¡Otra bendita novela sobre la Guerra Civil!
Una ventaja de ser español consiste en que uno puede reconocer con facilidad al perfecto idiota intelectual español. Éste se delata por ciertos rasgos, uno de los cuales es que tarde o temprano intenta hacerse el moderno mofándose de las novelas sobre la guerra civil. Lo sé porque, además de ser español, hasta hace poco tiempo yo era un perfecto idiota intelectual español. "¡Es tan fácil no escribir un drama trágico en cinco actos!", dijo un heterónimo de Antonio Machado; por mi parte yo hubiera podido decir: "¡Es tan fácil no escribir una novela sobre la guerra civil!". Hasta que un día descubrí que no era tan fácil, y en un descuido escribí una novela sobre la guerra civil o una cosa que se parecía tanto a las novelas sobre la guerra civil que era casi imposible distinguirla de ellas. El resultado de ese despiste fue aterrador, de hecho a punto estuvo de terminar con mi vocación literaria y de convertirme de paso en un perfecto idiota intelectual español elevado a la enésima potencia, alérgico de por vida no sólo a las novelas sobre la guerra civil sino a cuanto guardara la más mínima relación con la guerra civil. Por fortuna, no fue así (o eso espero), y la razón fundamental de que no fuera así residió en que en el fondo esa novela no trataba sobre la guerra civil sino sobre un perfecto idiota intelectual español que, como todo perfecto idiota intelectual español, al principio piensa que la guerra civil es algo tan ajeno y tan remoto para él como la batalla de Salamina y al final descubre lo evidente, y es que el pasado no pasa nunca, que el pasado es el presente o la materia de la que está hecho el presente y que, nos guste o no, nada de lo que somos se entiende sin la guerra civil porque la guerra civil es nuestro mito fundacional. ¿Habrá que repetir lo obvio? Pues que lo repita Juan Benet, que no puede impedirlo: "La guerra civil fue, sin duda alguna, el acontecimiento histórico más importante de la España contemporánea y quién sabe si el más decisivo de su historia. Nada ha conformado de tal manera la vida de los españoles del siglo XX y todavía está lejos el día en que los hombres de esta tierra se puedan sentir libres del peso y la sombra que arroja todavía aquel funesto conflicto". El fragmento citado es de 1976; desde entonces han cambiado muchas cosas, pero estoy seguro de que, si estuviera vivo, Benet no modificaría más que la última parte de la última frase, tal vez quitando uno de los dos "todavía".
"La literatura no es una cuestión de tema, es decir, de fondo, sino de forma"
No es ésa la única cosa obvia que olvida o ignora el perfecto idiota intelectual español. Olvida o ignora, por supuesto, que a última hora el tema de una novela es siempre secundario: la literatura no es una cuestión de tema, es decir de fondo, sino de forma, porque en ella la forma es el fondo; pero olvida también otras cosas. La esencial es acaso que las novelas sobre la guerra civil podrían ser, por así decir, nuestro western. Borges observó que la novela del siglo XX había desterrado la épica, y que ésta había emigrado al cine de Hollywood. Tenía razón: convencida de que en el camino de la muerte todos somos héroes, la novela del siglo XX propugnó la épica imposible de la vida corriente y rechazó la épica que desde Homero y Virgilio cantaba a las armas y al varón, al hombre enfrentado con un destino excepcional; la pérdida fue tanto más dramática cuanto que la novela nació con Cervantes como épica en prosa y cuanto que es posible que su futuro dependa de su fidelidad a esos orígenes. Hollywood preservó la épica en el siglo XX convirtiendo el mito fundacional de los Estados Unidos, la conquista del Oeste, en materia del western; la guerra civil es nuestra conquista del Oeste, y las novelas sobre la guerra civil pueden ser nuestro western porque son quizá nuestra única posibilidad de épica: de ahí en parte que la guerra haya sido uno de los grandes manantiales temáticos de nuestra novela. Naturalmente, hay infinidad de novelas españolas sobre la guerra civil -entre ellas algunas de las peores y algunas de las mejores de los últimos 70 años-, pero hay todavía muchos más westerns y, cada vez que ante una nueva novela sobre la guerra civil oigo nerviosísimo exclamar a otro perfecto idiota intelectual español "¡Oh, no, otra maldita novela sobre la guerra civil!", me imagino a todos los perfectos idiotas intelectuales del mundo que en los años sesenta, cuando tanta gente creía que el western ya no tenía nada que decir y se estrenó, digamos, El hombre que mató a Liberty Valance -a mi juicio el mejor western y una de las mejores películas jamás filmadas-, exclamaron al unísono: "¡Oh, no, otro maldito western!". Me imagino eso y, la verdad, me tranquilizo bastante.
¿Tienen todavía algo que decir las novelas sobre la guerra civil? La duda ofende; la respuesta es evidente: depende del talento de quien la escriba. Y aquí llega Jordi Soler con su gran talento y con La fiesta del oso. Escribí este artículo para hablar de esa novela; lo estoy acabando sin haberlo hecho. Discúlpenme. Discúlpenme pero lean la novela: en las primeras 15 páginas Soler levanta un mito con verdadero aliento épico y, como si de un gran western se tratara, en las siguientes 145 lo destroza. Es una novela estupenda. Otra bendita novela sobre la guerra civil.
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