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PERDONEN QUE NO ME LEVANTE
Columna
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Los insectos muertos

Debo reconocer que me ha colmado de satisfacción que Ingrid Betancourt se haya precipitado al vacío de la impopularidad. Es un sentimiento, el mío, de índole algo pútrida, que permanece agazapado en mí desde la niñez, y que ha sido alimentado a lo largo de mi vida por lo que voy a denominar los insectos muertos. Llamar mosquitas muertas a elementos que, como sabéis, pertenecen a todos los sexos, me parece no solo injusto para las mujeres; me parece una recia inexactitud.

Mosquitas y mosquitos los ha habido, los hay y los habrá, y causan un sufrimiento indecible en las personas de carácter sincero y fondo noble. En algunos casos, a estos especímenes aparentemente inofensivos los psiquiatras los llaman pasivos-reactivos. La voz popular tiene frases hechas que se les pueden aplicar: "Parece que nunca haya roto un plato" y "A Dios rogando y con el mazo dando". "Aquest té cops amagats", decimos en catalán. "Ese tiene doble despensa", podría ser la traducción libre, o más bien desenfrenada.

"Lo malo de los anodinos es que necesitan pisar a menudo"

Existe el insecto muerto (de cualquier sexo) que se cuelga de la vida de una como si fuera un corcho y que, cuando adivina cuál es tu flotador, lo pincha y espera a ver cómo te hundes. Esta es la clase de bicho más dañino, porque es el más miserable. No intenta hundirnos por autodefensa, que este sería solo un medio bicho, o un desinformado. Tampoco lo hace para divertirse, en cuyo caso estaríamos refiriéndonos a un, o una, capullo. Del mismo modo, el insecto muerto que nos desarbola para presumir de lo listo que es se coloca, al hacerlo, en evidencia. Pero el malo-malo, ese que nos da donde más nos duele y nos duele más porque no lo esperábamos, puede hacerlo por tres debilidades cardinales que me parecen muy significativas.

En primer lugar, la envidia y el deseo de ocupar el lugar del otro. Recuerden Eva al desnudo. Entre otras muchas cualidades, esa peli tuvo el mérito de institucionalizar el personaje del bicho pérfido pero talentoso que deliberadamente mata a quien se sienta en la silla que desea para sí.

En segundo lugar, el mero placer. Hay gente, ustedes lo saben también, que disfruta haciendo daño. Les enseñas una foto y lo primero que te dicen es que te tendrías que blanquear los dientes, o no, mejor cambiarte la dentadura entera. Si adelgazas, no te felicitan: fingen preocupación y te preguntan si tienes cáncer.

Hay que ponerse a salvo de insectos como esos, que parecen muertos y sin embargo pican y llevan veneno dentro. Pero existe un tercer bicho todavía peor, porque a este aún se le notan menos las intenciones. El tercer bicho es aquel que solo cuando te ha pisado el cráneo siente que camina un poco más seguro. El camino en la vida de muchos hombres y no pocas mujeres de poco mérito se halla empedrado con los cráneos de personas que valían más. Cuando un mediocre hunde su bota en el cráneo de alguien muy superior a él (o ella; ya puestos, o ello), bien sea un colega, un compañero de trabajo, un amigo o un amante, su paso se vuelve más airoso. Lo malo de los anodinos y de quienes les aguantamos es que necesitan pisar a menudo, de lo contrario quedarían muy pronto al descubierto.

Esa gentuza nos hace sufrir, y no hablo solo al pedazo de torta que nos llevamos al despertar. A mí me hace daño que esas alimañas ayuden a consolidarse el sentimiento pútrido del que les hablaba al principio. Ver cómo muchos insectos muertos que han fastidiado a gente respetable se van de rositas: eso sí que es un espectáculo dantesco.

He de decir que aún no sé a qué clase de coleóptero o chupóptero aparentemente difunto pertenece Ingrid Betancourt. Pero seguro que la dama tiene poderes. Pues, al igual que ha convertido en despreciable su antes impoluto torreón moral, con el pedazo de suspiro que hemos soltado quienes siempre la consideramos una mosquita muerta nos ha regalado un exorcismo como una selva, dicho sea sin intención.

Pero no se fíen, que los otros andan sueltos, como la abeja muerta que, en el pasado, convirtió en alcohólico al Walter Brennan de Tener y no tener.

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