistas aquellos trozos de purgatorio.,

"Nunca nos hemos preocupado", dice el padre Simeone, "de hacer analizar estos objetos, un poco misteriosos, por expertos en la ciencia de la parapsicología, por ejemplo. Pero de lo que no hay duda es de que la prueba sobre la veracidad del purgatorio no pasa ciertamente por esas huellas de fuego recogidas con tanto candor y piedad cristiana por el padre Jouet".

Recuerda el padre Simeone que, "paradójicamente, aquella parroquia no sólo no había sido nunca un centro de conservadurismo medieval crecido a la sombra del museo de ultratumba, sino que, al contrario, fue sido en los tiempos difíciles del modernismo un punto de referencia progresista, con figuras como Bonacorsi, Ceresi, Gillagremigni, internacionalmente conocidas por su espíritu batallador y por la importante contribución bíblica y teológica que hicieron a la Iglesia". En aquella parroquia, cuyos religiosos estaban en contacto personal con el modernista Bonaiuti e intelectualmente con Loisy y Harnak, nació el primer catecismo, con gran escándalo de muchos párrocos romanos. Y allí nacieron las famosas melodías populares, que después se extendieron por todo el país.

Una devoción de la Edad Media

"Por otra parte", afirma el párroco Simeone, "la devoción a las almas del purgatorio, que floreció en la Edad Media, tuvo después mucho auge porque representaba también un modo de subsistencia para los sacerdotes. Por eso se propagó tanto, sobre todo en las zonas del Sur. Los párrocos tenían sus prebendas, pero los que no eran párrocos tenían que vivir, sobre todo, de las misas, y es evidente", subraya, "que era más fácil que la gente pagara las misas para poder ayudar". "Ahora", dice, "nosotros, aquí, a pesar- de que ésta es la iglesia de las almas del purgatorio, no admitimos misas para pedir por muertos individuales. Se reza por el alma de todos. Y los religiosos de aquí van a trabajar para ganarse el sustento. Generalmente enseñan religión en escuelas y colegios".En el museo de ultratumba los objetos que más llaman la atención del visitante, llegando incluso a turbar profundamente a algunos, son, entre otros, las huellas de fuego dejadas en una tabla de madera sobre la que trabajaba la venerable madre Isabella Fornari, abadesa de las clarisas del monasterio de San Francisco, en Todi. Las huellas fueron dejadas el 1 de noviembre de 1731 por el difunto padre Panzini, abad de Mantua. Mientras la abadesa rezaba por el alma del padre Panzini apareció una mano de éste último que dejó impresas sus huellas sobre una hoja de papel, sobre la manga del hábito e incluso sobre la camisa interior de la monja que apareció manchada de sangre.

Otro objeto qué se conserva en el museo es un libro de oraciones en alemán con las huellas de fuego dejadas por el difunto Giuseppe Schitz. El libro era de su hermano Jorge. La impresión de las huellas se produjo el 21 de diciembre de 1838, en Sarralbe, Lorena. Este suceso fue interpretado como una petición de oraciones para compensar la vida ligera que había llevado Giuseppe Schitz.

Hay también un billete de 10 liras que, al parecer, trajo del purgatorio un sacerdote difunto del monasterio de San Leonardo, en Montefalco, para que se dijeran misas por su alma. De estos billetes llegados de ultratumba, el sacerdote llegó a dejar hasta 30.

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