Extraordinariamente normal
Una reciente tarde del sofocante verano madrileño, la actriz Kate Winslet estaba sentada en un carísimo sofá de un pequeño y silencioso hotel de lujo. Arrugaba la cara en una mueca imposible. Las cejas juntas, el ceño fruncidísimo, los labios gruesos y las encías a la vista.
"¡Dígamelo sinceramente!", farfulló señalándose las arrugas provocadas por ella misma. "¿A usted le parece que yo me he puesto bótox?".
Si la escena hubiese formado parte de una película rodada a los dictados de la escuela cinematográfica posmoderna, la mueca se habría congelado en ese preciso instante. Una juiciosa voz en off habría surgido de alguna parte para poner algo de sensatez en la escena: "¿Cómo hemos llegado a esto?", se habría preguntado. "¿Qué clase de deriva ha tomado la sociedad de las dietas milagrosas y el perpetuo culto a la imagen para que una mujer inteligente, guapa y joven, de apenas 36 años, se sienta obligada, sin que nadie se lo pida, a demostrar que no hay trampa ni cartón quirúrgico en su belleza?".
"¿A usted le parece que yo me he puesto bótox?"
"Estaba muy excitada por trabajar con Roman Polanski. Es una leyenda"
"El autismo intimida y la sociedad no sabe qué hacer con los enfermos"
Winslet carece de respuesta para eso, y a por qué, pese a ser una de las mejores actrices de su generación, ganadora de un Oscar en 2009 por El lector y tras cinco candidaturas anteriores, la prensa se suele perder continuamente en otras disquisiciones. Sobre si está demasiado gorda o demasiado delgada, sobre si las apreturas textiles que luce en alfombras rojas de medio mundo la convierten en un ejemplo orgulloso o en un lamentable adefesio y, en definitiva, sobre otros debates de gran enjundia como los que ensombrecieron su vuelta al cine por partida doble en el Festival de Venecia con Contagio, de Steven Soderbergh, y Un dios salvaje, la adaptación de la obra teatral de Yasmina Reza que además supone el regreso a la escena del atribulado director Roman Polanski.
Aunque a lo mejor esta y el resto de las respuestas encaminadas a transmitir extrema naturalidad en medio de la locura de Hollywood formen parte de su particular lucha contra las convenciones. Su defensa de la belleza natural le ha llevado a denunciar a una revista por asegurar que, obligada por la industria, se tuvo que poner a dieta. También a enfrentarse contra los apóstoles de la clase de irrealidad reconfortante aunque falsa del Photoshop y otras herramientas de retoque de la imagen. Todo ello la ha convertido en víctima predilecta de aquellos que no pueden tolerar que alguien en un negocio tan dependiente de la propia imagen se conforme con lo que le tocó en el reparto universal de dones.
"Nunca he apoyado la clase de falacias que conducen a las mujeres a destrozar sus cuerpos y sus caras, y no voy a empezar a hacerlo ahora", explicó durante la entrevista. "Tenemos la tremenda responsabilidad de conseguir que las imágenes sean reales, porque si las jóvenes se pierden en una fantasía de belleza irreal, desde muy pequeñas aspirarán a ser algo que sencillamente no existe. Un amigo me dijo el otro día, porque yo dejé hace mucho de leer revistas, que había un artículo en una en el que se decía que yo me había atiborrado de bótox. Y me dije: 'Mierda, esto es una auténtica mierda'. Alguien tiene que denunciarlo, porque si no las niñas creerán que es lo que tienen que hacer en cuanto lleguen a los 20 años. Que se tendrán que operar la nariz y paralizar sus gestos en una espiral interminable. No quiero que mi hija crezca pensando de esa manera".
La diatriba quizá choque con el hecho de que Winslet llegase a Madrid como la imagen de una serie de productos de la marca francesa de cosmética de lujo Lancôme, propiedad de la multinacional L'Oréal. En la habitación de al lado, una televisión de plasma que empequeñecería la mayoría de los salones emitía en un interminable bucle el anuncio que Mario Testino rodó en blanco y negro con la actriz británica como protagonista. "Es un fotógrafo increíble. Y detrás de cualquiera de esas instantáneas hay tres horas y media de maquillaje. No me considero una belleza, y por eso nunca presté demasiada atención a los tratamientos de los que ahora soy imagen. Por lo demás, soy como el resto de las mujeres, que intentan sacar el mejor partido a su cara y a sus atributos, que son los que son. Por eso me sorprendió muchísimo resultar elegida. Cuando empezamos, no tenía ningún sentido para mí. Hay tantas mujeres bellas en el mundo... Cuando me explicaron que no se trataba de pieles perfectas y cuerpos con medidas imposibles, me decidí a aceptar el trabajo. Solo soy una chica normal".
Este último y repetido adjetivo es especialmente importante para Winslet. Durante la charla lo usará sin cesar, quién sabe si necesita repetir lo "normal" que se siente para no olvidar que nunca fue sino una chica extraordinariamente dotada para la interpretación que accedió a la profesión siendo aún una adolescente de la mano de Peter Jackson (Criaturas celestiales) y que se hizo mundialmente famosa a su pesar a bordo del fenómeno de taquilla que supuso la película Titanic. Esa tendencia suya resulta tan acusada que hay quien ha visto en ella razones para la parodia; una de las rutinas más exitosas de la cómica británica Katy Grand consiste en una imitación que pinta a la actriz como a una persona histérica y patológicamente obsesionada con resultar aburrida. Alguien que vive una vida exageradamente normal y se lo explica a sí misma continuamente.
Pero ¿qué es la normalidad -concepto tan inasible como, pongamos, el agua- para una estrella de Hollywood que hizo ganar sesenta millones de libras al Reino Unido en 2009, según cálculos gubernamentales? "Es ser capaz de ir de compras al ultramarinos con mis niños", explica Winslet. "Que puedan jugar tranquilos en un parque sin ser importunados por los paparazzi, que seamos capaces de coger el transporte público sin miedo a ser molestados. Que podamos caminar por la calle, tener una existencia normal, vivir una vida normal. Que pueda hacer la colada, que mis hijos puedan hacerla también. Enseñarles a cocinar. La clase de cosas que son normales para cualquiera, no es tan difícil de entender. Y por suerte, ahora que vivo en Nueva York durante el curso escolar pese a que sigo sintiendo que mi hogar es Inglaterra, estoy en condiciones de decir que tengo eso, porque si no lo tuviese, moriría".
Ya ha quedado claro que la familia es un asunto serio para esta hija de actores "sin demasiada fortuna". Casada y divorciada en dos ocasiones (con los directores Jim Threapleton y Sam Mendes, de quien se separó en 2010), es madre de dos niños, una chica de 11 y un chico de siete. Winslet es esa intérprete que declinó participar en una película de Woody Allen para "pasar más tiempo" con ellos. "Para mí es primordial marcar mis propios tiempos, y así lo he hecho últimamente. Es el caso de El lector y Revolutionary road. Se estrenaron al mismo tiempo, pero en medio transcurrió un año de mi vida lejos del cine. Y este año no pienso volver a trabajar. Soy muy afortunada, porque, obviamente, mis hijos son lo más importante de mi vida".
Su condición de madre divorciada, además de interesar enormemente a los tabloides de su país (ahora se cita con un modelo británico, ahora no), podría haberle servido para preparar el papel ("mis motivaciones interpretativas son asuntos muy íntimos", había reconocido sin querer entrar en detalles) que ha vuelto a recordar al mundo que Winslet es antes que nada una actriz extraordinaria. En la miniserie Mildred Pierce de HBO, factoría televisiva de la excelencia, interpreta a un ama de casa que lucha por sacar a su familia adelante en la Gran Depresión. Salida de la pluma del escritor de novela negra James M. Cain, ya tuvo una versión anterior en el clásico de Michael Curtiz Almas sin conciencia (1945), protagonizada por Joan Crawford. El trabajo, otro de los prodigios de dramática contención interpretativa de Winslet, le valió un Emmy en la última edición de los premios, donde, por fortuna para su imagen, fue capaz de contener sus emociones mejor que en anteriores ocasiones; su histérico discurso de aceptación del Oscar hizo correr ríos de tinta en su país, nación, por otra parte, tan dotada para la vergüenza ajena.
Para verla a las órdenes de Roman Polanski, que vuelve a la arena cinematográfica tras la travesía por el desierto penal que supuso su detención en Suiza para responder por la violación de una adolescente a finales de los setenta, habrá que esperar al estreno de Un dios salvaje el 18 de noviembre. En ella encarna a una mujer insatisfecha, que empieza a dejar de ver como inevitables las idiosincrasias de su matrimonio. "Ya empiezo a notar que mis papeles cambian y los guionistas me imaginan en el lugar de una madre que ha estado casada o aún lo está, ¡pero es que eso es lo que soy!", exclama. "Probablemente será un rollo para mis posibilidades profesionales cumplir los cuarenta, pero trato de no pensar en ello tan a menudo. Porque mi carrera continúa creciendo y cambiando y aún me presenta retos. Quizá debería estar preocupada, pero de momento me resulta impensable".
Al contrario que muchos de sus compañeros de profesión, como Almodóvar, Bertrand Tavernier o Wim Wenders, Winslet no salió en defensa del director de La semilla del diablo cuando este fue detenido hace dos años. "Lo único que puedo decir es que me sentiría muy nerviosa por dar opinión pública al respecto", afirma. "Porque creo que es muy peligroso pronunciarse a la ligera en un asunto como ese. Te diría, eso sí, que estaba muy excitada por trabajar con Roman. Lo adoro absolutamente y es una leyenda. Ha resultado ser un hombre completamente increíble, que ha vivido una vida extraordinaria, y no creo que pueda juzgar sus circunstancias, la verdad. Lo que sí puedo es compartir mis experiencias con él como hombre y como director. Fue 100% extraordinario y lo amé absolutamente. Es un padre absolutamente maravilloso con sus hijos. Fue genial verlo. Es gracioso, brillante, ágil incluso a los setenta y tantos, y muy listo. Todos amamos trabajar con él".
Más elocuente se mostrará Winslet con otra clase de defensas. La intérprete ha abanderado la lucha contra el autismo desde que en 2010 fue la narradora del documental, también de la HBO, A mother's courage: talking back to autism, que cuenta las dificultades para la comunicación y para la vida normal de Keli Ericsdottir, un niño islandés aquejado severamente por la enfermedad. Aquella experiencia le "abrió los ojos" a un problema sobre el que ha tratado de llamar la atención con la creación de una fundación (Golden Hat) y la elaboración de un libro con fotografías de famosos tocados con un sombrero, como el cómico Ricky Gervais, la tenista Maria Sharapova, la actriz Naomi Watts o la cantante Christina Aguilera.
"Cuando estuvo terminado, lo vi con mi hija, que me dijo: '¡Dios, mamá, qué afortunadas somos! Imagina que no pudiese hablar contigo, imagina que no fuese capaz de decirte cuánto te quiero, que algo me duele. Imagina que no pudiésemos abrazarnos", explica la actriz para justificar que este no es otro de esos pasatiempos solidarios para llenar el tiempo libre de un famoso aburrido. "Me satisfizo tanto ver que había entendido cuán difícil es para ellos, cuán aislados están los enfermos. Son individuos atrapados en su interior. Así que cuando terminé mi trabajo me di cuenta de que no era suficiente, que tenía que hacer algo más. Antes de hacer este documental no sabía nada sobre el autismo y me di cuenta de que la mayoría de la gente, tampoco. Normalmente lo tememos y nos intimida. Pero la sociedad no sabe qué hacer con los enfermos. Realmente no tiene ni idea. Se debe apostar más por crear un mundo para estos individuos. Es conmovedor observar en el documental a Keli comunicarse por primera vez a los 11 años. Y lo primero que dice es: 'Soy real'. Me siento tremendamente afortunada por tener dos hijos sanos".
La apuesta, entre todos los problemas de este mundo, precisamente por el autismo lo achaca a que "su trabajo consiste básicamente" en expresarse ante los demás, dirá hacia el final de una charla, ansiosa por terminar en Madrid y volver a su vida "normal". Consciente que esta es una de esas veces, pocas veces, en que lo corriente es materia de interés periodístico.
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