La conveniencia de autoengañarse
El autoengaño es una de las facetas más inherentes a la condición humana. Una faceta en principio estúpida, pero que nos concede una estabilidad excepcional para convertirnos en animales sociales. El hombre ha logrado convertir el autoengaño en una fuente de estabilidad.
El autoengaño es una de las facetas más inherentes a la condición humana. Una faceta en principio estúpida, pero que nos concede una estabilidad excepcional para convertirnos en animales sociales. El hombre ha logrado convertir el autoengaño en una fuente de estabilidad.
Son habituales en algunos de los urinarios públicos de los Países Bajos, Francia y Reino Unido, y han comenzado a aparecer recientemente en nuestro país. Es sabido que los hombres, sea por falta de habilidad, pereza o descuido, "no apuntan bien". Alguien tuvo una brillante idea: diseñar un urinario blanco con un pequeño insecto dibujado en el interior. El insecto en cuestión, de color negro sobre blanco, es difícil de ignorar. ¿Qué función tiene? El lector puede ya imaginarlo. El objetivo es que el usuario, atraído por un profundo deseo de enviar al pobre invertebrado tubería abajo, dirija el cilíndrico caudal hacia el interior del urinario. Obviamente, el insecto está ubicado casi en el centro, en un lugar bastante estudiado, donde se minimizan las salpicaduras u otros indeseados derrames. Los hombres que lean este artículo y hayan alguna vez visitado un urinario con tal diseño sabrán lo efectivo del mismo: es imposible no apuntar al insecto para intentar acabar con su vida, a pesar de que uno sabe que no es más que un dibujo.
Es en este punto en el que quisiera detenerme porque contiene el concepto que da pie a este artículo: la virtud del autoengaño. No hay adulto que no sepa que el insecto es un dibujo y, sin embargo, no hay adulto que no apunte hacia él. Es imposible hacerlo caer por el desagüe (¡es un dibujo!), y aun así, erre que erre, a ver si lo conseguimos. ¿Por qué insistir en una acción que sabemos infructuosa?
Pero el fenómeno contiene un segundo autoengaño aún más flagrante. El usuario sabe perfectamente que el dibujo ha sido colocado ahí para el autoengaño, y aun así se cae en la trampa. Asistimos con este trivial y escatológico ejemplo a un hecho formidable que caracteriza a la condición humana: la virtud de autoengañarse que afecta a todos los dominios de la vida.
En lo económico. Los bancos llevan varios años tasando inmuebles que saben que están absolutamente sobrevalorados por unos tipos de interés bajos y un exceso de liquidez en la economía. Los bancos están presentando balances con activos (derecho sobre préstamos) sobrevalorados. En caso de crisis económica, con desempleo y subida de tipos, no van a poder recuperar el dinero que dieron porque es sin duda superior al valor del inmueble que tasaron. Esto lo saben todas las entidades financieras, y lo lleva advirtiendo Jaime Caruana, gobernador del Banco de España, desde hace tiempo. Aun así, a final de año los principales bancos están presentando cuentas de resultados con beneficios desorbitados. Tales beneficios podrían ser la antesala de unas grandes pérdidas en caso de un pinchazo de la burbuja inmobiliaria acompañado de morosidad. También lo saben los analistas financieros y los inversores que compran acciones de estos bancos. Pero no importa: es mejor autoengañarse, porque si no todo podría venirse abajo. Si quitamos la mosca el urinario se ensuciaría más de lo debido, así que conviene dejarla en su lugar.
Lo mismo sucedió con las acciones de las tecnológicas, que hicieron perder cifras astronómicas y arruinaron a mucho pequeño inversor. ¿Qué sucedió en la debacle de las puntocom? Pues otro autoengaño, en este caso multitudinario.
¿Cómo podía ser el valor en Bolsa de Terra superior al del BBVA o al de Repsol si no facturaba más de 10 millones de euros y tenía unas pérdidas millonarias? La respuesta es tan sencilla como inquietante: porque casi nadie lo cuestionaba, y al que lo hacía le tachaban de insensato: "Por favor, autoengáñese y deje de decir tonterías".
En lo personal. Dejemos de engañarnos: él no va a cambiar; ella, tampoco. Muchas personas viven en la permanente ilusión de que van a lograr cambiar al otro. Desengáñense. Nadie cambia, a lo sumo lo disimula. Pero tal autoengaño mantiene los lazos del amor, de la esperanza y de la ilusión.
En lo laboral. ¿Cuántas veces no hemos escuchado a alguien exclamar con alegría: "¡En la empresa ya me han hecho fijo!"? Tal persona no ha conseguido nada más que una indemización si deciden despedirle. Nadie es fijo de por vida en una empresa. Es imposible. Toda empresa, si las cosas van mal dadas, suspenderá pagos o se declarará en quiebra. De acuerdo, ser fijo supone una cierta estabilidad añadida a la del contrato temporal, pero no es una garantía total de empleo. Es otra forma de autoengaño: la de creerse con trabajo para siempre aun cuando un contrato fijo no es una garantía laboral, sino una cierta garantía de indemnización por despido.
Así es. Nos engañamos a nosotros mismos todos los días; se engañan a sí mismos las autoridades, los gobernantes, los directivos, los inversores, los accionistas, y los periodistas, los políticos, los monarcas, los ricos, los pobres No hay ser humano que escape al autoengaño. Entre otras cosas porque si no enloquecería o se volvería un ser absolutamente antisocial.
Ésta es una de las grandes paradojas de la condición humana, otro de los aspectos que nos hacen tremendamente eficientes frente a otras especies animales. Porque, a pesar de todo lo anteriormente dicho, conviene que nos sigamos engañando a nosotros mismos por el bien de la humanidad y sucesivas generaciones. De hecho, el hombre acude al autoengaño consciente, pero el animal vive en la ignorancia inconsciente, lo cual, a pesar de menos reprobable y más sincero, es mucho más peligroso.
Fernando Trías de Bes es profesor de Esade, conferenciante y escritor.
La ignorancia inconsciente
Consiste en no darse cuenta de que se está ignorando un peligro o una realidad. Los animales son a menudo ignorantes de amenazas que se ciernen sobre ellos, y por eso resulta sencillo engañarlos con cualquier anzuelo para introducirlos en una jaula. La ignorancia inconsciente es terrible porque, a pesar de proveer tranquilidad, implica que somos ajenos a la realidad. En cambio, el autoengaño inconsciente es un síntoma de inteligencia. Consiste en engañarse de forma voluntaria para que las cosas sigan funcionando, pero si lo peor sucede, ya lo arreglaremos; mientras no sea así, el sistema se aguanta, y, al fin y al cabo, de eso se trata, de que el sistema aguante. Así es también la vida. Decía Hemingway que vivimos esta vida como si llevásemos otra en la maleta: un puro autoengaño para pasar de puntillas por la misma sin importarnos demasiado si la vivimos o la desperdiciamos.
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