_
_
_
_
PRIMERA PARTE

La guerra en primera plana

Hemingway, Dos Passos, Saint-Exupéry, Marta Gellhorn…, trabajaron como corresponsales en la Guerra Civil española. Su testimonio reveló matanzas atroces y sufrimientos de la población civil. Una exposición en el nuevo Instituto Cervantes de Madrid muestra cómo vivieron y escribieron

Mijail Koltsov, de 'Pravda', con el fotógrafo Roman Karmen, en una trinchera.
Mijail Koltsov, de 'Pravda', con el fotógrafo Roman Karmen, en una trinchera.

Tres horas y cuarto duró el bombardeo sobre Guernica la tarde del lunes 26 de abril de 1937. Los aviones alemanes de la Legión Cóndor de Hitler lanzaron en ese tiempo, que duró lo que dura el infierno, miles de bombas y proyectiles incendiarios sobre la ciudad abierta. "Guernica, la población más antigua de los vascos y el centro de su tradición cultural, ha sido completamente arrasada". Así conoció el mundo el horror que sufrió la población vizcaína gracias a las crónicas de un hombre con acento surafricano, George Lowther Steer, corresponsal del periódico inglés The Times y del estadounidense The New York Times. Fue él quien contó el horror de la masacre que asesinó a 1.650 personas e hirió a más de 900. "Una poderosa flota de aeroplanos formada por tres modelos alemanes, los bombarderos Junkers y Heinkel y los cazas Keinkel, no cesó de lanzar bombas de hasta 1.000 libras [453,6 kilos] de peso sobre la población, además de hasta 3.000 proyectiles incendiarios (…). Mientras tanto, los aviones de caza sobrevolaban la ciudad desde el centro hacia las afueras para ametrallar a los civiles que se refugiaban en los campos". El objetivo del bombardeo indiscriminado sobre Guernica era "la desmoralización de la población civil", aseguró un horrorizado G. L. Steer, a quien contar lo que vio casi le cuesta su trabajo en The Times. El periódico británico intentó minimizar el impacto de estas crónicas para no enfadar al Gobierno de Hitler.

Más información
Dos reporteros en la Guerra Civil

La crónica de Steer forma parte de la exposición Corresponsales en la guerra de España, con la que el Instituto Cervantes, en colaboración con la Fundación Pablo Iglesias, recuerda el 70º aniversario del comienzo de la Guerra Civil. La muestra recoge 30 crónicas publicadas por la prensa internacional durante los tres años que duró la contienda, "cuando contar una guerra era un compromiso moral", según Alfonso Guerra, presidente de la Fundación Pablo Iglesias. Fotografías, máquinas de escribir, acreditaciones de periodistas y pases de prensa complementan la exposición de lo que Hugh Thomas ha llamado "la edad de oro" de los corresponsales en el extranjero. La muestra ya se ha visto en Nueva York y en Lisboa. El año que viene viajará a Francia (Toulouse, Burdeos, Lyón) y después del verano a Polonia (Varsovia y Cracovia) y Rusia (Moscú).

En la recién inaugurada sede del Instituto Cervantes en Madrid veremos ahora la pasión que unos hombres y mujeres sintieron por la suerte de los españoles enfrentados en una sangrienta lucha. "No es una exposición sobre la Guerra Civil, sino sobre la vida de los periodistas en esa guerra; sobre su mundo, sus miserias, sus amores, sus exclusivas, sus angustias, sus miedos", afirma el comisario de la muestra, Carlos García Santa Cecilia.

¿Es lo mismo publicar una crónica en primera página o pasarla a páginas interiores, enmascarada entre otras? Nada es inocente y todo es muy subjetivo, como demuestra la recopilación de lo que escribieron los corresponsales sobre nuestra guerra. La exposición enseña las dos versiones de las crónicas que Steer envió desde Bilbao sobre la masacre de Guernica. La de The New York Times apareció el 28 de abril de 1937 en la portada; la de The Times se publicó en la página 17 y sin firma. ¿Censura encubierta? Derrotado, Steer abandonó poco después el periodismo. Murió durante la II Guerra Mundial en un accidente. La necrológica que le dedicó The Times no llegó a las tres líneas, y en ella no se hacía la más mínima mención a su paso por España ni a Guernica.

La de España fue la última guerra romántica. Todos los grandes escritores, de Hemingway a Dos Passos, de Saint-Exupéry a Orwell, asistían en primera fila a la guerra y se planteaban la obligación moral e intelectual de contarla. "El sentido de la exposición es recuperar una manera de hacer periodismo que posiblemente ya no existe", argumenta el comisario de la exposición. Acodados en un balcón, los corresponsales veían la guerra. Asistían a pocos metros al movimiento de tropas, contaban los efectivos, incluso espiaban. Intervenían tan activamente en la contienda que se infiltraban en uno u otro bando o cambiaban la máquina de escribir por el fusil, como el norteamericano Jim Lardner, que encontró la muerte en una trinchera.

Hay crónicas de los dos lados de la guerra. Unos, como Mijaíl Koltsov, el corresponsal de Pravda, fueron "los ojos y oídos" de Stalin. Otros estuvieron del lado de Franco, como Harold G. Cardozo, del periódico británico Daily Mail, narrando el asedio al Alcázar de Toledo. "Entre las ruinas de la ciudadela destrozada por los obuses que tan desesperadamente han luchado por proteger, los defensores, demacrados y barbudos, me han revelado hoy la más heroica hazaña de esta maravillosa epopeya: el sacrificio por parte del comandante de su único hijo a la llamada del honor y del deber". Su crónica acaba de esta forma: "Antes de abandonar Toledo, los rojos asesinaron a más de 700 civiles".

Pero posiblemente los mejores corresponsales estuvieron en el bando de la República. Muchos de los que vivieron el sitio de Madrid se transformaron en ardientes defensores de la causa republicana, como Hemingway, Jay Allen o Martha Gellhorn, pero absolutamente todos "se convirtieron en hombres distintos en algún momento después de haber cruzado los Pirineos". "En aquellos años", escribió Herbert Matthews, corresponsal de The New York Times, "vivimos lo mejor de nuestras vidas (…). Aquellos de nosotros que defendimos la causa del Gobierno de la República frente a los franquistas, teníamos razón (…). Representaba la causa de la justicia, la moralidad y la decencia".

Tres mujeres -las estadounidenses Martha Gellhorn y Virginia Cowles, y la sueca Barbro Alving, Bang- plasmaron en sus crónicas los retratos más conmovedores de la resistencia de una población civil que vivía con un coraje inmenso el asedio de Madrid por las tropas de Franco. Martha Gellhorn, la que sería la tercera esposa de Ernest Hemingway, describía de forma magistral para las lectoras de la revista Collier's, el 17 de julio de 1937, el silbido, casi un gemido, de los obuses cayendo sobre la ciudad: "Una ciudad en la que te juegas la vida mientras las mujeres acuden a comprar… Hay mujeres haciendo cola, como las hay por todo Madrid; mujeres calladas, normalmente vestidas de negro, con bolsas de la compra colgando del brazo, esperando para comprar comida. Un obús cae al otro lado de la plaza. Vuelven la cabeza para mirar y se pegan un poco más a la casa, pero nadie deja su lugar en la cola. Después de todo, llevan allí tres horas y los niños esperan comida en casa".

A finales de 1980, Martha Gellhorn regresó a Madrid. El escritor Juan Benet, que la había conocido años atrás, invitó a su casa a un par de amigos para presentársela. Allí acudieron los escritores Javier Marías y Vicente Molina Foix. "Nos encontramos con una mujer mayor", rememora Molina Foix, "atractiva, maravillosa, con una conversación chispeante". Cuando acabó la cena, Benet anunció: "Vamos a un lugar sorprendente". Y todos se encaminaron a Chicote, el bar de la Gran Vía escenario en la vida de los corresponsales en la Guerra Civil. Nada más empujar la puerta, Martha Gellhorn se quedó extasiada y exclamó: "Is it still there!" (aún está aquí). Murió en 1998, con 89 años.

Virginia Cowles observaba en abril de 1938 a un pueblo cansado: "El estado de ánimo de la gente se ha ido quebrando bajo la atroz destrucción que llega del cielo…". Su crónica para The New York Times ya adelantaba lo que podía significar la represión para los vencidos: "En el lado insurgente, el espíritu de rencor en muchos casos era rayano al fanatismo. Una mujer de San Sebastián, vestida con ropa elegante, me contó que la habían prometido que si las tropas de Franco entraban en Madrid le darían una ametralladora para que hiciera justicia…".

La guerra española fue también campo de entrenamiento para los grandes espías del siglo XX, y la mejor credencial para lograr, por ejemplo, ingresar en el servicio secreto británico era ser corresponsal de The Times. Así fue como comenzó su carrera el espía Harold Kim Philby, un maestro del doble juego. Llegó a España y se hizo con el hueco y con la plaza del prestigioso diario británico. Acabó siendo corresponsal en el bando de Franco. La crónica que se expone en el Instituto Cervantes es lo suficientemente inteligente para no delatarse como espía, pero Philby enumera con toda precisión las fuerzas italianas en un momento en que lo que interesa es saber el potencial que tiene Italia en la contienda española. Al final de la guerra era un doble espía, tenía contactos con el servicio secreto británico y le pasaba a la vez información a los rusos. Philby sufrió un accidente en el frente cuando iba con otros corresponsales, dos ingleses y dos norteamericanos, a cubrir la batalla de Teruel. Pararon en un pueblo cercano al frente. Salieron del coche a fumarse un cigarro, pero como nevaba copiosamente regresaron al interior del vehículo. Una bomba rusa explotó sobre el automóvil. Todos murieron excepto Philby. Poco después, el mayor espía ruso de la historia fue recibido por Franco y condecorado con una medalla.

La guerra española recibe diferente tratamiento conforme va pasando el tiempo. Hasta el verano de 1937 está en las primeras páginas de los periódicos. Después pasa a páginas interiores. Rebrota el interés en 1938 con el seguimiento de la batalla del Ebro.

En enero de 1938, el escritor John Dos Passos (autor de Manhattan Transfer y Trilogía USA) se encuentra en Madrid. Vive en el hotel Florida, en un extremo de la plaza de Callao, el lugar donde la tribu de los corresponsales, milicianos y oficiales de la Brigada Internacional resiste a los bombardeos. "Hoy", escribe, "casi nadie pasa por la Gran Vía sin acelerar el paso un poco, ya que es la calle donde caen más proyectiles, pero nadie corre tanto como para detenerse y echar una mirada al alto edificio de tipo neoyorquino de la Telefónica para ver si tiene nuevos agujeros de metralla. Resulta gracioso cómo el edificio menos español de Madrid, la torre barroca de la International TT de Wall Street, el símbolo del poder colonizador del dólar, se ha convertido en la mente de los madrileños en el símbolo de la defensa de la ciudad".

En ese edificio de Telefónica se encontraba la Oficina de Prensa Extranjera, donde trabajaba Arturo Barea. El autor de La forja de un rebelde es el cronista del otro lado. Cuando el Gobierno de la República se traslada a Valencia, él se queda al frente de ese organismo. Dos Passos le describe como alguien que vive al límite, agotado. Junto a la austriaca Ilsa Kulcsar, que sería su mujer, establecieron en aquel rascacielos madrileño una intensa relación con los corresponsales extranjeros.

Jay Allen, del Chicago Tribune, fue otro de los grandes corresponsales. Entrevistó a José Antonio Primo de Rivera en la cárcel de Alicante poco antes de ser fusilado; también a Franco -"otro enano que después gobernaría"- en julio de 1936, en Tetuán: "No puede haber ni compromiso ni tregua. Continuaré preparando mi avance hacia Madrid (…). Tomaré la capital. Salvaré a España del marxismo cueste lo que cueste (…). Pronto, muy pronto, mis tropas habrán pacificado el país y todo esto habrá sido sólo una pesadilla". Cuando Allen le pregunta: ¿significa esto que tendrá que matar a media España? Franco, sonriendo, respondió: "He dicho cueste lo que cueste". Allen es el autor de una de las crónicas más escalofriantes de la brutalidad de las tropas franquistas. Su Matanza de 4.000 personas en Badajoz, del 30 de agosto de 1936, convirtió lo que hasta entonces era un levantamiento militar en una guerra civil. Allen fue un incómodo testigo de los acontecimientos que se desarrollaron en la ciudad extremeña.

Gracias al apoyo de las Bibliotecas Cervantes de todo el mundo se ha logrado reunir un material único. Los testimonios escritos de la Guerra Civil son innumerables, pero el objetivo de esta exposición era buscar la prueba, el papel amarillento por el paso del tiempo. Uno de los grandes descubrimientos ha sido el hallazgo de las crónicas de Indro Montanelli, el gran periodista italiano, para el diario Il Messaggero. "Después de rastrear durante meses, las encontramos en Turín", afirma Santa Cecilia. El joven Montanelli fue expulsado del Fascio italiano por sus crónicas sobre la contienda española.

La de España fue la guerra de los escritores. Koestler, Orwell, Ehrenburg, Saint-Exupéry… L'Intransigeant contrata al autor de El principito cuando en Francia gana las elecciones el Frente Popular y el diario pretende desmarcarse de su filiación derechista. Saint-Exupéry llegó pilotando su propio avión en el mes de agosto de 1936. Primero estuvo en Barcelona y, en un viaje siguiente, en Madrid. "Han fusilado a diecisiete 'fascistas'. El cura, la criada del cura, el sacristán y catorce 'notables' del lugar (…). Miro a los ojos a esa 'gente coraje'. Y, es cierto, no descubro nada que me angustie. No me dan miedo esos rostros que se nublan y se hacen duros como paredes…". Saint-Exupéry lo resumió todo en un título escalofriante: Aquí se fusila como se tala árboles.

O. D. Gallagher fue lo que podríamos llamar un periodista aventurero. Buscaba emociones y su oportunidad se presentó de la mano del británico Daily Express. Sus informaciones sobre la caída de Madrid, el 29 de marzo de 1939, cierran la exposición. Dos días antes tomaba vinos en la ciudad sitiada con el general Miaja, uno de los militares republicanos con mayor poder. Pero la mañana de la toma de la capital, Gallagher se encontraba en la cama. Medio dormido acertó a oír unos gritos de "¡blanco, blanco!". Tardó en comprender que las exclamaciones eran "¡Franco, Franco!". El general entraba en la ciudad tras dos años y medio de asedio. Gallagher echó a correr hacia la Telefónica. Se quedó allí solo, enviando telegramas a Londres. No le fusilaron de milagro. El final de Gallagher fue digno de su vida. Acabó como guía en Escocia, y le vieron por última vez en el misterioso lago Ness.

'Corresponsales en la guerra de España', en el Instituto Cervantes de Madrid (Alcalá, 49), desde el día 21 hasta finales de enero.

Archivado En

Recomendaciones EL PAÍS
Recomendaciones EL PAÍS
Recomendaciones EL PAÍS
_
_