Aulas de Alá. Universitarias en Gaza
Cascotes y metal, montones de escombros, edificios derruidos con techos que penden de cables de hierro, socavones por doquier. El paisaje de la destrucción y la miseria apabulla en Gaza. La porquería se amontona en esquinas y descampados. Las aguas putrefactas resbalan camino del Mediterráneo. Es una odisea mantener algo digno de llamarse servicios públicos cuando se sufren dramáticas carencias de combustibles, electricidad y materiales de toda índole. En el panorama, a simple vista, también es notable el predominio masculino en sus calles y en los comercios. Son los hombres quienes compran en los mercados. Ellos despachan. Pero existe un lugar que parece extraído de otros lares, un espacio muy pulcro y ordenado. Un oasis donde impera un espíritu reñido con el ambiente atormentado que padece el millón y medio de palestinos que pueblan este territorio, sometido por Israel -las democracias occidentales miran para otro lado- a un bloqueo económico atroz. Es la Universidad Islámica de Gaza. En sus patios se respira sosiego. No se escucha un grito. No se ven aspavientos, ni se observan los típicos ademanes, tan expresivos, a los que son propensos los palestinos. "Relax, reflex, react or resign" (relax, reflejos, reacción o dimisión). El cartel cuelga en un panel con marco verde -el verde del Islam- en el despacho de Heba Balaui, jefa de Relaciones Públicas de la universidad. Y resume la actitud que deben adoptar los empleados. "Hay que tener un comportamiento positivo y poner buena cara", dice, tímida, esta periodista de 25 años. Los buenos modales son un requisito indispensable. De lo contrario, mejor renunciar o escoger otra institución para estudiar. Balaui trabaja en este departamento junto a dos mujeres y un hombre. Porque la presencia femenina, aunque es estricta la separación de sexos en las aulas y casi todas las dependencias, es mayoritaria: el 58% de los 22.000 estudiantes son chicas. De los 22 miembros de la dirección, cuatro son mujeres.
La mezquita -se construyen sin cesar- y la milicia que combate al Ejército israelí -nunca deja de entrenar y de prepararse para la próxima refriega mortal- son los pilares básicos del Movimiento de Resistencia Islámica (Hamás). Pero esta universidad, dirigida por los fundamentalistas, no anda a la zaga. El 2 de febrero de 2007, los esbirros del otrora hombre fuerte de Gaza -el líder de Al Fatah y acérrimo enemigo de Hamás, Mohamed Dahlan- arrasaron e incendiaron varios de los 12 edificios del centro universitario en el que el propio Dahlan cursó estudios. Se salvaron de la quema los ocupados por las mujeres. Los escombros calcinados inundaban salones y aulas. Semanas después todavía apestaba a chamusquina. Hoy no queda rastro del feroz asalto. Sólo alguna luna rota y orificios de balas perdidas. Se volcaron en la reconstrucción sin perder un segundo y sin suspender las clases. Se las han apañado para que en tiempo récord todo vuelva a algo parecido a la normalidad. Porque nada es normal o rutinario en Gaza. En las salas del departamento de Informática, los pupitres ya disponen de las pantallas de los ordenadores. Vienen, a menudo clandestinamente, desde Egipto. Porque esta universidad también se nutre de los túneles subterráneos que cruzan el corredor Filadelfi, la franja de 14 kilómetros que divide Egipto de Palestina. Es el cordón umbilical de este pedazo de tierra asediado desde hace casi tres años. Para una institución privada, que carece de subsidios oficiales y que sólo dispone de 2,3 millones de euros al año para pagar al personal -un millar de personas, la cuarta parte, docentes, que cobran entre 500 y 700 euros-, cualquier medio es válido. Se buscan la vida. "Ahora, gracias a Internet, podemos bajarnos programas y material de toda índole. No todo tiene que pasar por las fronteras", ironiza la profesora Sanna Abu Dagga.
Desde su fundación en 1978 -sin la autorización israelí y cuando las clases se impartían en tiendas de campaña y chamizos-, la universidad, la primera nacida en Gaza, nunca dejó de funcionar, pese a los frecuentes cierres impuestos por el Ejército israelí. "Es la cuna de nuestra cultura y de la ciencia", sostiene ufana Balaui. Y un baluarte en la defensa de los preceptos religiosos. Gaza poco tiene que ver con la extrema intolerancia o la flagrante discriminación que sufren las mujeres en las monarquías del golfo Pérsico. Pero la huella religiosa lo impregna todo en una sociedad que no hace tanto se vanagloriaba de ser la más laica de Oriente Próximo.
Recuerdan mujeres de avanzada edad cómo se paseaban en su juventud con pantalones cortos por las calles de Nablus (Cisjordania). Cómo vestían camisetas de tirantes y la sorpresa que causaba ver a una mujer con velo. De eso hace tres décadas. Sus nietas acuden a clase cubiertas con el yilbab, la larga vestidura que las cubre de pies a cabeza. En las aulas, algunas se retiran el velo. Por supuesto, siempre que la profesora sea también mujer. Y no se vaya a pensar que el fenómeno se reduce a los centros docentes o al pequeño territorio que controla Hamás con actitud espartana. En la contigua Universidad de Al Azhar, donde chicos y chicas comparten aulas, el 90% de las mujeres eluden el yilbab, pero también se cubren la cabeza. Por las calles cisjordanas de Nablus o Hebrón, gobernadas por el laico partido Al Fatah, no se ven cabellos de mujer. Y si se alberga la impresión de que el auge del islamismo en esta tierra es cosa de hombres, nada mejor que recurrir a las elecciones del Consejo de Estudiantes. "Entre los chicos, las listas de Hamás consiguen el 60% de los votos, y en ocasiones se acercan al 80%. Entre las chicas casi nunca baja del 90%", explica el doctor en Economía Issam Buhaisi.
Muchas alumnas proceden de campos de refugiados superpoblados e insalubres, el fermento ideal para el auge de la fe. En la década de los ochenta eran feudo del Frente Popular para la Liberación de Palestina. Ahora respaldan a Hamás. Del marxismo al islamismo ha transitado una sociedad muy politizada que se siente incomprendida y despreciada. Es inevitable percibir un profundo resquemor hacia Occidente. Piensan que les han abandonado en un túnel sin salida.
El patio de las mujeres de la Universidad Islámica está a reventar a las dos de la tarde. Bajo los árboles charlan cientos de chicas portadoras de atuendos generalmente oscuros. La mayoría mira al extranjero con un punto de extrañeza. Pero no todas apartan la mirada. Isra al Mudallal, de 18 años, aborda al foráneo y se arranca en sus explicaciones sobre el velo y el yilbab. Una diatriba sobre la identidad árabe y musulmana, sobre la necesidad de mostrar fortaleza y determinación en la defensa de su cultura. De firmeza andan sobradas las mujeres islamistas. Es 5 de octubre, primera jornada lectiva después del Aid el Fitr, la celebración de tres días que puso fin a un duro Ramadán. La joven estudiante de Periodismo se explaya en un inglés perfecto, fruto de sus muchos años de residencia en el Reino Unido. "La gente empieza a rezar cuando ve la muerte cerca, y aquí estamos muy habituados a eso. Los israelíes colaboran demasiado".
Algunos cristianos greco-ortodoxos de los 3.000 que viven en Gaza y un montón de chicas musulmanas se han decantado por la Universidad Islámica, aunque su fervor no sea excesivo. "¿Quieres conocer a una chica que se quita el velo nada más salir del recinto?", inquiere Isra. Saca el móvil. Pincha un número y, un par de minutos después, aparece Sara al Masri, estudiante de Óptica. Con 19 años, esta vecina de Jan Yunis pertenece al 10% de las personas que han elegido esta institución porque consideran que su nivel es muy superior al de los demás centros, pese a que sus hermanas han preferido estudiar en Al Azhar. "Fuera no llevo nunca el velo y jamás tengo problemas. Sólo en algunos lugares concretos prefiero utilizarlo. Cumplo con los preceptos básicos del Islam, pero, para mí, cubrirme la cabeza no es fundamental", sonríe Sara. "Será castigada cuando muera", apostilla Isra. Y las dos se desternillan abrazadas.
La gran mayoría de las estudiantes sólo conoce los 367 kilómetros cuadrados de la enorme prisión que es Gaza. Nunca han pisado otro suelo. Si se les pregunta qué consultan en Internet, las respuestas son el Islam o las materias vinculadas a sus estudios. Sin apenas posibilidad de estudiar en el extranjero, su pequeño mundo se reduce a casi nada. Y eso que resultaría sencillo emigrar para jóvenes como Sara al Masri, con familia en Ottawa (Canadá). "Me gustaría estudiar en el extranjero, pero no tengo medios financieros". Las dificultades son inmensas. Los profesores de la universidad no pueden acudir a conferencias en el exterior. Tampoco se puede invitar a docentes. Incluso algunos estudiantes que lograron becas Fullbright para Estados Unidos se han topado con el veto del Shin Bet, el servicio de seguridad interno israelí. Así que se amoldan a lo que hay. Una normativa estricta en aulas, patios y oficinas que no lo parece tanto cuando se conoce el durísimo entorno en el que malviven.
Las reglas ineludibles para cursar estudios en la Universidad Islámica incluyen normas en las que cabe cierta interpretación: respeto mutuo, un deber de cooperación entre alumnos y profesores e incorporar a la universidad los conocimientos que se adquieran extramuros del centro. Pero hay dos normas imperativas que no admiten debate: las mujeres deben entrar en la Universidad con yilbab, y el alumnado debe participar en los actos sociales de sus compañeros (bodas, actividades de ayuda a los prisioneros palestinos, o entierros y funerales de milicianos). El componente ideológico islamista es fundamental. Al respecto, la dirección no admite ni una concesión a la galería. "Hay tres asignaturas obligatorias que los alumnos deben aprobar a lo largo de los cuatro años de estudios: El Corán, la Interpretación y los Comentarios del Profeta (Hadith)", comenta Balaui. Y a ello se añaden incentivos. "Se otorgan ayudas de entre 100 y 200 euros para los estudiantes que demuestran saber de memoria el Corán. Entre 20 y 30 chicos y chicas lo consiguen cada año", explica el doctor Buhaisi.
Aunque las razones son esencialmente religiosas, la portavoz Balaui apunta algunos motivos para respaldar la separación de sexos en las clases. "Es más cómodo y los alumnos consiguen mejores resultados. En determinadas asignaturas de ciencias, y cuando son imprescindibles prácticas en los laboratorios, es más productivo que las hagan juntos. Los científicos o médicos de ambos sexos trabajan en los mismos hospitales. Es mejor que adquieran experiencia juntos". Las alumnas respaldan una separación que evita distracciones. Sólo comparten con sus compañeros los laboratorios y la biblioteca.
Arwa al Masri, de 21 años, es de las que opta "por convicción" por cubrirse también el rostro. Son un pequeño porcentaje de las alumnas. De Al Masri sólo se ven sus ojos huidizos. En Gaza mucha gente las llama ninjas. Con voz débil, apenas audible, asegura tajante: "Elegí esta universidad porque su nivel es más alto, porque el ambiente es un factor esencial para conseguir buenos resultados y porque mi especialidad, Óptica, no la imparten en otras universidades". Hay pocas dudas de que el prestigio de la Universidad Islámica supera con creces el de las Universidades de Al Azhar o Al Quds. Si la primera es dirigida por profesores afines a Hamás, la de Al Azhar lo es por miembros de Al Fatah. Abundan los dirigentes y simpatizantes del partido laico, que prefieren enviar a sus hijos al centro regido por los islamistas, siempre más estrictos e intransigentes con las prebendas. "En esta universidad, los problemas se arreglan aplicando las normas vigentes. En otras, todos se creen por encima de la ley", agrega Arwa.
El conservadurismo en materia sexual es profundo, tanto en los sectores laicos como religiosos. "Materias relacionadas con la sexualidad aquí no se imparten. Lo que resulta útil para una sociedad puede no serlo para otra", zanja la profesora de Educación Fathia al Lulu. Muchos padres se inclinan por esta rigidez, que se aplica sin que nadie rechiste. Pasan 12 minutos del mediodía y un bedel apremia a un grupo de chicas: "Ha terminado el tiempo". Alude al horario del que disponen las mujeres para resolver asuntos administrativos. "Unos días, las jóvenes acuden a las oficinas entre las ocho de la mañana y las doce. A partir de esta hora, y hasta las cuatro de la tarde, es el turno de ellos", cuenta Buhaisi.
Rima Salman, de 20 años, cursa Periodismo y llega cada día a la universidad desde Beit Lahia, al norte de la franja, a bordo de autobuses atestados. "Hay autobuses para chicos y para chicas. Pero si un día no hay gente suficiente, vamos todos juntos". En una sociedad en que las relaciones sexuales previas al matrimonio son muy escasas, y en ocasiones castigadas severamente por los propios familiares, Rima también es partidaria de la separación en las clases: "Me da más libertad. No tengo que soportar molestias, ni el acoso de los chicos, que en otras universidades ha llegado a provocar conflictos serios entre familias".
Las mujeres no aparecen demasiado en la vida política, una constatación que se extiende por toda la región. En Israel los porcentajes de participación femenina son igualmente exiguos. La función de las mujeres palestinas en la trastienda política es fundamental. Y mucho más en escuelas u hospitales. Su influencia es creciente. En la propia universidad muchas de ellas desearían cambiar ciertos aspectos de la organización. "Los precios de los libros de texto en la librería son muy caros, deberían abrirse más aulas para los alumnos de Informática, reducir las tasas y ser más flexibles en la concesión de becas y en las opciones para examinarse", apunta Salman. No hay segunda oportunidad para aprobar una asignatura en caso de suspender. Se debe esperar al siguiente curso. Y sin sobresalientes o matrículas de honor es mejor olvidarse de las becas, que cubren la mitad de las tasas. "¡Ah! Se me olvidaba", concluye Salman, "y tendrían que cambiarnos a los edificios que ocupan los chicos y que ellos estudiaran en los nuestros. Tenemos menos espacio y resulta que ahora somos más".
Las mujeres van a ser el soporte de la educación en el futuro. "El 40% de las estudiantes se preparan para ser profesoras. Otro 22% cursan empresariales. Casi el 40% de las licenciadas trabajan cuando concluyen sus estudios, y muchas de las que no lo hacen es porque no encuentran empleo", explica Balaui. El paro, descomunal en la franja, afecta a hombres y mujeres por igual. Las tradiciones conservadoras arraigan con fuerza, pero en el ámbito laboral se observa cierta apertura. "Ser mujer en la universidad no supone ninguna diferencia. Participamos igual que los hombres y cobramos idénticos sueldos", apunta la profesora Sanaa Abu Dagga. La alumna Salman lo tiene claro. ¿Matrimonio o profesión? "Cuando me case seguiré trabajando. Es una condición que pondré a quien quiera casarse conmigo. En general es aceptable para los hombres. Aunque sé que en mi profesión será más complicado. Como periodista tendré que salir mucho, y no tendré horario de llegada a casa. Tendrá que aceptarlo". De idéntica opinión es Halah al Assar. A sus 21 años, esta estudiante de Religión Islámica y colaboradora con una de las decenas de ONG que tratan de paliar la lamentable situación de Gaza, asegura que no se quedará en casa. Su camino está marcado. "No podré ser imán. Pero tengo dos salidas: ser profesora de religión en un colegio o dar clases en una mezquita a mujeres y niños". Trabajo, a tenor de la afluencia a los templos, no le va a faltar.
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