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Reportaje:MODA

Un símbolo de la América moderna

Andrea Aguilar

Aunque estuviera en Studio 54 y llevara varias horas entregado a la juerga nocturna, Calvin Klein entendió que aquello era una oportunidad. Este muchacho judío del Bronx, que se había labrado un nombre con sus abrigos de líneas depuradas, se encontró en la pista de baile con un tipo que le preguntó si le gustaría poner su nombre a unos vaqueros y, de paso, ganar un millón de dólares. Corría el año 1977. Cinco después, las ventas de vaqueros Calvin Klein rozaban los 500 millones de dólares al año. Una jovencísima Brooke Shields proclamaba desde las vallas publicitarias que nada se interponía entre su gentil cuerpo y sus tejanos. "Los vaqueros me dieron la oportunidad de transmitir mi mensaje a las masas. Me permitieron crear de una manera distinta", explicó el diseñador años después.

Hoy el gran mercado se encuentra en Asia. Prueba de ello fue el desfile que organizaron el pasado enero en Singapur
El fundador de la marca reconcilió conceptos opuestos. Demostró que lo chic también puede ser práctico

El universo Klein se expandía; sus prendas reafirmaban un estilo de vida que rebasaba las costuras. Pero eran los tormentosos años ochenta, y junto a los grandes éxitos también llegaron los graves problemas financieros y una sonada estancia en una clínica de desintoxicación. Los noventa trajeron aires nuevos. La hija del diseñador, Marci, comentó a su padre que su ropa era demasiado cara. Aquello fue el germen de la exitosa CK, una línea joven a precio asequible con la que Calvin Klein reconcilió conceptos opuestos. Lo simple mutó en sofisticado, y millones de mujeres encontraron en sus prendas la definición exacta de la elegancia urbana y moderna. La comodidad no tenía por qué estar reñida con la belleza. Lo chic podía ser práctico. Y el estilo Calvin Klein podía estar al alcance del gran público.

El mantra minimalista quedó sintetizado en la primera tienda de la marca: un edificio de estilo neoclásico en la avenida Madison. Poco después de que abriera sus puertas a mediados de los noventa, un joven diseñador británico formado en el Royal College of Art de Londres la visitó por primera vez. Hoy, Kevin Carrigan es el director creativo global de Calvin Klein Jeans, CK y Calvin Klein. Es el tercer hombre en el triunvirato que el americano estableció cuando en diciembre de 2002 vendió su compañía. Francisco Costa e Italo Zucchelli son los diseñadores que nombró para las colecciones de costura de mujer y hombre, respectivamente. En las manos de Carrigan dejó todo lo demás, es decir, desde vaqueros y la línea juvenil hasta toallas o gafas, pasando por la ropa interior.

Tras haber trabajado con Nicole Farhi en Francia y Max Mara en Italia, Carrigan llegó a las oficinas de Calvin Klein en 1998, recomendado por un editor de Vogue. Sintió que los diseños destilaban una potente correlación con la ciudad: la eficacia y velocidad de las líneas depuradas se alejaban de cualquier tono nostálgico retro. Con el fundador de las marcas que ahora dirige, Kevin Carrigan comparte mucho más que las mismas iniciales en orden inverso. "Yo no estudié en Saint Martins, sino en una escuela que formaba a arquitectos y diseñadores industriales", subraya sentado en una sala de la sede central neoyorquina. "Su visión de la marca encajaba con mi propia filosofía, la estrecha relación que sus diseños establecían entre forma, función y belleza era algo con lo que me identificaba".

Situadas en el corazón del puñado de calles donde antaño se concentraban talleres textiles y de confección y tiendas al por mayor -el llamado Garment District de Manhattan-, las oficinas se ajustan a la sobria elegancia de la casa. Paredes blancas, sofás de cuero y una orquídea en el centro de la mesa. Las asistentes de Carrigan pasean con altos tacones desde primera hora de la mañana. Ni un solo estampado enturbia el ambiente. Todo parece funcionar con la exactitud de un reloj, y Carrigan, vestido en tonos pizarra, marca el ajustado compás. Trabaja con cerca de 50 diseñadores y especialistas en tejidos. "Cuando empecé, colaboraba muy cerca de Calvin en la selección de telas y colores", recuerda. "Luego él empezó a delegar y yo fui tomando las riendas poco a poco".

Hoy su territorio está a pie de calle y se extiende por Latinoamérica, Europa y Asia. Maneja 500 tiendas y escaparates en todo el mundo, uno de los más recientes se estrenó este invierno en la calle de Fuencarral de Madrid. "Seas escritor, arquitecto o diseñador de moda, siempre quieres que tus productos estén en el ambiente perfecto. Es muy importante controlar (y no me gusta mucho esta palabra) el ambiente en el que vendes tu producto. Como consumidor, a mí me gusta saber dónde estoy", explica.

El hechizo de los diseños de Klein sigue cautivándole y a menudo regresa al archivo de polaroids de las colecciones de los ochenta y noventa. "Kate Moss con una chaqueta de lino blanco impoluta es algo que sigue siendo moderno. Calvin cambió nuestro look y nuestra percepción de lo cool", afirma. Pero una revolución exitosa casi siempre acaba por convertirse en un clásico. Lo que para una generación fue novedad, para la siguiente es pasado. El salto al mercado de masas puede acabar con el elemento de novedad que en un primer lugar alzó a la cumbre de la popularidad un estilo. Es un territorio delicado, por el que Carrigan y su equipo caminan armados de los nuevos medios que la tecnología de las comunicaciones ofrece. El inglés dice que en la interacción con el público es donde está la clave. Hay que conocer al consumidor, y el suyo es joven. "La mejor herramienta para estar al día son las redes sociales. Te hacen más fuerte como diseñador", asegura.

Carrigan declara su admiración por Zara y mira con atención los productos de sus competidores, muchos de los cuales han seguido una senda parecida a la de Calvin Klein, pero a la inversa. Jil Sander en Uniqlo, Stella McCartney en H&M o Kate Moss en Topshop son sólo algunos ejemplos de colecciones que marcas asequibles encargan a diseñadores. En el caso de Calvin Klein, él mismo puso sus diseños al alcance del gran público. La evolución en función del mercado, dice Carrigan, es lo que mantiene la relevancia de una marca. Y en tiempos de recesión, trabajar en líneas asequibles puede ser un filón. "La gente está conteniendo sus gastos y hay un nuevo patrón en las compras, por eso hay que mirar cada pieza y pensar en su valor real". Atrás quedaron los años en que un par de vaqueros costaban 400 dólares. El nuevo modelo Calvin Klein Body, en el que el equipo de Carrigan ha trabajado más de un año para lograr que se ajuste como un guante a las curvas femeninas, cuesta 79 dólares.

En línea con las campañas de alto contenido sexual con las que se publicitaron los primeros vaqueros Calvin Klein, las vallas de este modelo muestran a la sensual Eva Mendes. Aunque hoy resulte más complicado escandalizar, la marca no renuncia a su tradición sexy. El negocio, sin embargo, ha cambiado su orientación geográfica: hoy, el gran mercado se encuentra en Asia. Prueba de ello fue el desfile organizado en enero por el triunvirato Carrigan, Costa y Zucchelli, en el que por primera vez desde 1994 se presentaban juntas todas las líneas. Una prisión abandonada en Singapur fue el inquietante escenario. Meses después, en las páginas de The New York Times, una periodista se lamentaba así del rumbo oriental tomado por la marca: "Una vez fuimos el centro de gravedad de su universo estético. Ya no. ¿Quién podría predecir que China se iba a interponer entre Brooke y sus Calvin?". Carrigan no está de acuerdo. "Calvin Klein siempre será una marca americana. Esa es su esencia. Gracia natural que no requiere esfuerzo". P

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Sobre la firma

Andrea Aguilar
Es periodista cultural. Licenciada en Historia y Políticas por la Universidad de Kent, fue becada por el Graduate School of Journalism de la Universidad de Columbia en Nueva York. Su trabajo, con un foco especial en el mundo literario, también ha aparecido en revistas como The Paris Review o The Reading Room Journal.

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