Buenas noches, lectura
Nada más aparecer el anuncio de Kindle, ese soporte electrónico para llevar encima que proporciona acceso a diarios, revistas y una biblioteca de ¡ochenta mil títulos!, nada más verlo pinché en la cosa del asunto y ratonée en la superficie del tema, hasta encontrarme con la información completa del fabricante y la noticia de que la primera remesa había sido agotada porque unos cuantos millones de perros de Pavlov, además de yo misma, habíamos intentado ponernos literalmente ciegos de lectura.
Qué subidón intelectual. Casi cien mil libros a mi alcance en el interior del papabolso que arrastro cual papisa móvil. ¿De qué autores? ¿En versión original o traducidos? En último caso, ¿traducidos por quién? Y qué me importa, se dijo la perra Pavlova, mientras trenzaba un paso a sólo dos libros, uno de bolsillo y el otro de un quintal, en la mesilla de noche; qué me importa, si puedo poseer, acumular, amontonar, encerrar cuatro veces veinte mil obras literarias en una cosa que apenas mide 20 centímetros por 15. Que otros elijan por mí aquello de entre lo que yo más tarde deberé elegir. Así se llega a la selección de la especie de lectores.
Entonces llegó el informe PISA correspondiente a 2006 sobre la calidad educativa, y salió aquello de que los jóvenes españoles tienen dificultad para leer y comprender lo que están leyendo. Deben de ser los que yo no conozco, porque me muevo entre bastantes que leen y comprenden que da gloria. Pero pongamos que sí, que la mayoría es víctima de un sistema que a), para llegar a lo productivo se salta lo que podríamos llamar la siembra; b), que ha relegado el tema de la comprensión a lo justo para elaborar qué se exhibe en varios escaparates o pantallas a la vez y no estar loco; y c), que nos mantiene tan ocupados en trabajar para comprarnos cosas que nos facilitan la vida para poder trabajar más para comprarnos más cosas que nos faciliten la vida para
¿Por dónde iba? Ah, sí. Los analistas que han evaluado diversos informes PISA suelen concluir (y se supone que les pagan por ello) que a mejores profesores, mejores alumnos. Así, hay que seleccionar cuidadosamente a los primeros y Bueno, han descubierto la enseñanza privada, manda córcholis. En el extremo opuesto (elegir a los más míseros maestros para que proporcionaran una magra instrucción a los surafricanos negros) se encontraba la política de enseñanza del Apartheid, que era el equivalente de la privada exquisita y carísima, pero a lo crudo y sin careta.
El caso es que me hallaba atribulada por los temas referidos a la lectura cuando me vino una regresión conmemorativa de mucho cuidado. Recordé lo feliz que era cuando, de pequeña, ocurriera lo que ocurriera en mi familia, en mi casa, en mi barrio, en mi corazón, un pariente se sentaba en mi cama y me leía un cuento, o unas páginas de cuento, antes de acostarme. ¿Quién hace eso hoy, aparte de las policías de las series USA cuando llegan a tiempo a casa? Qué esplendorosa sensación, las palabras cayendo una tras otra en la tierra sedienta, formando combinaciones, creando imágenes, conduciendo por senderos remotos
Me cuentan que de la enseñanza actual ha desaparecido el dictado. Temo que las lecturas para la hora de acostarse se hayan esfumado también de muchos hogares, a causa del exceso de trabajo de los progenitores, de la desidia o, simplemente, de que los chicos están chateando con X (en el gerundio). Quizá sería una gran idea regalarles el soporte que fuera para que leyeran libros como si se encontraran ante escaparates o pantallas.
Por mi parte, como dama de muy cierta edad, he vuelto a mis costumbres de niña. Y cuando voy a una fiesta y, pongamos, me entra uno de esos puntos que sugieren que, de madrugada, una no debe meterse en un taxi con un desconocido (el taxista) para volver a casa; cuando eso sucede y me quedo a dormir en el sitio, le pido al amigo más dispuesto que me lea alguna cosa.
Recomiendo aventuras, preferiblemente. Ya que si hay que regresar, regresemos: cualquier comienzo de novela de Conrad está aconsejado para la ocasión.
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