Venus, Marte, Botticelli y LaChapelle
David LaChapelle se halla a la búsqueda de la belleza. Le hechiza y le obsesiona. La belleza del cuerpo humano le cautiva de la misma manera que a los pintores y a los escultores italianos del Renacimiento, que disfrutaban tanto representando el cuerpo. Uno de esos artistas fue Sandro Botticelli, que inventó un ideal erotizado que nos sigue encantando medio milenio después de su muerte en 1510. Su cuadro Venus y Marte, que se encuentra ahora en la National Gallery de Londres, es emblemático. Venus va vestida con un velo blanco diáfano y está sentada erguida y muy despierta. Su compañero ofrece un contraste total. Masculino, desnudo y dormido, le identificamos por su armadura y por las armas que cuatro pequeños sátiros le arrebataron mientras estaba adormecido. Se trata, por supuesto, de Marte, vencido. Fíjense en esa mano floja. El dedo que se balancea sin energía. Marte está agotado. Su orgullosa lanza es ahora el objeto del juego de los pequeños sátiros que están a punto de sobresaltarle y sacarle de su estado de abandono poscoital. La respuesta de LaChapelle a la pintura de Botticelli es una vuelta a la realidad y amplía el juego de los contrastes. El maestro italiano contrapone el hombre y la mujer, dormido y despierta, desnudo y vestida. David añade otra contraposición: los negros y el (los) blanco (s). Marte, por supuesto, es un poderoso dios europeo. Duerme apaciblemente y se halla rodeado por los signos externos de la conquista: lingotes de oro, abalorios brillantes y granada y pistola doradas. Un cráneo con incrustaciones de diamantes. Hay tres niños pequeños negros. Dos de ellos juegan con unas grandes armas de fuego, unos juguetes con los que divertirse, como los pequeños camiones, en segundo plano, que se encuentran en un paisaje desértico. A la izquierda está sentada Venus. Es negra. Va cargada con todos los aspectos de la belleza negra que a los europeos blancos siempre les han parecido tan irresistibles. Es exótica, rara y distante. Sus joyas, sus uñas pintadas, su tocado suntuoso y su pecho expuesto, todo contribuye a darle una imagen de fragilidad poco común. Es una mujer africana negra vista a través de unos ojos europeos blancos que la han traducido como pasiva, domesticada y muy hermosa.
Extracto de un texto de 'Fantasy and truth' de Colin Wiggins.
Tu suscripción se está usando en otro dispositivo
¿Quieres añadir otro usuario a tu suscripción?
Si continúas leyendo en este dispositivo, no se podrá leer en el otro.
FlechaTu suscripción se está usando en otro dispositivo y solo puedes acceder a EL PAÍS desde un dispositivo a la vez.
Si quieres compartir tu cuenta, cambia tu suscripción a la modalidad Premium, así podrás añadir otro usuario. Cada uno accederá con su propia cuenta de email, lo que os permitirá personalizar vuestra experiencia en EL PAÍS.
En el caso de no saber quién está usando tu cuenta, te recomendamos cambiar tu contraseña aquí.
Si decides continuar compartiendo tu cuenta, este mensaje se mostrará en tu dispositivo y en el de la otra persona que está usando tu cuenta de forma indefinida, afectando a tu experiencia de lectura. Puedes consultar aquí los términos y condiciones de la suscripción digital.