Un náufrago en Manhattan
Año 1961. John F. Kennedy acaba de jurar su cargo como presidente de Estados Unidos. La Unión Soviética inaugura la carrera espacial colocando al primer hombre en órbita. Nace Barack Obama en Honolulú. De un presidente a otro, la historia de la nación que domina el planeta ha dado muchas vueltas. Sin embargo, algunos de sus iconos permanecen imperturbables. Vista hoy, la ciudad de Nueva York no dista mucho de aquella. Ni siquiera se dibujaban aún en su paisaje las trágicamente desaparecidas Torres Gemelas, cuya construcción se anunció ese mismo año.
Es en ese momento también cuando en Berlín se levanta el muro de la vergüenza. El ilustrador Werner Kruse, artísticamente conocido como Robinson —en homenaje a Robinson Crusoe, el libro ilustrado que le animó a dibujar—, abandona la escindida capital alemana que lo vio nacer y aterriza por primera vez en la urbe que nunca duerme. El flechazo es instantáneo. El resultado de su febril pasión ha quedado recogido en un libro editado originalmente en 1967 y recuperado ahora por la editorial Electa bajo el título Nueva York trazo a trazo. Desde Wall Street hasta Broadway.
"Su estilo resulta hoy más evidente e inspirador que nunca, aunque muy pocos lo adoptan con precisión"
Robinson, enamorado de la fotografía, necesitaba ir un paso más allá en su reflejo de la realidad. Sus dibujos buscaban sublimar los estudios arquitectónicos de Walker Evans o las series documentales de Berenice Abbott. Como salido de la célebre película de Roger Corman estrenada en la época, se transformó en el hombre con rayos X en los ojos. Un estilo también bautizado "panorámicas exploratorias" que recorría la ciudad registrando meticulosamente cada detalle con la pluma.
En su obra no falta detalle. Del Manhattan de día al Manhattan de noche, de los lujosos hoteles de Park Avenue a la Bolsa de Wall Street, de los restaurantes hip del Greenwich al desfile de carnaval de Chinatown, del antiguo Metropolitan Opera House a la pista de patinaje en el Rockefeller Center, del interior del MOMA al del Radio City Music Hall, del escaparate de Tiffany's en la Quinta Avenida al apartamento de John Lennon Nada escapa a la paciencia y el virtuosismo de Robinson. Ni siquiera la vertiginosa sensación de quien sube por primera vez al Empire State y pierde la perspectiva en un mar de metal, cemento y vidrio. En palabras de Christopher Bonanos, de New York Magazine, el volumen que nos ocupa "se ha convertido en el ¿Dónde está Wally? para urbanitas adultos. El Wally en cuestión es la ventana de tu casa".
Martin Handford, autor de los libros de Wally, es uno de los reivindicadores confesos de esta obra, cuyo sutil impacto quedó sepultado por la explosión del pop-art. Según el hijo de Robinson, Peter Kruse, "actualmente, con la proliferación de programas de diseño gráfico como Freehand o Illustrator, el estilo de mi padre resulta más evidente e inspirador que nunca, aunque en realidad son muy pocos los que lo han adoptado con precisión". Uno de ellos es Matteo Pericoli, autor del prefacio del libro. El milanés afincado en Nueva York lo evidencia en tomos consagrados a su skyline o portadas como la que le encargaron Beastie Boys para su disco To the 5 Boroughs (2004). Pericoli, que considera esta ciudad "el objeto artístico más generoso de cuantos existen", reflexiona así sobre el proceso creativo de Robinson: "No pretende reflejar la realidad en sí, sino contarla. Del mismo modo que un escritor escoge cada palabra, Robinson no coloca ninguna de sus líneas al azar: desde las que sitúa en el centro de la composición hasta las del borde de la imagen son fruto de una decisión meditada".
"Lo primero que dibujó mi padre al llegar a Nueva York fue Central Park", recuerda Peter Kruse. "Tomaba apuntes del natural y después pasaba días enteros trabajando obsesivamente encerrado en el estudio". Su vástago aún conserva buena parte de una colección de hasta 150.000 ilustraciones que recorren también a golpe de tinta otras ciudades como Tokio, París, Moscú y, sobre todo, Berlín. "Cuando se alzó el Muro, mi padre fue animado por el jefe de la oficina de la aerolínea estadounidense Pan-Am a marcharse a Nueva York. Él estaba siempre dibujando, pero a su llegada le supuso tal impacto que pasó varias semanas dedicándose tan solo a recorrer la ciudad, a captar su inmensidad mentalmente, a mezclarse con su bullicio. Lo cierto es que su amor por esta urbe nunca eclipsó el que sentía por Berlín, donde desarrolló la mayor parte de su obra".
Al igual que la del emblemático Saul Steinberg, dibujante habitual del New Yorker e influencia fundamental en su trazo, la carrera de Robinson no empezó en EE UU. Antes del declive de la gran manzana bajo la desastrosa administración del alcalde John Lindsay —que tomó el cargo en 1965—, Robinson regresó a casa, a Berlín occidental. "Trabajó para periódicos y revistas de aquí. De hecho, si hoy soy periodista se lo debo a él", cuenta su hijo.
Su cometido inmediato fue captar la identidad mutilada de la capital alemana. Metro a metro, deambuló a lo largo del Muro, realizando bocetos; detallando cada balazo, cada ventana tapiada, cada alambre de espino. "Desde las torres vigías, los guardias del este le vigilaban con prismáticos y le amenazaban con el puño al aire", relata Kruse. "También le vigilaban en el oeste. Incapaces de comprender su tarea, a menudo se le paraban al lado jeeps de los aliados a preguntarle que a qué se dedicaba. Su respuesta habitual era: 'Necesito contar a mi manera la terrible división a la que han sometido a mi amada ciudad".
Tardó un año y medio. El resultado, una sola cartulina de 22 metros de largo, se convirtió en un mapa plegable panorámico publicado por primera vez en 1965 y convertido por derecho propio en el principal souvenir adquirido por los visitantes de la capital de la guerra fría. En 1990, tras la caída del Muro, se reeditó como recordatorio para las nuevas generaciones.
Después sería el primer artista occidental en recibir el encargo de realizar un mapa detallado de Moscú. En 1994, a los 83 años, falleció en su estudio de Berlín, dibujando. Muchas de sus obras desaparecieron en su velatorio, a manos de allegados. Una parte aún puede contemplarse en el Museo Märkisches de Berlín.
El libro 'Nueva York trazo a trazo. Desde Wall Street hasta Broadway' está editado por Electa.
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